5. Pero, ¿ve ella una parte de sí misma con otra de sus partes? Si así fuese, habría, entonces, una cosa que ve y otra que es vista, lo cual no acredita, precisamente, que se vea a sí misma. Más, ¿cómo podría afirmarse esto si ella es un todo de partes semejantes, en el que la parte que ve no difiere en modo alguno de la parte que es vista? Por lo que, si ve una parte de sí misma que es idéntica a ella, se ve también a sí misma; pues no hay diferencia alguna entre la parte que ve y la parte que es vista. O lo que es lo mismo, esa división carece de sentido. Pero, entonces, ¿cómo dividirla? Porque es claro que la división no podrá hacerse al azar. ¿Y quién podrá hacerla? ¿La realizará, acaso, el sujeto que contempla o bien el objeto que es contemplado? Pero, ¿cómo podría reconocerse ese sujeto en el objeto que es contemplado si él está contemplando como tal sujeto? Porque, evidentemente, el acto de contemplar no se da en modo alguno en el objeto contemplado, que, si se conoce a sí mismo, se conocerá como tal objeto contemplado pero no como sujeto que contempla. De modo que no se conocerá a sí mismo por entero, porque el ser que él ve es un ser contemplado y no un ser que contempla. Se trata, pues, de otro ser y no del mismo que ve. Aunque puede ocurrir que añada de sí mismo el sujeto que contempla, a fin de conocerse por entero. Pero si él se ve como sujeto que contempla, verá también, a la vez, las cosas que contempla. Y en el caso de que las cosas contempladas se den en esta contemplación, o bien verá sus improntas y no poseerá esas cosas, o bien tendrá que poseerlas y ya entonces no las ve porque se ha dividido a sí mismo. Pero las cosas estaban ahí antes que toda división y el sujeto las posee desde el momento que las contempla. Siendo esto así, conviene que la contemplación sea idéntica al objeto contemplado, e, igualmente, que sean lo mismo la Inteligencia y lo inteligible. Porque, si no fuesen lo mismo, no habría en modo alguno verdad y el que cree poseer los seres no poseería otra cosa que una impronta, que es algo diferente a los seres y no constituye ciertamente la verdad. Pues, en efecto, la verdad no debe ser el conocimiento de algo distinto, sino que lo que dice, eso precisamente debe ser. Así, Inteligencia, inteligible y ser constituyen una y la misma cosa, esto es, el primer ser, y aun la primera inteligencia que posee los seres, o mejor todavía, la inteligencia que es idéntica a los seres.
Pero si la Inteligencia y lo inteligible son una y la misma cosa, ¿no será ésta una razón para que el que piensa se piense a sí mismo? Porque es claro que el pensamiento, o comprenderá lo inteligible, o habrá de ser idéntico a él; pero esto no hace manifiesto que la Inteligencia se piense a sí misma. Convengamos en la identidad de la Inteligencia y de lo inteligible, porque lo inteligible es también un cierto acto. Un acto, añadiremos, que no puede ser calificado como un ser en potencia y sin vida, y al que no correspondería una vida y un pensamiento tomados a otro ser, cual si se tratase de una piedra o de alguna otra cosa inanimada, porque lo inteligible es en verdad la sustancia primera. Si, pues, es un acto, será sin duda el primero y el más bello de los actos; será el acto de la Inteligencia y el acto tomado en su misma esencia, porque es, a la vez, el acto más verdadero. Un acto así, que es el acto primero, tiene que ser también la primera inteligencia, porque esta inteligencia no puede ser en modo alguno una inteligencia en potencia, ni podrá ser diferente del acto intelectual. Siendo ella misma y su sustancia un acto, la Inteligencia deberá formar una sola y misma cosa con su acto. Pero como el ser y lo inteligible ya eran idénticos al acto, todos estos términos de los que ahora hablamos, Inteligencia, acto intelectual e inteligible, serán una y la misma cosa. Con lo que, sí el acto de la Inteligencia es lo inteligible, y si lo inteligible es la Inteligencia, la Inteligencia necesariamente se pensará a sí misma. Porque pensará por medio de su acto, que no es otra cosa que ella misma, y pensará así lo inteligible, que es también ella misma. De dos maneras, pues, se pensará a sí misma: como acto de la Inteligencia, que es ella misma, y como inteligible, al que piensa por medio de un acto que es la Inteligencia misma.