Enéada IV, 3, 31 — Isto que se lembram as almas; a sua saída do corpo (1)

31. Pero si la memoria se atribuye a la imaginación, como, según se dice, cada una de las dos almas cuenta con su memoria, habrá dos clases de imaginación. No hay dificultad en entenderlo así cuando estas dos almas se encuentran separadas; más, estando unidas en nosotros en un mismo ser, ¿cómo podría haber aquí dos imaginaciones? Y, si es así, ¿en cuál de las dos imaginaciones se produciría el recuerdo? Porque, si se produce en ambas, tendremos siempre una doble imagen de cada cosa. No digamos que una de las imaginaciones representa las cosas inteligibles, y la otra las cosas sensibles, pues, en ese caso, estaríamos compuestos de dos seres que no guardan relación entre sí. Ahora bien, si la memoria se halla en las dos imaginaciones, ¿qué diferencia existe entre las dos imágenes? ¿Cómo no nos damos cuenta de esta diferencia? Ocurre que, o bien una imagen se muestra de acuerdo con la otra y, no existiendo separadas las dos imaginaciones, una de ellas ha de dominar a la otra, con lo cual se produce una sola imagen, o bien una de las imágenes acompaña a la otra como una sombra o como una débil luz que sigue los pasos de otra luz mayor. Aunque también podría haber lucha y disonancia entre ellas, de tal modo que una y otra se manifestasen por sí mismas. Se nos oculta en realidad cuál de ellas está en la otra, porque es evidente que desconocemos la dualidad de nuestras almas. Ambas concurren a una unidad, si bien una de estas almas cabalga sobre la otra. Una de ellas, ciertamente, lo ve todo, e incluso fuera del cuerpo conserva algunos recuerdos, aunque abandone los de la otra alma. Lo mismo que acontece cuando abandonamos la compañía de seres más humildes por otros de más alcurnia: sólo conservamos de los primeros un pequeño recuerdo, mientras de los segundos tenemos una fiel imagen.