9. Habrá que investigar ahora cómo se introduce el alma en el cuerpo, mejor dicho, cómo y de qué manera. Esto no puede menos de suscitar nuestra admiración y de estimular nuestra búsqueda. Porque de dos modos puede entrar el alma en el cuerpo. En primer lugar, puede ocurrir que el alma se encuentre ya en un cuerpo y que deba pasar de un cuerpo aéreo o ígneo a un cuerpo terrestre; si se dice que no se da este paso es porque no está manifiesta la acción correspondiente. En segundo lugar, el alma puede pasar a un cuerpo sin haberse encontrado antes en otro; entonces, naturalmente, el alma entra, por primera vez, en comunicación con un cuerpo. Convendrá examinar en este caso con toda atención qué es realmente lo que experimenta el alma cuando, completamente pura de todo contacto con el cuerpo, entra en relación con la naturaleza corpórea.
Deberemos comenzar tal vez por el alma del universo, o mejor será necesario que comencemos por ella. Pero convendrá pensar que tanto la entrada del alma en el cuerpo como la acción de darle vida tiene para nosotros un fin ilustrativo y de esclarecimiento de nuestra mente; porque es claro que este universo nunca ha carecido de alma, ni ha podido existir en ningún momento, estando el alma ausente de él, ya que tampoco ha existido nunca una materia carente de orden. Podemos, sin embargo, imaginar estos términos separándoles mentalmente unos de otros, ya que es posible, en efecto, analizar todo compuesto valiéndonos del pensamiento y de la reflexión. La verdad queda planteada de este modo; caso de no existir un cuerpo, el alma no le precedería, puesto que no hay otro lugar en el que ella asiente por naturaleza. Si debe preceder, tendrá que engendrar un lugar para sí misma, esto es lo que llamamos un cuerpo. Ahora bien, el alma está en reposo y permanece en el Reposo en sí, semejante a una luz que se manifiesta en toda su fuerza, pero cuyo resplandor, una vez llegado a los últimos confines, se convierte en oscuridad; el alma que la ve y que, además, la ha originado, necesariamente ha de darle una forma, porque no sería justo que lo que es vecino del alma estuviese privado de la razón. Tendrá, pues, tanta parte en ella cuanta pueda recibir la oscuridad, comportándose así como una sombra en la sombra engendrada por el alma.
El mundo, que es como una mansión bella y variada, no está separado de su creador ni puede prescindir de la comunicación con él, sino que, muy al contrario, todo entero y en todas partes ha de ser digno de sus cuidados, con los cuales recibirá provecho en su ser y en su belleza, en la medida en que pueda participar en ellos. Con todo, nada perjudicial resultará para el ser que está sobre él, porque este ser que le dirige continúa permaneciendo en lo alto. En estas condiciones se encuentra el universo animado: dispone de un alma que no es suya, pero que está hecha para él. Esa alma realmente le domina, sin que él pueda a su vez dominarla; y, además, le posee, sin que él pueda poseerla a ella. Este mundo asienta en el alma que le sostiene y nada hay en él que no participe en esta alma; es como una red tendida en las aguas, que vive en ellas y no puede, sin embargo, hacerlas suyas. Pero, cuando la mar se extiende, también la red se extiende con ella en la medida que le es posible, ya que cada una de sus partes se encuentra precisamente allí donde debe estar. Del mismo modo, el alma es tan grande por naturaleza que puede abarcar en sí misma a toda la sustancia corpórea. Así, dondequiera que el cuerpo se encuentre, allí se encuentra ella; y si se diese el caso de no existir un cuerpo, en nada afectaría esto a la magnitud del alma, que seguiría siendo lo que es. El universo tiene también tal extensión que se encuentra allí donde se encuentre el alma; sus límites alcanzan precisamente hasta el lugar donde le preserve el alma. La sombra de ésta avanza, pues, tanto como la razón que proviene de ella. Y la razón, a su vez, produce una magnitud comparable a la que su forma quiso producir1.
A través de todo el capítulo se advierte muy bien, no sólo el sentido cosmológico de la teoría de Plotino, sino de modo especial lo que el mismo piensa e imagina sobre la acción del alma. Según se deduce del razonamiento de Plotino, el cuerpo o la materia existen porque el alma necesariamente les precede. La materia, diríamos mejor, es como un límite de la acción del alma; a ella se debe tan naturalmente como la oscuridad a la luz, pues el resplandor de la luz también se convierte en oscuridad una vez llegado a sus últimos confines. ↩