Enéada III, 6, 18 — Sequência e fim do exame da grandeza material

Traduções em Tratado-26

Capítulo 18: Sequência e fim do exame da grandeza material
1-9: Hipótese absurda que a dimensão seja produzida por um ato de pensamento; o grande não dependeria mas da Forma do grande
9-13: A matéria não pode senão parecer grande
13-23: O grande não é senão um vestimento que recobre a matéria
24-29: Comparação com a impassibilidade da alma
29-31: A matéria não tem atividade, ela não é senão uma sombra
31-46: As razões formadoras têm necessidade da matéria como de um lugar de recepção para se desenvolver em determinados viventes


18. Si un ser tuviese noción de su grandeza y esta noción tuviese a su vez suficiente poder, no sólo para permanecer en el pensamiento, sino incluso para salir al exterior; si ese mismo ser tomase una naturaleza que no está en la inteligencia, que no tiene ninguna forma ni huella de magnitud o de otra cosa cualquiera, ¿qué haría con este poder? Es claro que no haría un caballo, ni un buey, pues esto lo harán otros. Pero, como la paternidad de lo que él produzca hay que atribuirla a la magnitud, no podría contener algo que difiere de él y tendría solamente su imagen. No habiendo alcanzado a ser grande por sí mismo, se contenta con pareceiío, en la medida de lo posible, en las cosas que le atañen. Esto es, no querrá mostrarse incapaz, ni desvanecerse en muchas partes, situadas en lugares diferentes; sino que, al contrarío, conservará sus partes homogéneas y no carecerá de ninguna. Claro que en una pequeña masa no podría mantener una imagen de la magnitud que fuese igual a la magnitud en sí, por tratarse precisamente de una imagen, cuyo deseo y cuya esperanza es alcanzar la magnitud en sí y aproximarse a ella tanto como le sea posible. Ahora bien, en coexistencia con la materia a la que no puede abandonar, hizo grande a aquélla, que no lo es ni lo parece, y produjo la magnitud en la masa que nosotros vemos.

La materia, sin embargo, conserva su naturaleza, sirviéndose de la magnitud como de un vestido, con el que se recubre, y sintiéndose muy a gusto con él. Si el vestido desapareciese, la materia permanecería de nuevo la misma y tal cual es, ya que la magnitud que posee viene de la forma presente en ella. El alma, a su vez, posee las formas de los seres, por ser ella también una forma. Como las contiene a todas, y cada forma existe igualmente en sí misma, ve las formas de las cosas sensibles que se vuelven y aproximan a ella pero esto no quiere decir que las reciba en multitud, sino que las ve desposeídas de su masa, porque, realmente, no podría convertirse en algo diferente a lo que es.

La materia no ofrece resistencia alguna porque carece de actividad. Es como una sombra, que espera soportar todo lo que quiera la causa productora. La cual, como proveniente de la razón inteligible, contiene en sí misma la huella de lo que acontecerá en la materia. Porque es análoga a la razón que se mueve en el plazo representativo y cuyo movimiento constituye una parte de ella. Si esta razón permaneciese una e idéntica, no cambiaría en nada, sino que seguiría inmóvil. Por otra parte, la materia no puede, al igual que el alma, dejar que se establezcan, al mismo tiempo, todas las formas; o, en otro caso, sería una de estas formas. Debe, en cambio, recibirlas todas, aunque no las reciba indivisiblemente1. Al ser, por consiguiente, un lugar para todas las formas, debe también dirigirse hacia todas ellas, salir a su encuentro y bastar al espacio total; porque la materia no queda retenida en un determinado espacio sino que se expone a todo lo que pueda venir. ¿Cómo, pues, una forma que penetre en ella no impide que entren todas aquellas con las que no puede asociarse? Digamos que no posee, primeramente, ninguna forma, o que, si alguna tiene, es ésta la forma del universo, de modo que abarca a la vez todas las formas y cada una en particular. La materia del ser animado se divide al mismo tiempo que éste; de otro modo, la materia no sería diferente a la razón.


  1. Cf. Platón, Timeo, 52 b.