29. Ahora bien; si el placer no acompaña al Bien, y si hay en el Bien y anterior al placer algo que origina el placer mismo, ¿cómo no iba a ser querido el Bien? Si decimos que es querido, decimos ya que es algo placentero. Pero, ¿es qué podría existir el Bien, podría ser posible si no fuese objeto de nuestro deseo? Si así fuese, tendríamos acaso el sentimiento de la presencia del Bien, pero no conoceríamos que está presente. ¿Hay algo que nos impide conocerlo y dejar de unir un cierto movimiento a esta posesión? Esto podría ocurrir en un ser dotado de suma prudencia y liberado por completo de los deseos. Así en el Ser Primero, y no tan sólo por ser simple, sino porque la posesión resulta agradable para aquel ser que tiene necesidad de algo.
Pero esto quedará debidamente aclarado cuando se haya puesto luz en todo lo restante y se encuentre ya al descubierto esa obstinada razón que se nos opone. Y no es otra que la confusión reinante respecto a la posesión de la Inteligencia y a su participación en el Bien. Quien no se siente afectado al escuchar estas cosas es porque realmente no las comprende. No oye más que palabras, o da a las palabras un sentido que no tienen, o tal vez busca el Bien en las cosas sensibles y lo coloca en las riquezas o en cosas de este tipo. Habrá que decir a este hombre que, cuando desdeña los bienes que le ofrecemos, conviene al menos en que tiene en sí la noción del bien; mas, no pudiendo discriminar a qué objetos se aplica, ajusta el bien a esa noción que él mismo posee. Es claro que no podría decir que lo que se le presenta no son bienes, si careciese de experiencia y de noción del bien. Quizá suponga, por su parte, que el Bien se halla por encima de la inteligencia; y entonces, por su desconocimiento del Bien y de las nociones afines a El, parte de las nociones contrarias para llegar a su comprensión. Propondrá que no es un mal la falta de inteligencia, a pesar de que todos pretenden ser inteligentes y se manifiestan orgullosos de serlo. Tenemos una prueba con las sensaciones, que aspiran a ser un conocimiento. Si, pues, la Inteligencia y, de modo especial, la inteligencia primera es algo preciado y hermoso, ¿qué podremos imaginar de quien engendra la Inteligencia y es a la vez su padre? El que manifiesta desprecio a la vida testimonia contra sí mismo y contra sus propios sentimientos. Si realmente se enoja con la vida mezclada de muerte, habrá de enojarse con esta mezcla, pero no con la vida verdadera.