Obras de Ficino

Excertos do estudo preliminar de Rocío de la Villa Ardura a sua tradução do Comentário ao Banquete de Platão, de Ficino

Haciendo un rastreo de algunas de sus obras más significativas es fácil imaginar a qué tipo de mentalidad está respondiendo y guiando el trabajo ficiniano: desde aspectos públicos y concretos de la sociedad a las elucubraciones más individualistas que van tomando cuerpo en la segunda mitad del Quattrocento.

Ficino traduce el De Monarchia de Dante dentro del programa de recuperación medicea del héroe republicano de las letras para el nuevo panorama político, tal como hiciera Landino con la lujosísima edición de la Divina Comedia con ilustraciones de Botticelli; da consuelo en calidad de médico a la desolación causada por la epidemia de peste en su Consiglio contra la pestilenzia; diseña una nueva tipología de los temperamentos en el De vita, con las consecuencias decisivas que se desprenderán de la melancolía para la teoría del genio y, de una manera más general, el tono extravagante y soñador del Cinquecento; en el De amore hablará largo y tendido sobre los nuevos sentimientos y la contemplación como aspiración ideal de vida; en la Disputatio contra iudicium astrologorum hace su aportación a la controversia sobre astrología, y otros temas herméticos y mágicos que darán mucho juego hasta el siglo XVII, especialmente en Francia y Alemania; Ficino crea, en tratados más específicos, como el De lumine o el De sole, por ceñirnos a la palabra de los textos, la necesidad ambiental del paso al heliocentrismo; con su pretendida ortodoxia en el De christiana religione expresa la disconformidad, compartida con todos sus contemporáneos, ante la situación de la Iglesia y, con su enorme flexibilidad ante las posibles vías hasta Dios, marca un parámetro más que razonable en comparación con las rigideces que se expresarían en la Reforma y la Contrarreforma.

Pero principalmente en su obra más esforzada, la Teología platónica, aúna plato­nismo y cristianismo, y da una teoría del alma que subraya su inmortalidad. Posible­mente, nunca se sabrá con seguridad si Ficino tuvo mucho que ver con la aceptación de este postulado como dogma por parte de la Iglesia (1512). En el Renacimiento, el tema del alma no se planteaba en términos de cuestionamiento de su existencia, sino más bien de definición de su naturaleza. El alma, para Ficino, va a ser el firme apoyo ontológico de su sistema, la posibilidad de felicidad lejos de la incertidumbre de la muerte, el seguro camino hacia la interioridad.

En los umbrales de la Academia una inscripción decía1: «A bono in bonum omnia diriguntur. Laetus in praesens neque census existimes, neque appetas dignitatem, fuge excessum, fuge negotia, laetus in praesens»2. Este mensaje de alegría terrena a tra­vés de la iniciación hacia una interioridad profunda en la que encontraremos la armonía propia en consonancia con la armonía de las estrellas y de la creación entera, es el impulso singular de la filosofía ficiniana.

La preocupación por la muerte y la carencia de felicidad real y completa en esta vida guían el desarrollo intelectual de Marsilio Ficino. En su juventud se interesa profundamente por Lucrecio; ya en su madurez, subtitula a su compendio, la Teología platónica, o de la inmortalidad del alma. No obstante, aunque la solución última del problema, lejos de las convencionales soluciones de su época por la gloria o el patrimonio familiar, termine finalmente en el más allá, son, como veremos, la caracterización del hombre — polarizada en el alma y la situación intermedia de ésta en la jerarquía del universo— y movimientos del alma, como el amor, los que aseguran la felicidad en esta tierra y, después, en la vida ultraterrena.

Al igual que la Teología platónica, Marsilio compone el Comentario a «El Banquete» con su amicus unicus, Giovanni Cavalcanti, en 1469. A raíz posiblemente de una crisis en el temperamento melancólico de Marsilio, Cavalcanti acude a consolarle, y de esta colaboración surge la mejor y más bella síntesis del pensamiento ficiniano. En 1475, Ficino entregará a Lorenzo una segunda versión con algunas modificaciones3: formalmente el manuscrito consta de una capitulación inexistente en la anterior, Lorenzo es ahora el verdadero anfitrión del Convivium —dato significativo, pues ésta es la primera vez que aparece como mecenas del círculo platónico—, el acto se celebra en Careggi, algunos personajes han cambiado y el volumen viene aumentado por todas las referencias astrológicas.

Además de estas dos versiones existe una tercera, en vulgar, titulada De amore, traducida por Ficino mismo. Esto es interesante, ya que Ficino sólo es sobrepasado en su siglo, en cuanto a divulgaciones, por Alberti y Landino4. Indudablemente, pensó que la vulgarización en italiano tendría éxito entre círculos menos doctos, pero esta aceptación estaría reservada a sus variadas imitaciones, y de hecho no se llegó a editar hasta 1544. Mientras tanto, la edición latina, incluida en la traducción de las obras de Platón y sus comentarios, editada en 1484, corrió la misma afortunada suerte de ésta, con al menos veintitrés ediciones hasta 1602. La influencia del Comentario, entonces, estuvo bien asegurada entre las clases cultas, pero su repercusión rebasó con mucho los límites de un tratado filosófico5.


  1. M. Ficino, Opera, 1. p. 609. 

  2. «Todos son dirigidos por el bien al bien. Contento en el presente, no estimes los bienes ni desees dignidad, huye de los excesos, huye de los negocios, contento en el presente». 

  3. S. Gentile, S. Niccoli y P. Viti, Marsilio Ficino e il ritorno di Platone, Le Lettere, Firenze, 1984, p. 68. 

  4. P. O. Kristeller (1981), «Marsilio Ficino letterato e le glosse attribuite a lui nel codice Caetani di Dante». 

  5. Para la influencia, ver J. Festugiére (1941), J. Ch. Nelson (1958), y N. A. Robb (1935). Para su influencia en España, ver M. Menéndez Pelayo, Historia de las ideas estéticas en España, CSIC, Madrid, 4.a ed., 1974, pp. 485-591.