Enéada IV, 4, 20 — O desejo (1)

20. Hay que instituir, pues, como principio de los deseos del cuerpo, esa parte común a que nos referíamos y la naturaleza misma del cuerpo que concuerda con ella. Porque no puede señalarse como principio de los deseos y de las inclinaciones a ningún cuerpo o alma, tomados por separado. No es el alma la que busca los sabores dulces o amargos, sino el cuerpo, pero entiéndase bien, el cuerpo que no quiere ser sólo un cuerpo. Este cuerpo ha debido procurarse muchos más movimientos que el alma, forzado como está a volverse a muchas partes para las nuevas adquisiciones de que tiene necesidad. Por ello, en unas ocasiones ha de contar con lo amargo, en otras con lo dulce. Y necesita de la humedad y del calor, todo lo cual en nada le aprovecharía si se encontrase solo.

Como decíamos anteriormente, del dolor proviene el conocimiento. El alma, que quiere apartar el cuerpo del objeto que produce este dolor, lo aparta en efecto y lo hace huir, en tanto el órgano, que ha sido afectado el primero, aleccionado por esto, trata de escapar y de sustraerse a aquél. Así, aquí nos instruyen la sensación y la parte del alma vecina al cuerpo, esa parte que llamamos naturaleza y que da al cuerpo una huella de sí misma. En la naturaleza se concluye, pues, aquel deseo preciso que había tenido comienzo en el cuerpo; luego, la sensación presenta la imagen del objeto, y el alma, por su parte, o da paso al deseo, como es su deber, o le hace resistencia y se muestra firme, no prestando atención al cuerpo, en el que comenzó el deseo, ni a la naturaleza consecuente con el deseo. Pero, ¿por qué estos dos deseos, y no el deseo de un cuerpo, y de un determinado cuerpo? Hemos de admitir que si la naturaleza es una cosa, el cuerpo vivo es realmente otra. Pero el cuerpo ha salido de la naturaleza, porque la naturaleza misma de un cuerpo es anterior al nacimiento de este cuerpo y es ella la que lo produce, lo modela y lo conforma. De ahí que el deseo no deba comenzar en la naturaleza, sino en el cuerpo vivo, cuando éste experimenta algo y sufre; esto es, “cuando desea estados contrarios a los que ahora sufre, el placer en lugar del sufrimiento y la satisfacción en lugar de la necesidad”. Pero la naturaleza, actuando como una madre, adivina los deseos del cuerpo vencido por el dolor, y trata de enderezarlo y de elevarlo hacia ella, buscando todo aquello que puede curarle y ayudándole y uniéndose a sus deseos, que terminan por pasar del cuerpo a ella. De modo que podrá decirse que el cuerpo desea por sí mismo, que en la naturaleza el deseo proviene del cuerpo y existe por él, y que la facultad que da paso al deseo es algo muy diferente a él.