Enéada IV, 4, 2 — A memória em sua relação à união da alma e do corpo (2)

2. Demos esto por bueno. Más, ¿cómo se recuerda de sí mismo? No tiene, desde luego, el recuerdo de sí mismo, ni sabe que es él, Sócrates, por ejemplo, quien contempla; no sabe tampoco si es una inteligencia o un alma. Pero habrá que dirigir la mente a este tipo de contemplación, que incluso se da en este mundo donde no hay lugar para que el pensamiento vuelva sobre sí mismo. Es claro que nos poseemos a nosotros mismos, pero nuestra actividad se dirige al objeto contemplado hasta convertirnos en él, ofreciéndonos como su materia. Somos entonces como la forma de lo que vemos, pero, en realidad, nosotros mismos, no lo somos más que en potencia. Con lo que vendría a resultar que este ser está en acto precisamente cuando no piensa en nada. Y ello sería así si se encorase completamente vacío. Ahora bien, como en realidad es él mismo todas las cosas, cuando piensa en sí mismo piensa también todas las cosas. De tal modo que en esa intuición y visión en acto que tiene de sí mismo abarca en realidad todas las cosas, al igual que en la intuición de todas las cosas se abarca también a sí mismo. Si esto es así, sus pensamientos son realmente cambiantes, cosa que anteriormente no admitíamos.

Sólo la inteligencia permanece idéntica a sí misma. En cuanto al alma, situada en los límites del mundo inteligible, afirmaremos que puede cambiar, puesto que puede avanzar más hacia adentro. Si una cosa permanece alrededor de algo, conviene naturalmente que cambie y que no permanezca siempre de la misma manera. O lo que es lo mismo, no se habla de un verdadero cambio al mencionar el paso de los inteligibles a sí mismo, o de sí mismo a los inteligibles. Porque es claro que este mismo ser es todas las cosas, y él y todas las cosas constituyen una unidad. El alma que permanece en la región de los inteligibles experimente cosas diferentes en lo que respecte a si misma y a los objetos que hay en ella. Pero, si vive puramente en este mundo, ella misma tiene que poseer la inmutabilidad, puesto que ha de ser lo que son estos objetos. Incluso cuando se encuentra en la tierra, el alma debe tender necesariamente a la unión con la inteligencia, si de verdad se vuelve hacia ella. Cuando esto ocurre, nada se intercala entre ella y la inteligencia, y el alma se dirige a la inteligencia y armoniza enteramente con ella. Esta unidad no puede ser destruida en modo alguno, pero es la unidad de dos cosas. Es así que el alma no puede cambiar sino que conserva una relación inmutable con la inteligencia y posee a la vez la conciencia de sí misma; de tal modo que ha venido a ser una sola cosa con lo inteligible.