Enéada V, 3, 3 — O intelecto da alma e o Intelecto “puro”

3. La sensación nos da la visión de un hombre y ofrece su imagen a la razón discursiva. Pero, ¿qué es lo que dice ésta? Nada diría y se limitaría a conocerla si no se preguntase a sí misma lo que esta imagen es, o si, en el caso de que la hubiese encontrado anteriormente, no respondiese con una apelación a la memoria, diciendo, por ejemplo, que es Sócrates. Sí optase por desenvolver su forma, tendría, entonces, que detallar todo lo que le ofrece su imaginación. Ahora bien, si dice que (Sócrates) es bueno, lo que hace es contestar de acuerdo con sus conocimientos derivados de la sensación. Y esta contestación es congruente, puesto que ella tiene en sí misma el modelo del bien. Pero, ¿cómo lo tiene? Sin duda, porque es semejante al bien y porque se ha fortalecido en la percepción del bien gracias a la iluminación de la Inteligencia. Pues, como se trata de una parte pura del alma, recibe en sí misma las huellas de la Inteligencia. Más, en este caso, ¿cómo no le damos el nombre de Inteligencia, y el de alma a todo lo que comienza a partir de la sensibilidad? Porque conviene que el alma sea razonable y todo esto de que ahora hablamos son operaciones del poder de razonar. Entonces, ¿cómo no ponemos fin a la cuestión, concediendo a esta parte el conocimiento de sí misma? Sin duda porque le hemos otorgado el que atienda a las cosas exteriores y el que se ocupe de ellas, dejando para la Inteligencia el examen de las cosas propias y el de todo lo que se da en ella misma. Sin embargo, podrá argüirse, ¿qué impide que el razonamiento, por alguna otra de sus potencias, examine lo que le es propio? Contestaríamos que, en tal caso, no se busca ya la razón discursiva o el razonamiento, sino que lo que se alcanza es la inteligencia pura. Y bien, ¿pero qué impide que la inteligencia pura se dé en nuestra alma? Nada, diríamos; pero convendría añadir, entonces, que se trata de una parte del alma. Y esto no podríamos decirlo, porque, aunque afirmemos que es algo nuestro, la Inteligencia se diferencia realmente de la razón discursiva y está siempre por encima de ella. No hay inconveniente en afirmar que es algo nuestro, aunque no tengamos que enumerarla entre las partes del alma. Porque es y no es algo nuestro. De ahí que unas veces nos sirvamos de ella y otras, en cambio, dejemos de hacerlo, mientras que siempre hacemos uso de la razón discursiva. Es algo nuestro, pues, cuando nos servimos de ella; no lo es, en cambio, cuando no la usamos. Pero, ¿qué significa servirse de la Inteligencia? ¿Significa, acaso, que nos convertimos en inteligencia y que hablamos como ella o según ella? Porque es claro que no somos la Inteligencia, sino que actuamos conforme a ella por la parte más alta de la razón que recibe su impronta. Sentimos, sin duda, por medio de los sentidos y somos verdaderamente los que sentimos pero, ¿ocurre lo mismo cuando razonamos? En efecto, somos nosotros los que razonamos y los que tenemos en nuestra mente las nociones propias del razonamiento, nociones que se confunden con nosotros mismos. Mas los actos que son propios de la Inteligencia vienen de lo alto y las imágenes de la sensación provienen de un mundo inferior. Y, siendo nosotros la parte principal del alma, nos encontramos también en medio de dos potencias, una inferior y otra superior, esto es, entre la inferior que es la sensación y la superior que es la Inteligencia. Estamos de acuerdo en conceder que la sensación es siempre algo nuestro, porque siempre sentimos; pero surge la duda cuando queremos afirmarlo de la Inteligencia porque no nos servimos siempre de ella, y ella es, además, algo separado. Algo separado en el sentido de que no se inclina hacia nosotros, sino que somos más bien nosotros los que nos inclinamos hacia ella cuando dirigimos nuestra mirada hacía lo alto. La sensación es para nosotros un mensajero, en tanto la Inteligencia es nuestro rey.