Enéada V, 1, 6: Como o Intelecto foi engendrado pelo Uno?

Capítulo 6: Como o Intelecto foi engendrado pelo Uno?
1-8. A Alma quer compreender porque o Uno não ficou nele mesmo e como produziu a multiplicidade.
8-17. O Uno é imóvel nele mesmo como uma divindade em um santuário.
17-22. Tudo o que ele produz não está no tempo, mas na eternidade..
22-27. Tudo aquilo que nasce do Uno provém dele sem que ele o queira e sem que ele seja movido.
27-37. O Uno produz as coisas que vêm depois dele sem ser diminuído, como o sol produz a luz.
37-44. Todas as coisas, que chegam à maturidade, engendram. O Uno, que é sempre perfeito, engendra sempre realidades eternas que, como o Intelecto, lhe são no entanto inferiores.
45-53. O Intelecto engendra a Alma que lhe é inferior. Toda a realidade engendrada tem necessidade do princípio que a engendrou e deseja se unir a ele.


6. Pero, ¿cómo ve el pensamiento y qué es en verdad lo que ve? Sobre todo, ¿cómo existe y nace del Uno para poder llegar a ver? Porque ahora el alma tiene esto como necesario, pero, aún así, desea vivamente resolver ese problema, tan machaconamente repetido por los antiguos sabios: cómo del Uno, tal como nosotros lo entendemos, pueden venir a la existencia una multiplicidad cualquiera, una díada o un número, o, lo que es igual, cómo el Uno no permaneció en sí mismo y cómo creemos poder reducir a la unidad esa multiplicidad de los seres visibles. Parece oportuno que invoquemos a Dios no con palabras sino con la intención suplicante del alma; sólo de esta manera podremos invocarle a solas.

Conviene, pues, que al contemplar el Uno que se da a sí mismo como en el interior de un santuario -el Uno que permanece inmóvil más allá de todas las cosas-, contemplemos también esas imágenes estables que se vuelven hacia afuera, y mejor aún la imagen que primero apareció y que se hizo manifiesta del modo siguiente: para todo lo que se mueve conviene que haya un término hacia el cual se mueva; más, como nada semejante cabe decir del Uno, puesto que no podemos afirmar que se mueve, diremos, entonces, que, si alguna cosa proviene de El, habrá de venir a la existencia si El está vuelto desde siempre hacia sí mismo. (La generación en el tiempo no deberá constituir para nosotros una dificultad cuando nos referimos a los seres eternos; porque les atribuimos de palabra la generación para concederles de algún modo la relación causal y el orden). De hecho, sin embargo, hemos de afirmar que lo que proviene del Uno no es debido al movimiento de éste. Ya que si algo se originase por su movimiento, este término así engendrado sería el tercero, después del movimiento, y no ya el segundo. Conviene, por tanto, que, si ha de existir un segundo término después de él, se dé realmente sin que el Uno se mueva, sin que se incline o lo desee, sin que, en general, tenga que moverse de algún modo. ¿Cómo, entonces? Pues, ¿qué podremos imaginar alrededor del Uno, si éste permanece inmóvil? Imaginemos una viva luz proveniente de El -de El que permanece inmóvil-, cual la luz resplandeciente que rodea al sol y nace de él, aunque el sol mismo permanezca siempre inmóvil. Por lo demás, todos los seres que existen producen necesariamente alrededor de ellos, como saliendo de su propia esencia, una realidad que mira hacia afuera y depende de su poder actual. Esta realidad es como una imagen de los seres de que proviene. Tal ocurre, por ejemplo, con el fuego, que hace nacer de sí mismo el calor, o también con la nieve, que no retiene en su interior todo su frío. Y mayor prueba nos dan todavía los objetos olorosos, los cuales, en tanto que existen, producen alrededor de ellos una verdadera emanación, de la que disfrutan los seres que están próximos. A mayor abundamiento, todos los seres que han llegado al estado de perfección producen necesariamente algo; con más razón, pues, producirá siempre el ser que ya es eternamente perfecto, el cual producirá de suyo un ser eterno, pero de menor importancia que él. ¿Qué convendrá decir, entonces, del ser que es más perfecto que ninguno? Sin duda, que de él no puede provenir otra cosa que lo que hay de más grande después de él. Pero lo que hay de más grande después de él es, precisamente, la Inteligencia, que constituye el segundo término. Porque, efectivamente, la Inteligencia ve el Uno y de ninguna otra cosa tiene necesidad. El Uno, sin embargo, no tiene necesidad de ella. Lo que nace, pues, del término superior a la Inteligencia es la Inteligencia misma, la cual es superior a todas las cosas porque todas las demás cosas vienen después de ella. Así, el alma es la palabra y el acto de la Inteligencia, lo mismo que ésta es la palabra y el acto del Uno. Pero la palabra del alma es oscura, porque, como tal imagen de la Inteligencia, debe mirar hacia ella, lo mismo que la Inteligencia ha de mirar hacia el Uno para conservarse como tal Inteligencia. Y lo ve, ciertamente, sin estar separada de El, porque nada hay que se encuentre entre ambos, como nada hay tampoco entre el alma y la Inteligencia. Todo ser que ha sido engendrado desea y ama al ser que lo engendró, sobre todo cuando sólo existen realmente estos dos seres. Lo cual quiere decir que cuando el ser productor de algo es el ser mejor que hay, el ser que ha sido engendrado convivirá necesariamente con él, sin que ya les separe otra cosa que su misma alteridad.