Enéada IV, 3, 29 — A memória depende da faculdade representativa (2)

29. ¿Atribuiremos la memoria a la facultad de sentir y afirmaremos en tal sentido que la memoria y la facultad de sentir son una y la misma cosa? Si la imagen de Hércules, tal como se decía, es capaz de recordar, tendremos que hablar de dos facultades de sentir y, en todo caso, si la memoria y la sensación son cosas diferentes, habrá que contar con dos memorias. Si la memoria y la facultad de sentir son una y la misma cosa, dado que hay una memoria de nuestros conocimientos habrá también una sensación de ellos. O convendrá, por el contrario, que sea otra la facultad que se refiera a estas cosas. ¿Consideraremos acaso como algo común la facultad de percibir y le atribuiremos la memoria de los objetos sensibles y de los objetos inteligibles? Algo diríamos, en verdad, si afirmamos que es una y la misma facultad la que percibe las cosas sensibles y las cosas inteligibles; ahora bien, si nos vemos forzados a desdoblarla, otro tanto ocurrirá con la memoria, y si nosotros atribuimos estas dos memorias a cada una de las dos almas, las memorias mismas se convertirán en cuatro.

¿Será necesario, en absoluto, que recordemos las cosas sensibles con la facultad con la que las sentimos y que, consiguientemente, ambas cosas tengan su origen en la misma facultad? ¿Y será necesario asimismo que la facultad con la que reflexionamos no sea otra que la que nos recuerda nuestras reflexiones? Convengamos en que los que mejor razonan no son los de mejor memoria. Igualmente, no hay analogía entre las sensaciones y los recuerdos que se tienen de ellas, pues unos disfrutan de sensaciones muy vivas, y otros, en cambio, aun contando con una buena memoria, no disponen de una percepción muy aguda.

Por lo demás, si la memoria debe ser distinta a la facultad de sentir, ya que la memoria versa sobre objetos que anteriormente ha percibido la sensación, convendrá que haya recibido los objetos de los que luego tendrá el recuerdo. Nada impide que, para el recuerdo, exista la sensación de un objeto que es una imagen, ni tampoco que la memoria y su retentiva se atribuyan a la imaginación. Porque no hay duda que la sensación culmina en imaginación, de tal modo que cuando la primera ya no existe, el objeto de la visión se halla presente en la segunda. Hay, en efecto, recuerdo, siempre que la imagen persista, y por poco duradera que sea, sin que el objeto se halle presente; en este caso, la memoria será corta, pero, si la presencia de la imagen es más duradera, la memoria aumentará también más en gracia a la fuerza de la imaginación. De modo que si la imagen no cambia fácilmente, debemos tener la memorias como indestructible. Digamos, en fin, que la memoria de las cosas sensibles ha de atribuirse a la imaginación.

En cuanto a las diferencias que subsisten entre las memorias debemos atribuirlas a alguna de estas cosas: o bien a las diferencias mismas entre las facultades, o a la índole de su ejercicio, o a las características de los cuerpos en los que ellas se encuentran, que las alteran y las turban en mayor o menor grado. Aunque sobre esto volveremos en otra ocasión.