Enéada IV, 4, 33 — Há um acordo neste vivente. A analogia da dança

33. De la misma manera que la revolución del cielo no se da al azar, sino que es conducida por la razón del ser animado, así también es necesario que se dé una armonía entre los sujetos agentes y los pacientes e, igualmente, un cierto orden en la disposición de las partes. De tal modo que para cada actitud de la revolución del universo hay una determinada disposición de las cosas que dependen de ella. Es como si se tratase de una misma danza interpretada por múltiples danzantes, pues también en las danzas que nosotros presenciamos cada movimiento del coro está sincronizado con otros cambios extraños a él, como por ejemplo el sonido de las flautas y las voces de los cantores, o cualesquiera otros instrumentos que con el coro tienen relación; pero, ¿a qué hablar ya de cosas tan evidentes? No podría decirse lo mismo, sin embargo, del papel individual de cada danzante, que debe adaptarse necesariamente a cada una de las figuras del coro: así, formará un todo con la danza y sus miembros se plegarán a ella, y mientras unos tendrán que flexionar, otros, por el contrario, quedarán libres; esto es, unos trabajarán fatigosamente y otros se tomaran un respiro a tenor de la diferencia de cada figura. La voluntad del danzante está realmente dominada por otra cosa y su cuerpo sufre con el paso de la danza, a la que, sin embargo, obedece por entero y de manera sincrónica. De modo que un hombre con experiencia de la danza podría anticiparnos cómo a tal esquema se corresponde una elevación de un miembro, o una inflexión de otro, o a un encubrimiento de uno, la humillación o abatimiento de otro. Ninguna otra elección cabe realizar al danzante, el cual, al incorporar a la danza todo su cuerpo, ha de dar necesariamente una determinada posición a las partes que colaboran en ella. A los movimientos del danzante hemos de comparar precisamente los que tienen lugar en el cielo, porque las cosas del cielo producen o anuncian todas las demás cosas, y mejor aún, el mundo entero, que vive con su vida universal, pone en movimiento las partes más importantes y las hace transformarse de continuo, hasta tal punto que las relaciones de estas partes entre sí y la que mantienen con el todo traen consigo las consiguientes modificaciones, como ocurre en el movimiento del animal. Y así, un estado determinado de cosas se corresponde con una determinada situación, posición y figura. No, ciertamente, porque en ello influyan los seres que forman la figura, sino por la actividad misma del agente que se la da, el cual no actúa sobre algo diferente a sí mismo, sino que es ya él mismo todas las cosas que existen. Trátese en un caso de las figuras, o en otro de las modificaciones que necesariamente las acompañan, siempre podrá decirse que se dan en el animal universal, dotado de un determinado movimiento. Su constitución y su composición son por naturaleza lo que son, mientras las pasiones y las acciones que hace recaer sobre sí mismo han de atribuirse a la necesidad.