Enéada III, 2, 16 — Se tudo está bem disposto, como poderia haver males?

16- Pero, si esto es así, ¿cómo existe todavía el mal? ¿Dónde se encuentran la injusticia y el error? ¿Cómo, si todo está bien, pueden realizarse actos injustos y cometerse errores? ¿Y por qué se dan seres desgraciados, si no han cometido faltas ni han sido injustos? ¿Cómo, en estas condiciones, diremos que hay unos hechos de acuerdo con la naturaleza y otros contrarios a ella, cuando todo lo que ocurre está conforme con la naturaleza? ¿Cómo se puede ser impío hacia el ser divino si lo hecho por él es tal como se dice? Concebiríamos entonces a Dios como el autor de un drama cuyo personaje principal le injuria y le llena de reproches. Volvamos de nuevo a la cuestión y afirmemos con mas seguridad qué es verdaderamente la razón y por qué ha de ser tal como es. Atrevámonos a ello y quizá la suerte se ponga de nuestra parte: en efecto, la razón de que hablamos no es la inteligencia pura o inteligencia en sí, ni tampoco el alma pura, aunque realmente dependa de ella; es, si acaso, cual una luz resplandeciente salida de ambas, esto es, de la inteligencia y del alma; de la inteligencia, diremos, y del alma que se adapta a ella se origina esta razón, que es como una cierta vida que dispone de una razón secreta. Toda vida, aun la más vil, es un acto1; pero este acto no es semejante al del fuego, sino que se presenta como un movimiento del que a veces no tenemos percepción, aunque no se produzca a la ligera. Aquellas cosas en las que él está presente y que, de algún modo, participan de él, se ven dotadas rápidamente de razón, o lo que es lo mismo, reciben una forma, pues ese acto conforme a la razón tiene el poder de informar las cosas según la vida que hay en ella, moviéndolas, además, para que sean capaces de recibir una forma. Se trata, por tanto, de un acto realmente artístico, como el movimiento que realiza el danzante; porque el danzante tiene plena semejanza con esta vida artística, ya que es el arte el que le mueve, en paralelo perfecto con la vida. Quede dicho esto para explicar así cualquier clase de vida. Y añadamos que esta razón proveniente de la inteligencia una y de la vida una, ambas rigurosamente perfectas, no es ella misma una vida ni una inteligencia una, ya que ni es perfecta en todas partes ni se da por entero a las cosas a las que se da. Muy al contrario, oponiendo unas partes a otras las crea incompletas, originando de este modo la lucha y el conflicto entre ellas. Así, es un todo uno, pero no constituye una verdadera unidad; pues se encuentra en guerra consigo misma en sus propias partes, y su unidad y trabazón semejan a las de un drama, que tiene también unidad a pesar de sus múltiples conflictos. El drama, en efecto, reúne todos los conflictos armónicamente, por la minuciosa exposición que realiza el autor; en el universo, en cambio, el conflicto entre las partes separadas proviene de la razón única, de modo que resulta mejor comparar su armonía con la de los contrarios e investigar por qué se dan contrarios en las razones de las cosas. Si hay en la música razones especiales que hacen armónicos los sonidos agudos y graves, y si estas razones son tendentes a la armonía total, que constituye una razón mayor de la que aquéllos son las partes más pequeñas, lo mismo puede decirse del universo en el que vemos también cosas contrarias: así, lo blanco y lo negro, lo cálido y lo frío, el animal con alas y el animal sin ellas, el que tiene pies y el que no los tiene, el ser razonable y el ser irracional; todos ellos, sin embargo, son las partes de un animal único, al que llamamos universo. Y el universo, añadiremos, está de acuerdo consigo mismo, aunque sus partes se encuentren frecuentemente en conflicto. Ello es debido a que el universo se conduce racionalmente, pero en él su unidad, o la unidad de la razón que contiene, proviene de sus mismos contrarios; esta contrariedad da precisamente su organización al universo y, en cierto modo, le facilita su propio ser. Porque si la razón del universo no fuese múltiple, tampoco seria un todo y ni siquiera una razón; por ser razón, encierra diferencias, de las cuales la mayor es la contrariedad. De modo que si hay realmente seres diferentes, y si es la razón la que los hace así, es claro que los hará lo más diferentes posible y, en ningún caso, menos de lo que puedan ser. Llevando la diferencia al punto más alto, los hará necesariamente contrarios. Y será una razón perfecta, no sólo por hacer los seres diferentes, sino por llevar su diferencia hasta la misma contrariedad.


  1. Cf. Aristóteles, Etica a Nicómaco, K 4, 1175 a 12.