Enéada V, 6, 4 — As imagens do número e da luz

4. Por lo demás, si el Bien es simple y no debe admitir necesidad, tampoco necesitará del pensamiento. Pero aquello de lo que no tiene necesidad, no le pertenece realmente. Así, pues, nada en absoluto le pertenece; ni tampoco, por tanto, le pertenece el pensamiento.

Y no piensa nada, porque no tiene nada en qué pensar. La Inteligencia, en cambio, es algo distinto al Bien. Es imagen del Bien porque el Bien es objeto de su pensamiento. Si en el número dos hay una unidad y otra unidad, ello no explica que el uno sea esa unidad que acompaña a otra, sino que el uno debe existir en sí mismo antes que con cualquier otra unidad. Y, del mismo modo, es preciso que el Uno no se cuente con las otras cosas, ya que es algo simple que existe en sí mismo y que, por otra parte, tampoco encierra en sí nada de lo que existe en todas las otras cosas. Porque, ¿de dónde se infiere que una cosa se da en otra, caso de no existir por separado y con anterioridad un nuevo término de la que ésta derive? Porque es claro que lo simple no proviene de ninguna otra cosa, en tanto lo que es múltiple o es dos debe depender necesariamente de alguna cosa.

Podríamos comparar el Primero con la luz, el ser que viene después de El con el sol, y el tercero con la luna, cuya recibida del sol. El alma, a su vez, tiene una inteligencia que le es extraña y que la ilumina superficialmente en efecto, inteligente. La inteligencia, en cambio, en sí misma una luz que es propia, aunque no se trate de la luz pura, sino de algo iluminado en su propia sustancia. El Uno le da la luz y El mismo no es otra cosa que la luz; una luz simple, que ofrece a la Inteligencia el poder de ser lo que ella es. ¿De qué, pues, iba a tener necesidad? Porque no es en sí mismo una cosa dé en otra; darse en otra cosa es algo muy diferente en sí mismo.