En estos extensos párrafos [Enéada I, 6, 7-9], siempre bajo la sombra de Platón1, el filósofo neoplatónico propone dos grandes enunciados filosóficos: 1) la plenitud del alma está en el Bien/Belleza, como Causa primera y final; y 2) la determinación del significado de lo que es el retiro hacia el Bien y del método apropiado a seguir para alcanzarlo.
1) El alma desea profundamente lo divino, Bien que es meta de toda aspiración, porque de Él proviene toda realidad múltiple y acrecida y, en síntesis, lo que mejor la caracteriza: esencia, vida y conocimiento. Aquello, por lo tanto, de donde todo se origina y de lo que todo depende no puede confundirse con lo que se le subordina. Si esto es plural y distinto, Aquello será Único, Solo, Simplicidad, y aquí estribará uno de los indicios de que sobrepuja a todo lo demás. Además, como Plotino está interesado en hablar no tanto del hecho de [37] la aspiración hacia lo que es por propia naturaleza deseable, sino de su experiencia directa, trata de explicar que desde el punto de vista de la constitución ontológica de los seres hay una exigencia intrínseca que debe cumplir el alma para poder experimentar la Realidad [38] más elevada. Despojarse de cuanto le impide que se brinde ante ella lo Único, porque sólo no dispersándose en lo que es diverso y por ello disimula la unidad, y volviendo con intrepidez el rostro hacia la divinidad pura — lo que exige liberarse de cuanto como un agregado en nosotros mismos la hace compuesta y plural y de este modo la esconde y desfigura-, dejando atrás las apetencias de lo exterior y de los propios estratos interiores complejos, será posible remontar limpios y ascender hacia Ello.
Para hacer también el discurso más incisivo, el maestro griego utiliza una comparación familiar para sus oyentes, la del camino anagogico prometido por los cultos de misterio. Sus etapas imponen al iniciado la purificación de lo profano — simbolizada por la remoción de los vestidos-, la prosecución de la subida desnudos hasta superar el estado correspondiente a los pequeños misterios — la entrada en el templo- y el ingreso en el santuario del templo o realización de los grandes misterios en los que se cumple la detención epóptica o de la visión. Aunque no es este el lugar para una descripción del asunto, la literatura de esos siglos sobre el tema18 no es ciertamente mezquina.
2) Se detalla a continuación que la “huida” no admite con corrección una interpretación física, sino que se trata de una separación o apartamiento que es una reunificación o concentración. El procedimiento que a ella conduzca, por consiguiente, para ser fieles a tal caracterización, ha de poseer una ascendencia espiritual, y el episodio de Ulises prefiriendo el llamado remoto de su querida Ítaca, donde le espera su legítimo reino y la familia que verdaderamente ama, bienes preferibles a los afectos y ofertas ilusorias de Circe y de Calipso, bienes extraños a su invencible sed interior, ofrece una buena analogía para revelar el método conveniente de superación2, ya que el soberano Bien es el principio inagotable. Que no distraiga, por lo tanto, cuanto oculta aquella apelación que resuena en el más hondo sentir. [39] El retiro, que es retorno, requiere el abandono de la sensibilidad efímera y sus sombras de belleza, corporales y artísticas, reclama asimismo despertar en el hombre el reconocimiento de la belleza de las almas cuyo comportamiento es honesto, cuyas ocupaciones son elevadas, cuya existencia es ejemplar, porque esas almas pregonan que sus aspiraciones penden de un bien más elevado, y de tal manera tienen un mejor existir, es decir, son más por su superior aceptación de las bondades de lo que es más y a lo que es necesario estar moral y decididamente más próximos; una superior verdad, puesto que el reflejo de un deseo de lo más puro, al otorgar más existencia, la hace existir más verdaderamente, porque lo que es es más verdadero o expresión de lo real que lo que no es, y una más levantada belleza al conformar el alma según afanes que por su limpidez están más próximos al Bien. La concentración, entonces, gobernada por el anterior objetivo ascensional hacia la perfección y que el filósofo ejemplifica también por la operación de esculpir la propia estatua, es el método que permite una “huida” que no es fuga material del mundo, sino reencuentro o recuperación de lo encubierto, desconcentrado o diluido entre lo múltiple3.
Y no sólo por las citas textuales (ver Plotins Schriften, Band Ib, Anmerkungen, pp. 379, 37 y ss.), sino asimismo por la intención, cf. ya Bréhier, É., Enneades I, p. 102 y ss.; Igal, J., op. cit., p. 271. ↩
Poco antes nuestro autor se ha referido a la figura de Narciso según la variante registrada en Eustacio, Comm. ad Iliadem 266, 8-10 (ver Igal, J., op. cit., p. 290, n. 57), muy favorecida por la literatura piadosa de la época; cf. Plotins Schriften lbn, Anmerkungen, p. 380, 38, y nuestras puntualizaciones en Plotino y la Gnosis, p. 312, n. 9bb. El motivo de Ulises se encuentra también presente en En. V, 9 (5), 1, in fine. Cf. igualmente Porfirio, VP 22, 25 y ss., otros datos en Jeauneau, E., «Le symbolisme de la mer chez Jean Scot», en Le Néoplatonisme, París, 1971, p. 391. Hemos seguido para el uso del paréntesis en 8,18-19, a Plotini Opera III, 354-355. ↩
Esta interpretación de la “huida” acompañará a Plotino durante toda su producción. Cf. En. I, 2 (19), 1,1 y ss., II, 9 (33), 18; I, 8 (51) 6. ↩