Enéada IV, 3, 17 — Os diferentes níveis de descida da alma (3)

17. Podría probarse, por el razonamiento que ligue, que las almas, al abandonar la región inteligible, se dirigen primeramente al cielo. Porque si, realmente, el cielo es lo mejor que hay en la región sensible, ello habrá que atribuirlo a su proximidad a los últimos seres inteligibles. Los seres celestes son, en efecto, los primeros que reciben la vida del mundo inteligible, por su favorable disposición a participar en él; en tanto los seres de la tierra son los últimos y participan en menor grado del alma por el carácter de su naturaleza y su distancia al ser incorpóreo.

Es así que todas las almas iluminan el cielo y le dan su propia multiplicidad y lo primero que surge de ellas; todas las demás cosas resultan a su vez iluminadas por lo que viene después. Algunas almas descienden todavía más abajo para ejercer su acción iluminativa, pero este avance no constituye para ellas lo mejor. En tal sentido, podríamos imaginamos un centro y, a su alrededor, un círculo que desprende rayos de luz; sobre estos dos tendríamos que imaginar otro, que sería como una luz surgida de la luz. Fuera de éstos cabría pensar en un nuevo círculo sin luz, carente, por decirlo así, de luz propia, pero que tiene necesidad de una luz extraña. Hagámonos a la idea de que se trata de una rueca, o mejor de una esfera que recibe su luz del tercer círculo, por su proximidad a él, y en tanto éste la ilumine. He aquí, pues, que la gran luz lo ilumina todo y, a la vez, permanece inmóvil; de ella proviene razonablemente la luz que ilumina todas las cosas; pero las demás luces también iluminan como ella, aunque unas permanezcan inmóviles y otras sean atraídas por el brillante reflejo de las cosas. Estas, a su vez, exigen el mayor cuidado de parte de las almas, pues así como en un navío azotado por la tormenta el piloto que lo dirige se aplica por entero a la dirección de éste, con menosprecio y olvido de sí mismo, hasta el punto de verse envuelto en el naufragio, así también las almas se inclinan a veces más de lo necesario y (no se preocupan) de sus propios asuntos. Ocurre ciertamente que son retenidas por sus cuerpos y encadenadas por lazos mágicos, quedando así por completo al cuidado de la naturaleza corpórea. Es claro que si todo ser animado tuviese, como el universo, un cuerpo perfecto y suficiente, inaccesible al sufrimiento, el alma que se dice está presente en él no se encontraría entonces a su lado y, aunque le diese la vida, permanecería toda entera en lo alto.