4. Cuando el alma vive en el mundo inteligible ve el Bien por intermedio de la Inteligencia, pues el Bien no se oculta a tal punto que no llegue a difundirse hasta donde ella está. Ningún cuerpo hay entre el Bien y el alma que haga obstáculo a esta difusión; y, aunque lo hubiese, el Bien podría llegar desde los seres del primer rango hasta los seres del tercer rango. Si el alma se entrega a los seres inferiores, poseerá también lo que ella quiere en analogía con sus recuerdos y sus imágenes. De ahí que el recuerdo, aun siendo una de las cosas mejores, nunca será lo que hay de mejor.
Conviene tener en cuenta que el recuerdo no sólo existe con la percepción actual de lo que recordamos, sino que se da también con aquellos estados del alma que rememoran experiencias y conocimientos anteriores. Puede ocurrir que el alma posea tales disposiciones sin darse siquiera cuenta de ello, en cuyo caso cabe todavía que tengan más fuerza que si ella las conociese. Porque cuando el alma sabe que posee una disposición, se siente distinta a esa misma disposición; en cambio, si desconoce que la posee, se arriesga a ser eso mismo que ella posee, y son precisamente tales disposiciones las que, sobre todo, la hacen caer.
Al abandonar el mundo inteligible, el alma trae consigo sus recuerdos. Tenía recuerdos, en efecto, cuando se encontraba en este mundo, aunque sólo los tuviese en potencia. Su actividad intelectual los encubría, reduciéndolos, no al papel de improntas — cosa que lleva a consecuencias absurdas — , sino al de una potencia que habría de pasar luego al acto. Así, cuando el alma deja de actuar en el mundo inteligible, ve de nuevo lo que ya había visto, antes de penetrar en ese mundo.