9. Conviene, pues, según parece, que contemplemos el alma, y de ella la parte más divina, si queremos saber realmente lo que es la Inteligencia. Lo cual no es posible si no separáis del hombre que vosotros formáis, en primer lugar el cuerpo, a continuación el alma que lo modela, luego la sensación, los deseos, los impulsos del ánimo y todas las demás bagatelas que nos hacen inclinar por completo hacia la vida perecedera. Lo que queda de todo esto es lo que nosotros llamábamos la imagen de la Inteligencia, que conserva la luz de la Inteligencia, lo mismo que después de la esfera por la que se extiende el sol encontramos todo lo que la rodea y lo que recibe de ella su luz. No podríamos aceptar en modo alguno que la luz que rodea el sol exista en sí misma, pues, es claro que ha salido de él y permanece alrededor de él. Y, sin embargo, decimos que de una luz primera proviene otra y así sucesivamente, en cadena ininterrumpida, hasta que la luz llega a nosotros y a la tierra; con lo que toda la luz que rodea el sol es colocada en un sujeto diferente a fin de no mantener vacío de cuerpo el espacio que está más allá del sol. Pero el alma, en cambio, que proviene de la Inteligencia, es como una luz que la rodea y que depende de ella, luz que, ciertamente, no se vincula a sujeto alguno, ni tampoco a un determinado lugar, como ocurre con la Inteligencia. Porque si la luz del sol se encuentra en el aire, el alma por su parte se mantiene pura de todo contacto con el cuerpo, lo que explica que sea vista por ella misma y por las demás almas como algo existente en sí mismo.
El alma tiene que proceder por razonamiento para considerar por sí misma lo que es la Inteligencia; en tanto la Inteligencia se ve a sí misma sin necesidad del razonamiento, puesto que siempre está presente a sí misma. En cuanto a nosotros, la vemos verdaderamente cuando nos volvemos hacia ella, porque nuestra vida se halla dividida y constituye en realidad varias vidas. La Inteligencia, por el contrario, no necesita de otra vida ni de otras cosas, y las vidas de que hace donación las entrega siempre a otros seres, pero no a ella misma. No necesita igualmente de los seres inferiores a ella y, teniéndolo todo, no se hace donación de lo que es menos. No se entrega, pues, imágenes de los seres, porque ella misma posee los seres primeros y, mejor aún, no los posee, sino que ella misma constituye una sola cosa con ellos.
Quien se sienta incapaz de alcanzar la primera actividad, que es la del pensamiento puro, que haga uso de la facultad de opinión, por la cual ascenderá a la Inteligencia. Y si no puede partir de ella, que tome la sensación plenamente desplegada en sus formas; esto es, tanto la sensación en sí misma con sus potencias como la sensación en acto manifiesta en las formas. Si lo desea, que descienda, incluso, a la potencia generadora y a las cosas que esta potencia produce; luego, que ascienda desde las últimas formas a las que también son últimas pero en sentido inverso, mejor dicho, a las formas primeras.