5. Ninguna diferencia existe entre estas expresiones: la siembra de las almas para la generación, su descenso para la conclusión del universo, el castigo, la caverna, la necesidad y la libertad, puesto que la una exige a la otra, el ser en el cuerpo como en algo malo, con todo lo que dice Empédocles cuando habla de la huida que la aparta de Dios, de su vagabundaje o de su falta, o incluso con las fórmulas de Heráclito como el descenso en su huida, o, en general, con la libertad de su descenso, que no se contradice con la necesidad. Porque todo marcha de manera involuntaria hacia lo peor, aunque sea llevado por su movimiento propio y esto mismo nos haga decir que se sufre el castigo por lo que se ha hecho. Y además, cuando todo se sufre y se hace necesariamente por una ley eterna de la naturaleza y el ser que se une al cuerpo, descendiendo para ello de la región superior, viene con su mismo avance a prestar un servicio a otro ser, nadie podrá mostrarse disconforme ni con la verdad ni consigo mismo si afirma que es Dios el que la ha enviado. Pues todo lo que proviene de un principio se refiere siempre al principio del que salió, incluso en el caso de que existan muchos intermediarios. La falta del alma es en este sentido doble, ya que, por una parte, se la acusa de su descenso, y por otra, de las malas acciones que comete en este mundo. En el primer caso, cuenta la realidad de su descenso, pero en el otro, si realmente profundizó menos en el cuerpo y se retiró antes de él, habrá que enjuiciarla según sus méritos — entendiendo con la palabra juicio que todo esto depende de una ley divina — , haciéndose acreedor el vicio desmedido a un castigo mucho mayor, que habrá de estar al cuidado de los demonios vengadores.
Así se explica que el alma, que es realmente un ser divino, penetre en el interior de un cuerpo. Ella constituye la última de las divinidades, que viene a este mundo por una inclinación voluntaria, para hacer valer su poder y ordenar igualmente todo lo que la sigue. Si su huida ha sido más rápida, en nada la habrá dañado el conocimiento mismo del mal, ni el conocer la naturaleza del vicio o el haber hecho manifiesto su poder produciendo actos y acciones. Todo lo cual, caso de permanecer inactivo en el mundo incorpóreo, carecería de razón de ser si no pasase al acto, y el alma desconocería incluso que posee tales fuerzas al no hacerse éstas manifiestas ni mostrar su punto de origen. Porque el acto da a conocer siempre una potencia oculta y como invisible, que no existe en sí misma ni constituye una verdadera realidad. Cada uno, pues, se maravilla de la riqueza interior de un ser al ver la variedad de su apariencia exterior, tal como se declara en sus obras más sinuosas.