Enéada V, 3, 12 — O Uno é absolutamente simples

12. Pero, ¿qué es lo que impide que sea múltiple, si se trata de una esencia única? Porque podría ser múltiple, no por ser compuesto, sino por la multiplicidad de sus mismos actos. Mas, si estos actos no son sustancias, pasa realmente de la potencia al acto. No es, pues, múltiple, sino más bien algo imperfecto antes de pasar al acto. Y si su sustancia es su acto, y su acto es a la vez múltiple, su sustancia será también tan múltiple como lo es su acto. Cosa que, verdaderamente, aceptamos para la Inteligencia, a la que atribuimos el pensamiento de sí misma, pero no asignamos el principio todas las cosas. Por consiguiente, conviene que exista la unidad antes la multiplicidad, porque es claro que la multiplicidad proviene de ella. Lo tenemos a la vista en un número cualquiera, en el que el uno es siempre lo primero. Podría argüirse, sin embargo, que en el número ocurre así porque todos los números sucesivos son compuestos (de unidades); pero, en cuanto al mundo de los seres, ¿qué necesidad hay una unidad de la que provenga la multiplicidad de todos ellos? A lo que contestaríamos que, (si esta unidad existiese), los seres múltiples se aparecerían dispersos y sin otro aglutinamiento que el propio azar. Podría añadirse: pero basta tan sólo con que sus actos provengan de la unidad de una inteligencia, que es un ser simple. Lo cual daría por supuesto que existe un término simple, anterior (necesariamente) a los actos. Y, a renglón seguido, habría que admitir también que los actos son hipóstasis que existen eternamente. Mas, si son hipóstasis, serán a la vez algo diferente del término del que provienen, con lo que habrá un término que subsiste en su simplicidad y, como provenientes de él, una serie de actos múltiples que existen en sí mismos, pero siempre dependientes de su principio. Porque si fuesen tan sólo un acto de este término, el término mismo sería múltiple; pero, siendo como son los primeros actos, tendrán que constituir un segundo término, haciendo con esto que el término anterior a ellos permanezca en sí mismo. Los actos, pues, habrán de atribuirse al segundo término, que es realmente una reunión de actos. Una cosa es el término simple y otra los actos que provienen de él, sin que él tenga necesidad de actuar. De no ser así, la Inteligencia no sería tampoco el acto primero. Porque el Uno no tuvo que esforzarse para hacer nacer la Inteligencia, esto es, para que ella naciese a continuación, como si su esfuerzo fuese algo intermedio entre él mismo y la Inteligencia que nace. Realmente, él no puede esforzarse en absoluto, porque en este caso sería un ser imperfecto. Por otra parte, su mismo esfuerzo carecería de objeto, porque no hay nada que no posea ni objeto alguno hacia el que él deba extenderse. Está claro, pues, que si algo existe después de él, existirá sin que él abandone su carácter. Porque, para que una cosa exista después de él, es necesario que él mismo se encuentre en todas partes y que permanezca en reposo. De otro modo, se movería con anterioridad al movimiento y pensaría con anterioridad al pensamiento; o tal vez su acto primero fuese algo imperfecto y tan sólo una nueva tendencia. Pero, ¿hacia qué podría moverse, una vez alcanzado su objeto? Propondremos como cosa razonable que el acto que emana del Uno es en cierto modo como la luz que emana del sol. Porque hemos de admitir, en efecto, que toda la naturaleza inteligible es una luz, en la cima de la cual se yergue el Uno, que reina sobre ella sin lanzar fuera de sí sus rayos luminosos. O diremos, también, que el Uno es otra luz anterior a la luz, que lumina la naturaleza inteligible sin dejar de permanecer inmóvil. Porque el ser que viene después del Uno ni se separa de él ni es idéntico a él; no es tal que no una sustancia o un ser ciego, ya que ve, se conoce a sí mismo y es en realidad el primer cognoscente. Y, lo mismo que el Uno se encuentra más allá de la Inteligencia, se encuentra también más allá del conocimiento, no teniendo necesidad de él como tampoco de ninguna otra cosa. El conocimiento, por el contrario, ha de darse en una segunda naturaleza, puesto que es una cierta unidad, en tanto el Uno es una unidad sin más; porque, si fuese una cierta unidad ya no sería el Uno en sí mismo, al que hemos de concebir como anterior a cualquier cosa.