Enéada VI, 4, 4 — A multiplicidade dos intelectos e das almas

4. ¿Cómo, pues, hablamos de un ser y de una pluralidad de seres? ¿Cómo es concebible la existencia de muchas inteligencias y de muchas almas, si el ser que se da en todas partes es uno y lo mismo la inteligencia y el alma? Admitimos, sin embargo, que existe diferencia entre el alma del universo y las otras almas. Y, con todo, parece que contra ello testimonia nuestra argumentación que, si alguna fuerza tiene, no llega a persuadirnos cuando el alma formula la opinión de que el ser es uno e idéntico en todas partes. Mejor sería quizá que admitiésemos la división del ser total, pero sin que el ser quedase menoscabado por esa división, o que dijésemos que el ser dividido engendra sin dejar de ser el que es, de tal modo que las partes que salen de él forman la totalidad de los seres.

Pero si se afirma del ser que permanece en sí mismo, porque resultaría paradójico que pudiese encontrarse a la vez y por entero en todas partes, la misma razón habría que aplicar a las almas. Y así no ocurriría como se dice, esto es, que cada alma toda entera se encuentra en todo su cuerpo, sino que, o se divide, o permanece toda entera; porque, ¿a qué lugar del cuerpo proporcionaría su poder? La misma dificultad se daría con la potencia si admitiésemos que se da por entero en todas partes. Y aún cabría añadir que, entonces, una parte del cuerpo contendría el alma, y otra la potencia.

¿Cómo, pues, explicaremos la pluralidad de almas, de inteligencias y de seres? Se da como solución que se trata de números que provienen de otros números, pero no de magnitudes. Con todo, la dificultad sigue existiendo, porque podríamos preguntarnos cómo llenan la totalidad del ser. La serie de los números propuesta no nos ayuda a resolver la dificultad. Admitimos, sí acaso, una multiplicidad de seres según la cualidad, pero no según el lugar. Se dará, en efecto, la multiplicidad del ser, pero el ser continúa en el mismo lugar. El ser toca al ser y todo él en el mismo lugar; la inteligencia es igualmente múltiple en razón de sus ideas, pero no en razón al lugar, pues ella también está toda en el mismo lugar. Mas, ¿y qué decir de las almas? De ellas afirmase igualmente que aparecen divididas en los cuerpos cuando, en realidad, no pueden dividirse por su naturaleza. Y es que, como los cuerpos poseen una magnitud y como el elemento del alma se encuentra en ellos, o mejor todavía, como los cuerpos son engendrados en ese elemento, nos lo imaginamos repartido en todas las partes del cuerpo. Esta es la razón por la que se le estima divisible. Pero realmente el alma no comparte las divisiones del cuerpo, sino que se encuentra por entero en todas partes; bien lo acredita la unidad y la indivisibilidad esencial de su naturaleza. Así, pues, la unidad del alma no anula en modo alguno la multiplicidad, como la unidad del ser no excluye los seres, ni la multiplicidad de las ideas entra en conflicto con la unidad de la inteligencia. Tampoco cabe decir que la multiplicidad de las almas llene cumplidamente los cuerpos, ni que la magnitud de éstos sea la causa de aquélla. Antes de que se produzcan los cuerpos existen ya una y muchas almas. Esa multiplicidad de almas no se da en potencia en el todo, sino que cada una de ellas está ahí en acto. Pues ni el alma única y total impide que haya muchas almas, ni la multiplicidad de almas impide a la vez que se dé el alma única. Difieren entre sí, sin que haya distancia alguna entre ellas, y, al propio tiempo, se muestran presentes unas a otras sin aparentar extrañeza. Porque, en verdad, no pueden fijarse límites a las almas, como tampoco a los múltiples conocimientos que se dan en una sola alma. El alma es de tal naturaleza que puede encerrarlos todos en sí misma. Así se dice y con razón de su naturaleza que es infinita.

,