10. Luego de haber escuchado esto conviene volver a la idea de que el universo es siempre tal cual es, tomando con él todas las cosas, como el aire, la luz y el sol, o la luna, la luz y de nuevo el sol, que se dan todos ellos a la vez, salvo que el uno (el sol) ocupa el primer lugar, la otra (la luz), el segundo, y la última (la luna), el tercero. Así podemos imaginar al alma, luego a las cosas que primero la siguen y, por último, a las que vienen a continuación. Son éstas como las últimas luces de un fuego, posteriores en todo a él y provenientes de la sombra de este último fuego inteligible; pero esta sombra se ilumina y surge como una forma que la cierra, que es la oscuridad total y primera. Todo ello queda ordenado racionalmente por el alma, la cual posee en sí misma la potencia de ordenar la oscuridad según razones determinadas. Es lo que ocurre igualmente con las razones seminales, que modelan e informan a los seres animados como si fueran pequeños mundos.
Lo que tiene relación con el alma es modelado según lo pide naturalmente su misma sustancia; pero el alma no actúa con reflexión extraña, ni esperando pacientemente determinación o encuesta natural, sino producto de una técnica importada. Mas el arte es posterior a la naturaleza y, aunque la imita, lo hace con imitaciones oscuras y muy débiles, con juguetes de poco valor, no obstante las numerosas máquinas de que se sirve para la producción de esas imágenes. El alma es señora de los cuerpos por la misma potencia de su ser; los hace nacer y los conduce al estado que desea, sin que los cuerpos puedan oponerse en un principio a su voluntad. Posteriormente, estos mismos cuerpos se interponen con frecuencia y se ven privados así de alcanzar la forma propia a la que apunta, aunque todavía en germen, la razón de cada uno. Digamos que la forma del universo es producida por el alma y que, con esta ordenación, nacen a la vez todas las cosas sin esfuerzo alguno. Lo que es producido de esta manera, y libre naturalmente de todo impedimento, habrá de resultar bello. Ahí se han construido por el alma santuarios para los dioses, moradas para los hombres y todos los demás objetos para los otros seres; porque, ¿qué otra cosa podría venir del alma que no fuese precisamente lo que ella tiene posibilidad de hacer? Si el poder del fuego es el calor y el de algún otro cuerpo el enfriamiento, el poder del alma debe considerarse en dos sentidos: o ejerciéndose sobre otro ser o actuando sobre ella misma. En cuanto a los seres inanimados su acción es cual un sueño, si no sale de ellos mismos; y, si realmente tiende a otra cosa, hará semejante a ella todo aquello que pueda recibirla. Porque es algo común a cualquier ser el hacer que los otros se le semejen. La acción del alma —y nos referimos aquí a la que permanece en su interior— se mantiene siempre tan despierta como la que se ejerce sobre otra cosa. Produce la vida en todos aquellos seres que, por sí mismos, no la poseerían, y hace además que esa vida sea en un todo semejante a la suya. Como vive en la razón, da también al cuerpo una razón que es imagen de la que ella tiene —porque todo lo que da al cuerpo es una imagen de su vida- y todas aquellas formas de los cuerpos cuyas razones ella posee. Pero, como ella posee (las razones) de los dioses y de todas las cosas, habrá que admitir que las posee igualmente el universo.