Enéada IV, 4, 16 — A questão da sucessão: ela existe nos produtos da alma, mas não nela

16. Pero si hay en el alma universal una cosa y luego otra, si esta alma produce una cosa antes y otra después, y si, además, actúa en el tiempo, es claro que mira hacia el futuro. Ahora bien, si mira hacia el futuro, también se inclina hacia el pasado. En las acciones del alma se dará, pues, lo anterior y lo posterior; pero en el alma misma no hay posibilidad de pasado puesto que todas sus razones seminales, como ya se ha dicho, existen al mismo tiempo. Ahora bien, si las razones seminales son simultáneas, no puede decirse lo mismo de las acciones, que no se dan, además, en el mismo lugar. Así, las manos y los pies, que se dan juntamente en la razón seminal del hombre, aparecen aparte en el cuerpo humano. No obstante, también en el alma universal se ofrece separación de partes, aunque en un sentido diferente al de lugar; con lo cual, ¿no habrá que entender aquí en otro sentido lo que es anterior y lo que es posterior? Como partes separadas convendría entender lo que es de naturaleza diferente; pero, en este caso, ¿cómo se entendería rectamente lo que es anterior y lo que es posterior? De ninguna manera, si quien organizase el mundo no lo dirigiese a su vez; porque, verdaderamente, tendrá que disponerlo todo en un antes y en un después, ya que, de otro modo, ¿cómo no iban a existir simultáneamente todas las cosas? Se diría esto con razón, si uno fuese el organizador y otra la organización misma; pero si el ser que dirige es la organización primera, ya no ordena en realidad las cosas, sino que las produce de manera sucesiva. Porque, caso de hablar, lo haría mirando a la organización misma y sería entonces distinto a ella. ¿De dónde, pues, la identidad? Consideremos que el organizador no es materia y forma, sino tan sólo forma pura, esto es, el alma, potencia y acto que vienen después de la inteligencia. Y en la realidad se da la sucesión de unas y otras cosas cuando éstas no pueden verificarse a la vez.

El alma así entendida es algo digno de veneración, cual un círculo perfectamente unido a su centro. El círculo, a su vez, constituye la magnitud más pequeña después del centro, con intervalos verdaderamente nulos. Tal es la relación misma de los principios: si se coloca el Bien en el centro, la Inteligencia comprenderá un círculo inmóvil y el alma, por su parte, un círculo movido por el deseo. Porque la Inteligencia posee el Bien inmediatamente y, además, le abarca, en tanto el alma desea el Bien que está más allá del ser. La esfera del mundo posee el alma que desea el Bien, y es movida porque el deseo resulta apropiado a su naturaleza. Ahora bien, como es un cuerpo, desea naturalmente un ser que se encuentre fuera de ella; por eso le rodea y gira alrededor de él, esto es, se mueve de manera circular.