7. Porque se puede ver en acto de dos maneras. Por ejemplo, por medio del ojo, y entonces el objeto que se ofrece es, primero, la forma de la cosa sensible, y a continuación la luz por medio de la cual se ve el objeto. Esta luz es percibida por el ojo, aunque sea diferente de la forma, pues constituye en realidad la causa por la que se ve la forma. Pero se la ve en la forma y con ella, por lo que no se da una sensación visual distinta, ya que la mirada se dirige, precisamente, hacia el objeto iluminado. Cuando no se ofrece otra cosa que la luz, se la ve e intuitivamente; mas, aun en este caso, se la ve por apoyar en otra cosa, puesto que, si verdaderamente se encontrase sola y no apoyase en nada, la sensación no podría aprehenderla. Es lo que ocurriría con la luz del sol, que escaparía, sin duda, a la sensación de no encontrarse situada en una masa sólida. Si se dijese que el sol es toda la luz, podría comprenderse lo que yo quiero decir, esto es, que la luz no descansa en la forma de ningún objeto visible, siendo tal vez visible a sí misma, en tanto las otras cosas que vemos no son tan sólo la luz.
Así acontece con la visión de la Inteligencia, que ve también los objetos iluminados con otra luz y es en ellos donde ve realmente esa luz. Sin embargo, cuando su inclinación la lleva hacia la naturaleza de los objetos iluminados, ve entonces la luz mucho menos. Únicamente si deja la visión de los objetos y mira a la luz por la que los ve, puede contemplar la luz y el principio del que ella proviene.
Ahora bien, como no debe ocurrir que la Inteligencia contemple la luz cual si se tratase de un ser situado fuera de ella, de nuevo tendremos que volver al ejemplo del ojo. Porque el ojo tampoco conoce una luz exterior y extraña, ya que, antes de esto, contempla por un instante una luz brillantísima y que le es propia. Tal es el caso de la noche en la oscuridad, que brota de él y se extiende ante él; o ese otro en que, no queriendo ya ver nada, procede a entornar los párpados; lo que no impide que emita la luz. Y, en fin, basta con oprimir el ojo para advertir la luz que hay en él. Pero, entonces, naturalmente, ve sin ver nada, y ve más que ningún otro momento, porque ve la luz. Los demás objetos son, ciertamente, objetos luminosos, pero no son la luz.
Lo mismo ocurre con la Inteligencia que, cuando se oculta a los demás objetos y se recoge en sí misma, no ve y a ninguna otra cosa. Pero contempla, entonces, una luz que no se encuentra en ningún otro objeto, sino que se le apareció súbitamente y a solas, una luz que es pura y que existe en misma. No sabe, desde luego, de dónde salió esta luz, y es una luz exterior o interior. Cuando dejó de verla, dice era interior y, sin embargo, no lo era.