Enéada V, 7, 3 — O caso particular dos gêmeos

3. ¿Cómo llegaremos a decir, sin embargo, que las razones de dos seres gemelos son virtualmente diferentes? ¿Y si acudimos al ejemplo de los animales y, sobre todo, al de los extraordinariamente fecundos? Porque, si no presentan ninguna diferencia, cuentan desde luego con una razón única. Y si esto es así, no puede haber ya tantas razones cuantos sean los individuos. Hay, ciertamente, tantas razones como individuos diferentes, pero no en cuanto a un defecto de su forma sino en cuanto a su misma forma sustancial. ¿Qué impide que las cosas ocurran de tal modo cuando se trata de seres que no difieren, si se admite que pueden darse siempre absolutamente idénticos? Tengamos presente el ejemplo del artesano que, aunque produce objetos idénticos, debe aprehenderlos con un pensamiento diferente. Es así como puede fabricar un objeto, y luego otro, aplicando al objeto idéntico algún signo verdaderamente distintivo. En la naturaleza la distinción no se produce de una manera reflexiva, sino tan sólo por razones. Y eso debe unirse a la forma del ser, aunque no consigamos aprehenderla.

Si la creación dejase algo al azar en cuanto a la cantidad los seres, la cuestión sería entonces muy otra. Pero si cantidad está perfectamente definida, el número de los seres quedará también determinado por la evolución y el de todas las razones. De modo que, cuando este haya cesado, otro período habrá de comenzar, porque lo que el mundo sea en su cantidad y el número formas que haya de recorrer en su vida, está regulado desde el principio en el ser que contiene las razones. Más, ¿acontece lo mismo con esos otros animales que son múltiples? ¿Y pueden darse, entonces, tantas razones como seres? Sin duda, no debemos sentir temor ante una infinitud simientes y de razones, puesto que el alma contiene todas cosas. Y es en la inteligencia misma donde se da la infinitud, que, si existe en el alma, se debe a la renovada disposición para actuar, característica del mundo inteligible.