Enéada V, 5, 2 — O Intelecto contém nele todos os inteligíveis

2. No debemos, por tanto, buscar los inteligibles fuera de la Inteligencia, ni decir que sólo hay en ella las improntas de los seres, ya que no conviene privarla de la verdad y hacer de los inteligibles un incognoscible, negando así su propio existir y suprimiendo, incluso, la Inteligencia. Debemos, por el contrario, admitir el conocimiento y la verdad, puesto que es preciso conservar los seres y conocer lo que es cada uno de ellos. Y como, por otra parte, no tenemos más que una imagen y un reflejo suyos, sin que por esto los poseamos o nos mantengamos unidos a ellos, hemos de atribuir todos los inteligibles a la Inteligencia verdadera. Así, ella sabrá, porque la verdad estará en ella y ella misma será asiento de los seres, viviendo y pensando conforme a esta condición. He aquí, pues, todo lo que realmente conviene a esta bienaventurada naturaleza. Porque, ¿en qué otra parte buscar lo que es preciado y venerable? La Inteligencia, ciertamente, no tiene necesidad de demostración y de prueba alguna, puesto que es evidente a sí misma y conoce también con toda evidencia lo que es anterior a ella, de lo que ella proviene y a lo que sigue como su principio. Ya que ella es para sí misma la mayor prueba de que su objeto es el ser real. De modo que la verdad esencial no está de acuerdo con otra cosa que consigo misma y sólo se enuncia a sí misma; es realmente, y dice también lo que es. Por lo demás, ¿quién podría contradecirla? ¿Y de dónde habría de salir la refutación? Porque la refutación inclina a esto mismo, es decir, a lo que la tesis anunciaba de antemano, aun en el caso de que se la presentase como diferente. Tiende, pues, a decir lo mismo que ella y es una y la misma cosa con ella, porque no se podría encontrar otra cosa más verdadera que lo verdadero.