Enéada IV, 3, 28 — A memória depende da faculdade representativa (1)

28. ¿Sobreviene acaso por la facultad que nos sirve para sentir y para aprender? ¿O tal vez nos recordamos de los objetos deseados por la facultad del deseo, y de los objetos irascibles por la facultad adecuada a ellos? Porque podrá decirse que no se trata aquí de dos cosas distintas: de una cosa que disfruta de un placer y de otra que se acuerda de él. El deseo del objeto del que se ha gozado se despierta de nuevo en nosotros cuando éste se manifiesta a la memoria. Lo cual no ocurriría así si se tratase de otro objeto. ¿Qué es lo que impide otorgar al deseo la sensación de sus propios objetos y atribuir asimismo el deseo a la facultad de sentir, de modo que podamos afirmar que cada facultad sigue a su elemento predominante? ¿Acaso hemos de atribuir la sensación a cada facultad, pero en uno u otro sentido? No es, desde luego, el deseo quien ve, sino el ojo. El deseo se siente movido a partir de la sensación por una especie de comunicación, de tal modo que sufre el efecto de aquélla, pero con plena inconsecuencia. Es así cómo la sensación percibe la injusticia y surge el impulso propio del ánimo; de igual manera, mientras el pastor que cuida de un rebaño ve al lobo, su joven cachorro se siente excitado por el olor y el ruido de algo que realmente no ha visto. El deseo que se ha visto cumplido conserva una huella del objeto, pero no en calidad de recuerdo, sino como disposición y experiencia pasada. Lo prueba el hecho de que, con frecuencia, la memoria no tiene conocimiento de los deseos del alma, cosa que sí ocurriría si se encontrase en la parte irascible de ella.