Enéada VI, 7, 35 — Indo além do Intelecto, a alma reencontra seu princípio

35. En esa disposición el alma llega a desdeñar la Inteligencia, que en otro tiempo tenía para ella un atractivo especial. Porque el pensamiento es un movimiento y el alma no quiere ya moverse. Ni habla de lo que ve, aunque lo contemple convertida en inteligencia; pues lo que ocurre es que el alma se ha intelectualizado y vive ya en la región inteligible. Es aquí donde posee y piensa lo inteligible; y lo abandona todo en cuanto ve el objeto amado, lo mismo que aquel que penetra en una mansión bellamente dispuesta, observa y admira toda su riqueza interior antes de ver al dueño de la casa. Ahora bien, cuando le ve y él se hace objeto de su admiración, no es ya este hombre algo así como una estatua, sino algo realmente digno de ser contemplado. Es claro que dejará todo lo demás para mirar sólo a este hombre; no apartará de él sus ojos y, sin embargo, no verá nada nuevo aunque su visión no se interrumpa. El objeto de su visión termina por mezclarse con la visión misma hasta tal punto que se convierte incluso en visión. Todo lo demás es dado al olvido y no cae en el campo de la contemplación. Pero aún quizás se conservaría mejor la analogía si dijésemos que quien se presenta al que admira la casa no es ya un hombre sino un dios. Y este dios no se aparece a los ojos del cuerpo sino que llena al alma con su presencia.

(Conviene), por tanto, que el alma posea el poder de pensar, para ver así lo que hay en ella, y ese otro de tender y asentir a lo que está más allá de ella. Hay así como una cierta aprehensión, que podría explicarse de este modo: primero, el alma ve tan sólo su objeto, luego, como consecuencia de esta visión, se convierte en inteligencia y forma una unidad con aquél. El primer poder será considerado como el propio de una contemplación inteligente; el segundo como eí de una inteligencia que ama. Cuando se halla fuera de sí misma y embriagada de néctar, la Inteligencia se convierte en poder de amar para llegar así, simplificada en su actividad, a un estado de suma felicidad. Esta borrachera suya es para ella de mucho más valor que el estado más digno.

¿Podríamos entonces advertir dos fases en la Inteligencia, aquella en que ve los seres parte por parte, y esa otra en que tiene ya tal visión? Desde luego que no, aunque la razón presente los hechos de esta forma; porque la Inteligencia posee siempre la facultad de pensar y ese otro estado en el que realmente no piensa, pero que le permite una visión del Uno que no es la propia del pensamiento. La Inteligencia, con sólo ver el Uno posee ya los seres que éste engendra, toma conciencia de ellos y los advierte como engendrados en sí misma. Este acto de ver es lo que se identifica con el pensar, aunque la Inteligencia pueda ver también el Uno por su mismo poder de pensar. En cuanto al alma podríamos decir que alcanza este poder cuando confunde y borra lo que hay en ella de actividad inteligente; y aun posiblemente ocurra que sea la Inteligencia la que ve primero para que después esta contemplación vaya al alma y una y otra formen tan sólo una unidad. Es el Bien el que extendiéndose y uniéndose a ellas, se desliza por ambas y consigue su unidad. Como entonces está cercano a ellas les da con su presencia una sensación y contemplación plenas de felicidad, y, por otra parte, las eleva a tal altura que ya no puede decirse que estén en un determinado lugar o en cualquier otra cosa, y ello aunque naturalmente una se dé en otra. Porque es claro que el bien no se halla en parte alguna; se encuentra en El lo que llamaremos el lugar inteligible, pero El en cambio no se encuentra en ninguna otra cosa. Por esta razón no decimos entonces que el alma se mueve, ya que el Bien no lo hace. El alma ni siquiera es un alma, puesto que el Bien carece de vida y supera en realidad toda vida. Ni es tampoco inteligencia, dado que el Bien no piensa y el alma habrá de ser semejante a él. No piensa el Bien, añadiremos, porque tampoco es objeto de pensamiento.

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