Enéada V, 8, 4 — Descrição lírica da vida bem-aventurosa do Intelecto

4. Porque es fácil la vida en esa región. La verdad es su madre, su nodriza, su sustancia y su alimento. Los seres que la habitan lo ven realmente todo, no sólo las cosas a las que conviene la generación, sino las cosas que poseen el ser y ellos mismos entre ellas. Porque todo es aquí diáfano y nada hay oscuro o resistente. Todo, por el contrario, es claro para todos, todo, incluso en su intimidad; es la luz para la luz. Cada uno tiene todo en sí mismo y ve todo en los demás, de manera que todo está en todas partes, todo es todo, cada uno es también todo y el resplandor de la luz no conoce límite. Cada uno es grande, porque lo pequeño es igualmente grande. El sol es aquí todos los astros y cada astro es, a su vez, el sol y todos los demás astros. Cada uno tiene algo sobresaliente, aunque haga manifiestas todas las cosas. El movimiento que aquí se da es movimiento puro, puesto que su motor no le confunde su marcha al no ser distinto de él. El reposo, por su ante, tampoco se ve turbado por el movimiento, porque no se mezcla con nada inestable. Y lo bello es absoluto, porque no se contiene en algo que no es bello. Cada uno no avanza sobre un suelo extraño, sino que, en el lugar donde se encuentra, es verdaderamente él mismo; y a la vez, cuando mina hacia lo alto reúne también en sí mismo el lugar donde proviene. El mismo y la región que habita no son, por tanto, dos cosas distintas; porque su sujeto es la Inteligencia y él mismo es inteligencia. Pensad por un momento que este cielo visible, que es luminoso, produce toda la luz que proviene de él. Aquí, ciertamente, de cada parte distinta proviene también una luz distinta, siendo cada una tan sólo una parte; allí, en cambio, es del todo de donde proviene siempre cada cosa, que es a la vez, e igualmente, el todo. Porque si bien es cierto que la imaginamos como una parte, también podremos verla como un todo si la miramos con agudeza. Ocurre con esta visión lo que con la de Linceo, que, según se dice, veía incluso lo que hay en el interior de la tierra; porque la fábula, al fin, quiere insinuarnos enigmáticamente cómo son los ojos en la región inteligible. No hay allí, en efecto, ni cansancio ni plenitud de contemplación que obliguen al reposo; porque tampoco tenemos un vacío que convenga llenar ni un fin que haya que cumplir. No distinguiremos allí un ser de otro ser, y ninguno de ellos se verá insatisfecho con lo que corresponda a otro, porque en esa región los seres no conocen el sufrimiento.

La insaciabilidad de allí descansa en el hecho de que la plenitud no hace desdeñar en modo alguno a aquel que la produce; porque al contemplar se contempla siempre algo más, y al verse a sí mismo como infinito, al igual que los objetos contemplados, se sigue los pasos de la propia naturaleza. Y, por otra parte, la vida no significa cansancio para nadie cuando es una vida pura; pues, ¿cómo podría fatigarse el que vive la mejor de las vidas? Esta vida no es otra que la sabiduría, pero una sabiduría que no se consigue con la reflexión, porque siempre se da por entero, sin un mal olvido de nada, que lo que exigiría la búsqueda reflexiva. Se trata realmente de la sabiduría primera, que no proviene de ninguna otra. El ser mismo es la sabiduría, pero no primeramente el ser y luego el ser sabio. Por ello ninguna sabiduría es superior, y ciencia en sí se asocia aquí con la Inteligencia, con la que juntamente se aparece. Como se dice poéticamente, también Dike está sentada junto a Zeus. Porque todas las cosas de allí son como estatuas que pueden verse a sí mismas, de modo que constituyen espectáculos para los seres bienaventurados. Cualquiera puede observar la grandeza y el poder de esta sabiduría, puesto que tiene consigo y ha producido a todos los seres, todos los cuales componen su séquito. Ella es, pues, ella misma y los seres que han nacido de ella, o lo que es igual, ambos son una misma cosa, ya que en esta región el ser es la sabiduría. Pero nosotros no alcanzamos a comprenderlo, porque creemos que las ciencias están compuestas de teoremas y de un conjunto de proposiciones; lo que realmente no es verdad, ni aun en las ciencias de este mundo. Si alguno de vosotros duda de ello, dejemos estas ciencias por el momento, pero (concluyamos) que la ciencia de allí es esa de la que Platón dice que “no es otra en otro objeto”. ¿Cómo pueda ser?, es cosa que él confió a nuestra búsqueda y descubrimiento, si somos dignos de recibir con razón el nombre de (platónicos). Por tanto, tal vez resulte mejor que comencemos de esta manera.