37. Nada de lo que existe en el universo debe ser rechazado. Porque si tratásemos de encontrar en qué consiste la acción del fuego y de los cuerpos parecidos a él, por muy sabios que nos creyésemos nos hallaríamos en gran dificultad, de no atribuir su poder al hecho mismo de que se dé en el universo. Y otro tanto ocurriría con los cuerpos que nos son más usuales. Pero nosotros no emitimos nuestro juicio ni mantenemos dudas sobre los hechos que nos resultan habituales; muy al contrario, desconfiamos de las cosas que no son habituales, que son las que, ciertamente, producen nuestra admiración. Cuando, en verdad, también la producirían aquellos otros hechos si se nos diesen a conocer sus operaciones antes de experimentar sus poderes.
Hemos de afirmar que, aun sin la razón, todo ser tiene un cierto poder, modelado y conformado como está en el universo, y participante además en el alma de éste, verdadero ser animado por el cual es contenido y del cual, a su vez, forma parte. Porque es evidente que nada hay en el universo que no sea parte de él, si bien unos seres disfrutan de más poder que otros y las cosas de la tierra, por ejemplo, son inferiores en potencia a las cosas del cielo, que disponen de una naturaleza más visible. En cuanto a la acción de las potencias no hemos de atribuirla a la voluntad de los seres de los que parece provenir — puede darse, en efecto, en seres carentes de voluntad — , ni a una reflexión sobre el don mismo de su poder, aun en el caso de que algo del alma provenga de esas potencias. Porque unos seres animados pueden proceder de otro sin que éste lo haya querido ni se vea disminuido por ello; e incluso sin que llegue a comprenderlo. Aun en el caso de que ese ser contase con voluntad, no sería ésta la que realmente actuase; con mayor razón, si se trata de un ser que no posee la voluntad y tampoco conciencia de sus actos.