8. Pero ya se ha dicho bastante sobre esto. La contemplación asciende de la naturaleza al alma y de ésta a la inteligencia, uniéndose cada vez más íntimamente a los seres que contempla. En el alma virtuosa los objetos conocidos se identifican con el sujeto que conoce, porque aquélla quiere alcanzar la inteligencia. Está claro que en la inteligencia ambas cosas son una misma, y no por una especie de unión, como ocurriría en la mejor de las almas, sino por un acto sustancial en virtud del cual “pensar y ser son una y la misma cosa”. No hay allí un sujeto y un objeto, pues en este caso existiría todavía por encima de la inteligencia una realidad donde no se diese esta diferencia. Convendrá, pues, que en la inteligencia esas dos cosas sean realmente una: se trata de la viva contemplación, cuyo objeto no se halla fuera de ella. Porque sí se hallase en otra cosa, sería entonces algo vivo, pero que no cuenta con vida propia. Convengamos que si el objeto contemplado por la inteligencia debe vivir, su vida no será como la vida de la planta, o del animal, o de cualquier otro ser animado. Digamos que estas vidas son pensamientos distintos; así, por ejemplo, se da un pensamiento de la planta, un pensamiento del animal dotado de sensación y un pensamiento del ser animado. Pero, ¿cómo hablar aquí de pensamientos? Sin duda, porque se trata de razones. Pues toda vida es un pensamiento, un pensamiento que puede ir haciéndose más oscuro, como la vida misma. Sin embargo, aquella vida es la que se ofrece más clara; se trata de la vida primera y de la inteligencia primera, que son una y la misma cosa.
La vida primera es, pues, el pensamiento primero; la vida segunda es el pensamiento segundo y, en fin, la última vida es el último de los pensamientos. Toda vida entra en el género del pensamiento y es, naturalmente, un pensamiento. Pero tal vez ios hombres asignen a la vida grados diferentes que, en cambio, no atribuyen al pensamiento; y así estiman que unas vidas son pensamientos y que otras no lo son, lo cual quiere decir que no buscan en realidad lo que es la vida. Ello nos hace afirmar una vez más, y de pasada, que todos los seres son contemplaciones. Si la vida más verdadera es la vida por e] pensamiento, y si esta misma vida es idéntica al pensamiento más verdadero, dedúcese de aquí que el pensamiento más verdadero es una vida y que la contemplación y el objeto de la contemplación son también realidades vivas y vidas y, mejor, una y la misma vida.
Mas, ¿cómo explicar estas dos cosas en una unidad y cómo imaginarse esta unidad múltiple? Esto es debido a que la inteligencia no contempla un solo objeto, pues incluso cuando contempla el ser uno, no lo contempla como un solo objeto; si así no fuese, la inteligencia no sería engendrada. Verdaderamente, ella comienza por un objeto, pero no permanece en él, sino que, sin apenas darse cuenta, se hace múltiple, adquiere pesadez y empieza a girar sobre sí misma como queriendo poseer todos los seres, (Cosa que mejor le sería no querer, porque con este deseo se vuelve el segundo principio). Desplegándose, pues, a la manera de un círculo, adquiere el carácter de figura» de superficie, de circunferencia, de centro, de línea, que comporta un arriba y un abajo, esto es, un lugar mejor, que es aquel de donde parten las líneas, y un lugar peor, que representa el lugar a donde se dirigen. Porque el centro no es identificable con la totalidad del centro y de la circunferencia, y esta totalidad, a su vez, no concuerda con el verdadero centro. Dicho de otro modo, la inteligencia no es el pensamiento de una sola cosa, sino que es un todo; pero, al ser un todo, es también el pensamiento de todas las cosas. Conviene, por tanto, que sea todos los seres, pero que cada una de sus partes los contenga asimismo a todos y sea a la vez todos ellos; si así no fuese, habría una parte de la inteligencia que no sería inteligencia y ésta contendría partes no inteligentes. La inteligencia misma semejaría un cúmulo de partes reunidas que, para llegar a ser tal inteligencia, necesitaría del concurso de todas las partes. De ahí el carácter infinito de la inteligencia. Y, si algo proviene de ella, es claro que no resultará menoscabado, porque reúne todas las cosas, como tampoco lo será la propia inteligencia, de la que proviene, por no ser ésta un cúmulo de partes.