18. ¿Podremos decir acaso que el alma se sirve del razonamiento antes de entrar en el cuerpo, y luego, una vez salida de él? Aquí, en esta morada, el alma usa, en efecto, del razonamiento, por ejemplo en sus estados de incertidumbre, de inquietud y, sobre todo, en sus períodos de debilidad; porque la necesidad de razonar le viene dada por la disminución de su inteligencia, que ya ni siquiera se basta a sí misma. Acontece lo mismo en las artes, donde se hace presente el razonamiento por la perplejidad misma de los artistas; y tanto es así que, cuando no existe dificultad, el arte se nos muestra en toda su fuerza y sazón. Ahora bien, si las almas que radican en el mundo inteligible no se sirven para nada del razonamiento, ¿cómo puede llamárselas almas razonables? Podría contestarse tal vez que, si la ocasión es llegada, estas almas son capaces también de una seria reflexión. Pero convendría, para ello, que tomásemos la palabra razonamiento en el sentido que nosotros le damos; pues si se considera el razonamiento como una disposición interna que deriva siempre de la inteligencia y, a la vez, como un acto estable que es reflejo de ella, tendremos que afirmar que las almas se sirven, en efecto, del razonamiento, incluso en el mundo inteligible.
En mi opinión, sin embargo, no debe creerse que las almas se sirven del lenguaje, en tanto permanezcan en el mundo inteligible o con sus cuerpos apegados al cielo. Todas cuantas necesidades o incertidumbres nos obligan en este mundo a hacer uso del lenguaje, no existen realmente en el mundo inteligible. Las almas que en él se encuentran actúan conforme a un orden y a su propia naturaleza y no tienen, por tanto, que disponer o aconsejar nada, ya que lo conocen todo unas de otras por su misma inteligencia. Aun aquí conocemos a los hombres sin necesidad de que ellos hablen; cuánto más ocurrirá en el mundo inteligible, donde todo cuerpo es puro y cada uno conoce como si fuera un ojo, sin que nada se le oculte o desfigure. Allí, al ver a alguno, ya se le conoce sin necesidad de que hable.
En cuanto a los demonios y a las almas que me dan en el aire, no resulta extraño que se sirvan del lenguaje, porque al fin y al cabo son también seres animados.