Enéada III, 2, 5 — Nada escapa à lei, às provações e às retribuições do universo.

5- Si, pues, es posible a las almas alcanzar la felicidad en este mundo, no atribuiremos su desgracia al lugar en que ellas viven, sino a su incapacidad de afrontar con éxito este combate, en el que se nos ofrecen los premios de la virtud1.

¿Tiene algo de extraño el no poseer la vida divina, si realmente no se es un ser divino? Digamos que la pobreza y la enfermedad nada significan para las almas buenas; son sólo una verdadera desdicha para los malos. Necesariamente los cuerpos sufren el achaque de la enfermedad; y ello no deja de ser útil para el orden y la perfección del universo. Pues así como la razón universal se sirve de los seres que desaparecen para engendrar otros nuevos —-nada escapa en ninguna parte a la comprensión de la razón-—, así también los males del cuerpo y el debilitamiento del alma que los sufre no representan más que otro encadenamiento y otro orden al que se ve sometido el ser dominado por esos males. Algunos de estos males, como por ejemplo la pobreza y la enfermedad, redundan en provecho de los que los sufren. Y, sin duda, el mismo vicio es causa de algo útil en el conjunto del universo; no sólo su castigo se nos presenta como ejemplar, sino que nos procura muchas otras cosas. El vicio, por ejemplo, hace que permanezcamos vigilantes, despierta nuestra inteligencia y nuestra propia intimidad en su oposición a los caminos del mal y nos descubre lo que es la virtud, por comparación con los males que sufren los malos. Y no es que de aquí se originen los males, sino que, como ya se ha dicho, deben también prestarnos su servicio, ya que realmente existen. Tal es precisamente el mayor de los poderes: saber servirse favorablemente del mal y encontrarse dispuesto a usar de lo que es informe para la producción de otras formas.

En general, debe afirmarse que el mal es la insuficiencia del bien2. Necesariamente hay en este mundo falta de bien, porque el bien se da en otra parte. (El sujeto) en el que se da el bien produce la falta del bien, porque es algo diferente a él, sin ser además bueno3. Por ello “los males no pueden ser destruidos”, ya que, con relación a la naturaleza del bien, unos seres son inferiores a otros, y, justamente, por ser diferentes al bien y tener en el bien la causa de su existencia, se hacen lo que son a medida de su lejanía de él.


  1. Admite Platón, por boca de Sócrates, en el Teeteto 176 a-b, que habrá siempre algo contrario al bien, “algo que, con todo, no sentará sus reales en la morada de los dioses, sino que rondará de modo irremisible la naturaleza mortal y el lugar donde ella habita”. No obstante, la huida hacia lo alto es también posible; esa huida constituye una asimilación de la naturaleza divina, si de verdad se alcanza la justicia y la santidad con el ejercicio de la inteligencia. 

  2. Recordemos que, desde el lado cristiano, y según la tesis de San Agustín, todo ser, en cuanto existe es un bien, y el mal, en cambio, privación o deficiencia, “defectus boni”. 

  3. Justas resultan las palabras de Sócrates en el Teeteto 176 a: “Es imposible acabar con los males”. Plotino las justifica inmediatamente.