1- ¿Es el amor un dios, un demonio o una pasión del alma? ¿Hay un amor que es un dios o un demonio, y otro que es una pasión? Conviene examinar en qué consiste cada una de estas especies de amor, considerando a tal efecto las opiniones de los hombres y las de los filósofos en torno a esta cuestión. Recordemos sobre todo los pensamientos del divino Platón, que escribió muchas cosas sobre el amor en varias de sus obras. Dice (Platón) que el amor no es sólo una pasión que nace en las almas, sino un demonio, del que refiere su nacimiento y el lugar de donde procede1.Si consideramos el amor como una pasión, nadie ignora que es la causa por la que nace en las almas el deseo de unirse a algo bello; y este deseo nace unas veces en los hombres prudentes que se unen íntimamente a la belleza, o busca en otras una acción más torpe. Hemos de partir de aquí para examinar filosóficamente de dónde arranca cada una de estas formas. Si suponemos que hay en las almas, antes incluso del amor, una tendencia hacia la belleza, así como un conocimiento y una especie de parentesco con ella, amén de un sentimiento irracional de esta afinidad, alcanzaremos, a mi juicio, la causa verdadera de la pasión amorosa2. Porque la fealdad es tan contraria a la naturaleza como a Dios. La naturaleza actúa con la vista puesta en la belleza y mirando también a la determinación que se encuentra en la línea del bien; lo indeterminado es, realmente, vergonzoso, y se halla en la línea del mal3. Porque es claro que la naturaleza nace del ser inteligible, esto es, del bien y de la belleza.
Cuando se ama a algún ser, con el que además se tiene afinidad, se da una íntima unidad con sus imágenes. Si se despreciase esa causa, no podríamos explicar de ningún modo cómo y por qué nace esta pasión, ni siquiera en el caso de la unión sexual, pues los amantes quieren engendrar en la belleza. Absurdo resultaría entonces que la propia naturaleza, deseosa de producir cosas bellas, quisiese engendrar algo en la fealdad4. A los que son movidos a engendrar en este mundo, les basta con la belleza de aquí, esto es, con la que se encuentra en las imágenes y en los cuerpos, ya que no se halla en ellos la belleza arquetípica que es la causa de su amor por las cosas de aquí. Tienen el recuerdo de aquélla por su amor a la belleza de este mundo, que es como su imagen; pero si el recuerdo desaparece, por desconocimiento de su pasión, se imaginan a la belleza de aquí como la belleza verdadera.
Si se trata de hombres prudentes, el apego a la belleza de este mundo no constituye una falta; pero sí lo es, en cambio, la caída en el placer sexual. Para quien ama la belleza pura hay suficiente con ella, tenga o no el recuerdo de la belleza de lo alto; para quien mezcla a su amor el deseo de la inmortalidad en su naturaleza mortal, la búsqueda de lo bello ha de cifrarse en la eterna generación; y así, fecundará y engendrará en lo bello según la naturaleza, lo primero para la continuidad de la generación, lo segundo por su misma afinidad con la belleza5. Porque es claro que la eternidad es afín a la belleza, y siendo la naturaleza eterna la belleza primitiva, también será bello lo que de ella procede. Para quien no desea engendrar, hay más que suficiente con la belleza, pues el deseo de producir la belleza se origina por indigencia e insatisfacción y porque se piensa en el ser al producir y engendrar aquélla. En cuanto a los que quieren engendrar contra las leyes y contra la naturaleza, han cumplido al principio con el camino natural, pero, una vez apartados de él, permanecen alejados de este camino y caen sin haber visto a dónde les lleva el amor, y sin haber conocido el deseo de engendrar, ni el uso de las imágenes de la belleza, y ni siquiera lo que es la belleza misma. Así, en tanto unos aman los cuerpos hermosos, no para unirse a ellos sino porque son bellos, otros, en cambio, buscan el amor sexual y la convivencia con las mujeres, para perpetuar así la especie. Unos y otros son prudentes, siempre que no se aparten de este fin; sin embargo, los primeros resultan ser superiores. Pues mientras aquellos veneran la belleza de este mundo y tienen bastante con ella, los otros mantienen el recuerdo de la belleza primitiva, sin desdeñar por esto la belleza de este mundo como cumplimiento y representación de la primera. Unos van a la belleza sin vergüenza alguna, otros, por la misma belleza, caen en la deshonra; porque el mismo deseo del bien hace muchas veces caer en el mal. He aquí lo que acontece con las pasiones del alma.
Plotino hace alusión a la clasificación de los pitagóricos, según la Metafísica aristotélica, A, 5, 986 b 1. ↩
En el Fedro, 242 d, dice Sócrates: “¿Pues qué? ¿No tienes al Amor por hijo de Afrodita y por una divinidad? “. Más adelante, 265 b-c, expone Sócrates a Fedro: “No sé cómo, al intentar explicar mediante una imagen la pasión amorosa, quizá alcanzando alguna verdad, pero probablemente dejándonos extraviar en otro sentido, combinamos un discurso en modo alguno desprovisto de fuerza persuasiva, y entonamos mesurada y piadosamente una especie de himno mitológico al que es señor tuyo y mío, al Amor. Fedro, guardián de los niños hermosos’. ↩