Enéada IV, 4, 17 — A questão da sucessão das razões na alma: mais a alma é submetida a um princípio único, melhor ela é

17. Pero, ¿cómo no se dan en nosotros los pensamientos y las ideas del mismo modo que se dan en el alma universal? ¿Por qué en nosotros esa sucesión en el tiempo y esa serie de investigaciones? ¿Serán debidas a la multiplicidad de principios y de movimientos y al hecho de que no domina un solo ser? ¿O habrá que pensar que nuestras necesidades varían constantemente y que cada uno de los momentos, indeterminado en sí mismo, se ve lleno a cada instante por objetos externos, siempre también diferentes? ¿Acaso cambia la voluntad de acuerdo con la ocasión y la necesidad presentes? En lo exterior ocurre ahora una cosa y luego otra. Y como a nosotros nos dominan fuerzas múltiples, cada potencia podrá recibir de las otras muchas y renovadas imágenes, las cuales serán como impedimentos para sus movimientos y sus acciones. Porque, cuando se origina en nosotros un deseo, surge verdaderamente una imagen del objeto deseado cual una especie de sensación anunciadora y reveladora, que nos da a conocer nuestras pasiones y nos pide que las sigamos y las obedezcamos. Lo que en nosotros le obedece o le hace resistencia, eso precisamente permanece en la incertidumbre. Lo mismo acontece con la cólera que nos mueve a protegernos y con las necesidades del cuerpo y las demás pasiones, que nos hacen juzgar de manera diferente las mismas cosas. Y otro tanto ocurre con la ignorancia del bien, o la falta de consistencia de un alma que se ve arrastrada a todas partes. De la mezcla de todas estas cosas derivan todavía muchos otros resultados.

¿Diremos entonces que nuestra parte mejor es enteramente voluble? No, ciertamente, porque la incertidumbre y el cambio de opinión hay que atribuirlos a la variedad de nuestras facultades. La recta razón, que proviene de la parte superior del alma y se entrega a ella, no se debilite en su propia naturaleza sino en virtud de su mezcla con las otras partes. Viene a ser algo así como el mejor consejero entre el múltiple clamor de una asamblea; ya no domina con su palabra sino que lo hacen, como allí, el ruido y los gritos de los hombres inferiores, mientras él, que permanece sentado, nada puede ya y se siente vencido por el alboroto de los peores. En el hombre más perverso es la totalidad de sus pasiones la que domina; ese hombre es el resultado de todas estas fuerzas. En cambio, el hombre que está en medio puede ser comparado a una ciudad en la que domina un principio útil, conforme a un gobierno democrático que se mantiene puro. En su caminar hacia lo mejor, su vida se parece al régimen aristocrático por cuanto que huye del conjunto de las facultades y se entrega a los hombres más buenos. El hombre plenamente virtuoso separa de las demás la potencia directriz, que es única, y con ella ordena las restantes facultades. Ocurre así como si existiese una doble ciudad, la de los de arriba y la de los de abajo, gobernada según un orden superior.

En el alma del universo actúa de manera uniforme un único y mismo principio; en las otras almas esta actividad es por completo diferente y ya se ha dicho el porqué. Pasemos, pues, a otra cosa.