Enéada V, 1, 12: Se nossa alma possui “coisas tão grandes”, porque permanece frequentemente inerte e inativa?

Capítulo 12: Se nossa alma possui “coisas tão grandes”, porque permanece frequentemente inerte e inativa?
1-10. As realidades de “lá em cima” são sempre ativas e puras, enquanto que nossa alma, que é composta de várias faculdades, deve se servir logo de sua faculdade sensível. Logo nós só podemos conhecer quando a sensação é levada ao ato por um objeto que a “atravessa”.
10-21. A faculdade sensível deve consagrar sua atenção àquilo que se encontra “no interior” da alma ela mesma, e negligenciar os “ruídos sensíveis” que vêm do exterior para se consagrar à escuta dos sons “interiores” que provêm de “lá em cima”.


Traducción del griego por José Antonio Migues

12. Pero, si tenemos en nosotros todas estas cosas, ¿cómo es que no las percibimos y nos mantenemos, en cambio, desocupados la mayor parte del tiempo haciendo caso omiso de tales actividades, e incluso en algunos casos desconociéndolas totalmente? Digamos a este respecto que los seres del mundo inteligible ejercen constantemente sus actividades, y lo mismo la Inteligencia que el principio que es anterior a ella, subsistente siempre en sí mismo. En cuanto al alma también aparece animada de un movimiento eterno1; pero no percibimos todo lo que ocurre en el alma sino tan sólo lo que llega hasta nosotros a través de la sensación. Porque es claro que cuando una actividad no se transmite al sentido sensible, no atraviesa en realidad el alma entera. No conocemos, pues, verdaderamente, dado que contamos con una facultad sensitiva y no constituimos una parte del alma sino que somos la totalidad de ella. Además, cada una de las partes del alma vive y actúa según su función propia, de lo cual sólo adquirimos conocimiento por medio de la comunicación y de la percepción. Convendrá, por tanto, que volvamos nuestra percepción hacia el interior de nosotros mismos y que nos apliquemos a ella si queremos tener presentes esas acciones. Porque lo mismo que un hombre, cuando se halla a la espera de un sonido que desea escuchar, se aleja de los demás sonidos y tan sólo presta atención al mejor de los que llegan hasta él, así también habremos de dejar a un lado todos los sonidos sensibles, si la necesidad no nos lo impide, para conservar en toda su pureza y bien dispuesto a las voces de lo alto, ese poder de percepción de que dispone el alma.


  1. 34 Cf. Platón, Fedro, 245 c.