12. En cuanto a las almas de los hombres ven sus imágenes como en el espejo de Dionisos y se lanzan hacia ellas desde lo alto, pero sin cortar por ello con su principio, que es la inteligencia.
No descienden, pues, con su propia inteligencia, sino que se dirigen hacia la tierra, pero con la cabeza fija por encima del cielo. Si ocurre en realidad que descienden demasiado, ello será debido a que su parte intermedia viene obligada a procurar el cuidado del cuerpo en el que aquéllas se han precipitado. El padre Zeus, en este caso, se compadece de sus trabajos y hace temporales las ligaduras que les atan a ellos, dando a las almas un descanso en el tiempo y liberándolas a la vez de sus cuerpos para que puedan alcanzar la región inteligible, donde permanece ya para siempre el alma del universo sin tener que volverse a las cosas de aquí abajo. Porque el universo dispone verdaderamente de cuanto es posible para bastarse a sí mismo, y así es y será, ya que su ciclo se cumple según razones fijas y, al cabo de un cierto tiempo, vuelve de nuevo al mismo estado conforme a un movimiento periódico. De este modo pone también de acuerdo las cosas de arriba con las de este mundo, ordenándolo todo con sujeción a una razón única. Y todo queda perfectamente regulado, no sólo en lo que atañe al descenso y al ascenso de las almas, sino también en cuanto a las demás cosas (15). Lo prueba el acuerdo de las almas con el orden del universo, pues éstas no actúan separadamente sino que coordinan sus descensos y manifiestan una armonía con el movimiento circular del mundo. La condición de las almas, sus vidas y sus mismas voluntades, tiene una explicación en las figuras formadas por los planetas, que emiten una sola nota y en las debidas proporciones (mejor lo daríamos a entender con las palabras musical y armonioso). Esto no sería posible, desde luego, si el universo no actuase conforme a los inteligibles y no tuviese pasiones adecuadas a los períodos de las almas, a sus regulaciones y a sus vidas en los distintos géneros de carreras que ellas realizan, bien en el mundo inteligible, bien en el cielo, bien en esos lugares terrestres a los que ellas se vuelven.
La inteligencia, por su parte, permanece siempre y por entero en lo alto, sin que en ninguna ocasión salga fuera de sí misma; no obstante, aun asentada como está en el mundo inteligible, deja sentir su influencia en las cosas de aquí abajo por intermedio del alma. El alma, colocada más cerca de ella, se dispone según la forma que recibe de la inteligencia; da, a su vez, esta forma a las cosas que dependen de ella, haciéndolo de una o de otra manera, según una ordenación firme, aunque variable. No desciende nunca de un modo igual, sino en un grado mayor o menor, bien que se dirija a un mismo género de seres. Cada alma desciende a un cuerpo que le es apropiado, conforme al carácter de su disposición. Y así todas ellas son llevadas al cuerpo que más se les semeja, unas, por ejemplo, al cuerpo de un hombre, otras al cuerpo de un animal, y cada una, en fin, a un cuerpo diferente.