13. Conviene, pues, que sea el Bien mismo, y no un ser bueno, ya que no posee nada en sí mismo, ni siquiera el Bien. Porque lo que pudiera poseer tendría que ser bueno o no serlo; pero lo que no es bueno ya no podría encontrarse en el Bien más alto y primero, lo mismo que el Bien no podría poseer nada que no sea bueno. Por tanto, si no posee lo bueno ni lo que no lo es, no posee nada; y si no posee nada, se encuentra realmente solo y aislado de las otras cosas. De lo que resulta que, si las demás cosas han de ser buenas — y no el Bien — o no serlo, ninguno de cuyos supuestos es cierto, nada en absoluto es el Bien, ya que el Bien nada posee. Porque si algo ha de añadirse al Bien, sea esto lo que sea, o la esencia, o la inteligencia, o lo bello, se priva ya al Bien mismo de este carácter que se le añade. Privémosle, pues, de todo, y no digamos nada de El, ni aun equivocadamente que algo hay en El. Quedémonos tan sólo con la palabra es y no declaremos en modo alguno respecto a caracteres que no están presentes, imitando así a los que hacen panegíricos sin conocimiento de causa en detrimento de la reputación de los mismos a los que alaban, al atribuirles cualidades inferiores a las que verdaderamente tienen, confusos como están para decir la verdad sobre las personas que tratan en sus discursos, No le atribuyamos, por tanto, nada que sea posterior e inferior a El, ya que estando por encima de todas las cosas y siendo causa de ellas, no es El mismo esas cosas. Porque la naturaleza del Bien ni es ciertamente todas las cosas ni tampoco una cualquiera de ellas. Si así fuese quedaría encerrada en un mismo género con todas las demás cosas y sólo se diferenciaría de ellas por aquello que le es propio, y por la diferencia y el accidente. Sería, entonces, dos cosas y no ya una sola; sería, de una parte, el no-bien, o lo común con todo lo demás, y de otra parte el Bien mismo, esto es, algo mezclado de bien y de no-bien. No sería, desde luego, el Bien puro y primitivo, sino que éste constituiría aquello en lo que él participa, fuera de lo que le es común, para llegar a ser el Bien. Sería el bien, por participación, en tanto aquello en lo que él participa no podría ser realmente ninguna de las demás cosas. El Bien, pues, no es ninguna de las otras cosas. Si el bien se encontrase en El — por ejemplo, como una simple diferencia que da al compuesto el carácter de bien — sería preciso, entonces, que recibiese este carácter de otra cosa. Mas, este carácter es ya pura y solamente bien; con mayor razón lo será aquello de lo que proviene.
Hemos demostrado así que el Bien primitivo está por encima de todas las cosas, que El es el único Bien, que nada tiene en sí mismo, sino que se mantiene puro de toda mezcla, dominándolo todo y siendo, también, causa de todo. Porque lo bello y los seres no provienen del mal ni de algo indiferente al bien y al mal, ya que el hacedor es mejor que lo hecho como más perfecto.