Enéada IV, 4, 42 — Não há memória nos astros

42. En consecuencia, los astros no tienen necesidad de memoria — con tal objeto hemos tratado de todas estas cuestiones — , ni de las sensaciones provenientes de los seres. No se da en ellos, como piensan algunos, una aquiesencia a nuestras súplicas, porque, con nuestras súplicas o sin ellas, siempre recibimos de los astros alguna influencia, como partes que ellos son, al igual que nosotros mismos, de un solo y único universo. En éste se ejercen, ciertamente, muchos poderes independientes de la voluntad, sean o no ayudados por el arte. Y es que se trata (como decimos) de un ser animado único, cuyas partes se favorecen o perjudican en razón a su naturaleza. El arte de los médicos y el de los magos tiende a que una parte ofrezca a la otra alguno de sus poderes privativos. El universo, a su vez, da también algo a sus partes, algo que es realmente de él — o que resulta de la atracción de una de estas partes y, por tanto, de su misma naturaleza; porque, en definitiva, nadie que dirija sus súplicas a lo alto puede sentirse ajeno al universo.

No hay razón para admirarse de que el suplicante sea un malvado, puesto que los malos extraen igualmente agua de los ríos, sin que el ser que da sepa a ciencia cierta lo que da, sino simplemente que da algo. Así, pues, esta ordenación y estos dones provienen de la naturaleza del universo. De tal modo que si algún malvado toma de lo que es de todos lo que no debiera, le alcanzará el castigo por una ley necesaria.

No hemos de conceder, sin embargo, que el universo sufre; hemos de afirmar, por el contrario, que su parte dirigente es totalmente impasible. Las pasiones, si acaso, tienen lugar en sus partes y vienen muy bien a ellas; pero como nada de lo que ocurre es contrario a la naturaleza, todo lo que acontece deja al universo impasible frente a sí mismo. También los astros, supuesto que experimenten pasiones, son seres verdaderamente impasibles, como partes constitutivas del universo. Disfrutan, podemos decir, de una voluntad impasible y de unos cuerpos y unas naturalezas incapaces de recibir daño alguno. Y si, a través de su alma, dan algo de sí mismos, lo que fluya de ellos será para nosotros imperceptible, lo mismo que si reciben alguna cosa permanecerá oculta para nosotros.