Enéada IV, 4, 1 — A memória em sua relação à união da alma e do corpo (1)

1. ¿Qué es lo que podrá decir y qué recuerdos conservará un alma que se encuentra en el mundo inteligible y a inmediaciones de la sustancia? Se afirmará en consecuencia que contempla los seres inteligibles, como objetos que son de su actividad por hallarse en medio de ellos; o, en otro caso, no se encontraría en el mundo inteligible. No recuerda, pues, ninguna de las cosas de este mundo, ni recuerda siquiera que ya filosofaba y que, desde aquí mismo, contemplaba los seres inteligibles. Pero, no es posible, para esa alma, cuando su pensamiento se aplica a los seres inteligibles, hacer otra cosa que pensarlos y contemplarlos. Lo que ahora tenga en el pensamiento no implica para nada el recuerdo de haber pensado, ya que si así ocurriese, podría decir al final: he pensado, con lo cual el cambio quedaría manifiesto.

El alma que contempla en toda su pureza la región de los inteligibles no podrá tener en la memoria los acontecimientos de este mundo. Además, si, como parece, todo pensamiento se sitúa fuera del tiempo, dado que los inteligibles mismos se encuentran en la eternidad y no en el tiempo, es imposible que haya memoria alguna en aquella región, no sólo de las cosas ocurridas en la tierra, sino incluso de cualquier otro hecho, sea éste el que sea. Porque para esa alma todo está presente y no necesita verificar ningún recorrido ni pasar de una cosa a otra. ¿Pues qué? ¿No se da entre los inteligibles una división del género en especies y un paso de lo que está abajo a lo universal y, en definitiva, al término superior? Y si suponemos que la inteligencia no procede de este modo, puesto que se encuentra toda ella en acto, ¿por qué no decir lo mismo del alma, una vez en el mundo inteligible? ¿Hay algo que le impida su visión conjunta de todos los inteligibles? ¿Y no es ella como la de un solo objeto visto de una vez? En realidad se trata de un espectáculo en el que se reúnen pensamientos y cosas múltiples, algo verdaderamente variado y objeto también de un pensamiento variado, esto es, de pensamientos múltiples que se producen simultáneamente, al modo como en la percepción de un rostro tenemos las distintas sensaciones de los ojos, de la nariz y de las otras partes. Pero, ¿y cuándo divide un género y lo desenvuelve en sus especies? La división se verifica ya en la inteligencia y constituye para ella como una impronta. Por otra parte, ni lo anterior ni lo posterior que se encuentra en los conceptos se refiere para nada al tiempo; con lo cual tampoco el pensamiento de lo anterior precede en el tiempo al de lo posterior. Hay una ordenación de pensamientos, semejante a la que se da en una planta: también aquí las raíces y la parte superior de las ramas no guardan otra relación de primacía con respecto a las demás partes de la planta que la que pueda haber, según un determinado orden, para quien contempla la planta toda de una vez. Pero cuando el alma mira hacia un solo género, luego hacia algunas de sus especies y por fin hacia todas ellas, ¿cómo podrá aprehenderlas si no es de manera sucesiva? Digamos que la potencia de un género se aparece como una, e igualmente como múltiple, cuando se halla en otra cosa; entonces, sin embargo, todos los términos del género no se recogen en un solo pensamiento. Porque los actos (de esa potencia) tampoco responden a una unidad, sino que existen desde siempre por la potencia misma del género, ofreciéndose a la vez en las cosas más diversas. Porque el ser inteligible no es en verdad como el Uno y puede admitirse en él una naturaleza múltiple que antes no existía.