Enéada III, 8, 9 — Como o Intelecto contempla

9. Ese es el carácter de la inteligencia y ésa es también la razón por la cual no es lo primero. Conviene que exista más allá de ella una realidad que ya proclaman los razonamientos precedentes, porque, ante todo, la multiplicidad es posterior a la unidad, y si aquélla es número, ésta es principio del número y principio también de la propia multiplicidad. De la multiplicidad real diremos que es la inteligencia y lo inteligible conjuntamente, y las dos cosas a la vez. Pero, si se trata de dos cosas, hay necesidad de un principio anterior a ellas. ¿Admitiremos como tal, y único, a la inteligencia? Pensemos que lo inteligible se mantiene siempre unido a la inteligencia y que, caso de disociársele, la inteligencia no seria lo que es. El principio de que hablamos no es, pues, la inteligencia y escapa a la dualidad; convendrá, por el contrario, que sea algo anterior a la dualidad y que esté más allá de la inteligencia. Pero, ¿qué impide que pueda ser lo inteligible? Porque lo inteligible se encuentra unido a la inteligencia. Mas, si no es la inteligencia ni tampoco lo inteligible, ¿qué es realmente lo que podrá ser? Tendríamos que responder: aquello de lo que proviene la inteligencia y, con ella, lo inteligible. ¿Qué es, en definitiva, y cómo podríamos representarlo? Deberá ser, o algo inteligente, o algo no inteligente. Si es algo inteligente, es también una inteligencia; y si no lo es, tampoco se conocerá a sí mismo. ¿Cómo, pues, rendirle pleitesía? Si decimos que es el Bien y lo más simple, decimos indudablemente la verdad, pero no afirmamos nada evidente y claro hasta tanto no tengamos donde apoyar el pensamiento cuando hablamos de este modo. Porque el conocimiento de todas las cosas es debido a la inteligencia y por ella podemos conocer también el ser que piensa; pero, ¿por qué medio podríamos alcanzar a conocer lo que está más allá de la naturaleza de la inteligencia? Hemos de mostrarlo, en la medida que nos sea posible, y para ello tendremos que contestar: por lo que en nosotros hay de semejante. Porque hay en nosotros, en efecto, algo de El, o mejor aún, no hay lugar donde El no se encuentre, para los seres que en El participan.

Y como se encuentra en todas partes, no hay lugar donde no podamos tener algo de El, si estamos en condición de recibirlo. Es como el sonido que ocupa por completo el silencio espacial. Los hombres que le prestan atención en un punto cualquiera, reciben el sonido entero, aunque, también en otro sentido, no lo reciban del todo. ¿Qué es, pues, lo que nosotros recibimos, al ofrecerle nuestra inteligencia? Conviene, sin duda, que la inteligencia dé marcha atrás y que se abandone, no obstante su carácter dual, a esa realidad inteligible que está más allá de ella. Si quiere ver el primer principio, ya no podrá ser del todo una inteligencia.

Ella es en sí misma una vida primera, una actividad que corre a través de todas las cosas. Pero esta carrera no se realiza, sino que es realizada. Siendo la vida que corre por lodos los seres y que, a la vez, los posee a todos, no desde luego en la plenitud de su extensión sino en la riqueza de sus detalles -en otro caso sería incompleta e ininteligible-, necesariamente provendrá de otra cosa que no corra a través de los seres y que sea el principio de esta misma carrera, de la vida de la inteligencia, de la inteligencia y de todos los seres. No hay que confundir el principio con el conjunto de ios seres, sino que mejor será decir que todos los seres provienen de El. Pero El no es todos los seres, ni ninguno de ellos en particular, para que pueda engendrarlos a todos. No es tampoco una multiplicidad, para que pueda ser también el principio de la multiplicidad; porque en todas partes el ser que engendra es más simple que el ser engendrado. Si, pues, ha engendrado la inteligencia, tendrá que ser más simple que la inteligencia. Si suponemos que el Uno es todas las cosas, una de dos: o es cada una de ellas por separado o es todas ellas en conjunto. Si las reúne a todas, será sin duda posterior a las cosas; si es anterior, será necesariamente diferente a ellas, porque si se diese a la vez que las cosas no podría ser su principio. Conviene, sin embargo, que sea anterior a todas las cosas para que todas las cosas vengan también después de El. Si fuese cada cosa por separa do, cualquiera de ellas sería idéntica a cualquiera otra, y todo a todo, de tal modo que nada presentaría distinción. Por tanto, el Uno no será ninguno de los seres, sino que será anterior a todos ellos.