3. El alma universal no nació en ninguna parte ni vino a ningún lugar, porque no hay lugar donde pueda encontrarse. El cuerpo participa de ella en razón a su vecindad. Por ello Platón no dice que el alma se dé en el cuerpo, sino que el cuerpo se da en el alma. En cuanto a las almas, tienen un lugar del que proceden, que es el alma universal; pero tienen también un lugar al que descienden y al que pasan, del cual habrán de partir para ascender.
El alma universal radica siempre en lo alto, que es donde por su naturaleza le corresponde estar. A continuación de ella viene el universo, una parte del cual es vecina del alma mientras Ja otra se halla por debajo del sol. El alma particular se ilumina cuando se dirige a lo que está por encima de ella, porque es entonces cuando toca el ser; en cambio, al dirigirse a lo que está por debajo de ella, marcha directamente hacia el no-ser. Esto es también lo que hace cuando se dirige hacia sí misma, porque, al querer ir hacia sí misma, produce por debajo de ella una imagen de sí, que carece en absoluto de seres como si cayese en el vacío y perdiese totalmente su determinación, volviéndose su imagen por entero indeterminada y oscura. Por su falta total de razón y de inteligencia, esta misma imagen se halla a mucha distancia del ser. Digamos que en este momento el alma aparece en su morada propia, que es, ciertamente, un lugar intermedio; ahora bien, al lanzar de nuevo una mirada sobre la imagen, la conforma con su segunda ojeada y, ya a su gusto, se dirige hacia ella.