Hegel presenta largamente a la filosofía griega, habiendo leído los fragmentos pre-socráticos con una atención inusual para la época. Su colega, y enemigo, de la universidad de Berlin, Schleiermacher, había reunido todos los fragmentos compilando los historiógrafos antiguos, pero no publicó este largo trabajo que sus sucesores Diels y Kranz utilizaron y publicaron en una edición de referencia.
La filosofía propiamente dicha comienza en Occidente. El espíritu singular, en Occidente, se concibe como universal. “El mundo griego ha desarrollado el pensamiento hasta la Idea, el mundo cristiano germánico, inversamente, ha concebido el pensamiento como espíritu; Idea y Espíritu son las diferencias. (Glockner, XVII, 136). El primer periodo de la filosofía griega va desde Tales a Aristóteles. Formalmente, Hegel divide este periodo en tres secciones: 1) el pensamiento completamente abstracto, de Tales a Anaxágoras que designa el pensamiento como determinándose a sí mismo; 2) los Sofistas, Sócrates y los Socráticos, cuyo principio es la subjetividad contingente; 3) Platón y Aristóteles, a saber la Idea aún abstracta y la Idea aprehendida como actividad eficaz.
Esta división histórica está doblada por consideraciones más especulativas. Platón pertenece a la Escuela eleática, la de Parménides, de Xenófanes, de Melissus y de Zenon. Mientras que los Pitagóricos utilizaban conceptos bajo la modalidad de la representación (por ejemplo la simbólica de los números), los Eléatas poseen una “expresión de la esencia absoluta en una forma como la de un concepto puro, dentro del movimiento del acto de pensar”. Se da entonces una liberación del pensamiento en el eleatismo. Es el comienzo de la dialéctica, de la que Parménides es representativo. La negación del eleatismo será asegurada por Heráclito, quien no pertenece a ninguna escuela, pero que hace pasar a la dialéctica del pensamiento dentro de la objetividad. Con Heráclito, “la tierra está para nosotros a la vista” (GI XVII p. 334). En efecto, la dialéctica da un paso adelante decisivo.
Heráclito concibe el absoluto mismo como este proceso – como la dialéctica ella misma. La dialéctica es a) dialéctica externa, acto de raciocinar aquí y allá, y no el alma de la cosa misma que se disuelve ella misma. b) dialéctica inmanente del objeto, pero sometida a la modalidad subjetiva de considerar (las cosas); c) la objetividad de Heráclito, a saber la de concebir a la dialéctica misma como principio. (Ibidem)
Heráclito es el primer pensador realmente dialéctico. La dialéctica es primero vagabunda con Pitágoras; luego es subjetiva con Parménides y Zenon; es enfin el movimiento mismo de la cosa, el absoluto como principio. Hegel dejó sentado un estereotipo de la historia de la filosofía, instaurando (artificialmente) la oposición de Parménides, pensador del ser (y del ser-uno) con Heráclito, pensador del devenir. El mismo se reconoce un poco en Heráclito bajo este ángulo). Si hemos tocado tierra con Heráclito (pensador de la realidad objetiva), pasamos por la oscuridad con Empédocles y Demócrito, para encontrar un primera luz con Anaxágoras, que coloca al intelecto (el nous) al principio.
Una vez concluido este periodo, se abre una nueva época, que se divide en dos; primero los Sofistas (y las escuelas adyacentes), luego Platón y Aristóteles. Hegel utilizó todas las referencias posibles a las filosofías anteriores, tanto para Platón como para Aristóteles. Para él, la oposición de Platón a los sofistas es capital, ya que muestra cómo Platón piensa la dialéctica, y alcanza – junto con Aristóteles – la verdadera filosofía. Volveremos sobre este punto.
Para comenzar, la presentación de Platón merece toda nuestra atención. El lugar de la obra de Platón en la filosofía griega es totalmente excepcional para Hegel. En efecto, desde la introducción a este curso, señala que se trata de un punto nodal (Knotenpunkt), es decir una filosofía que alcanza el concreto juntando dentro de la unidad de la Idea a las determinaciones de entendimiento dispersas en las filosofías anteriores. Platón no es un ecléctico, ya que en sus diálogos, los pensamientos de los Eleatas, de los Pitagóricos, de Heráclito están a menudo presentes, pero ha “transfigurado sus deficiencias”. El neoplatonismo será igualmente un “punto nodal” de esta especie, y es gracias a esto que se reconoce a las grandes filosofías: se puede decir que, para Hegel, los tres grandes pensamientos de la humanidad son tres nudos, Platón, Proclus, y Hegel él mismo. La situación de la obra de Platón no es entonces un problema artificial, y Hegel está influenciado en este aspecto por el gran panorama de la filosofía griega que dio Simplicio dentro de una perspectiva platónica. Llama la atención el hecho de que Hegel no presenta a Platón como el inicio de la filosofía: para él, la filosofía comienza repetidas veces, con Tales, con Parménides, con Heráclito, pero no con Platón. Es que, al leer a Aristóteles, al leer a Sextus Empiricus, al conocer los trabajos del gran filólogo Brandis, que había estudiado sobre todo la filosofía presocrática en sus Commentationes Eleaticae, y también en una obra que Hegel hacía leer a sus estudiantes en su curso de 1829-1830, De Aristotelis perditis libris, de 1823. Sin embargo, si hacemos a un lado los puntos de erudición, y los admirables progresos del conocimiento de los filósofos anteriores a Platón, debidos a la gran escuela filológica del tiempo, es la visión platonizante de Simplicio que más marcó a Hegel. Por lo tanto no es sorprendente que Platón ocupe ahí el lugar central mas no el primer lugar en el orden cronológico. A propósito del Timeo, por ejemplo, Hegel se niega a acordarle a Tennemann que el Timeo de Locres, escrito en diálogo dórico, y publicado por Proclus como cabecera de su Comentario como el texto que inspiró a Platón, no es más que un apócrifo. En efecto, Hegel permanece fiel al esquema aceptado, que asocia Platón a los Pitagóricos y acepta sin rechinar el relato de la vida de Platón por Diógenes Laercio.
Hegel menciona en varias oportunidades algunos diálogos antes de abordar sus cursos sobre Platón. La segunda sección del periodo abarca los Sofistas, Sócrates y los Socráticos. Es aquí donde los diálogos de Platón pueden servir como fuente de información: Hegel comenta largamente el Protágoras como práctica sofística. La doctrina de Protágoras es estudiada a partir de lo que de él dice Platón en el Teeteto. Muy naturalmente, la Apología y el Banquete ayudan a conocer el personaje y el pensamiento de Sócrates. Platón es entonces, de alguna manera, familiar cuando se aborda, en la tercera división del primer periodo de la filosofía griega, el estudio de su filosofía propiamente dicha.
Y sin embargo, la introducción a la filosofía platónica es bastante larga, ya que ocupa, en el manuscrito de von Griesheim, las páginas 302 a 318. Es que, por un lado, esta obra es “uno de los más bellos regalos del destino”, y por otro da pie a perpetuas equivocaciones. En efecto, la obra de Platón no está completamente desligada de la representación (Vorstellung), a la cual hace particularmente referencia en los famosos mitos. Ahora bien, si estos mitos son escritos muchas veces atractivos, han dado lugar a interpretaciones extravagantes, la más extravagante siendo la de aceptarlos al pie de la letra como dogmas platónicos. El recelo hegeliano hacia los mitos tiene como razones históricas la negativa de conceder a los románticos sus extrapolaciones a partir de las imágenes del mito, y la voluntad de romper el desprecio con el que el Aufklárung agobiaba a Platón, mostrándolo raro e ingenuo, por haber contado tales cuentos como pura verdad. Para comprender a Platón, es necesario salir del círculo que nos devuelve de la admiración excesiva de las imágenes a su crítica radical en el nombre de verdades del entendimiento. Hemos mostrado en otro lado que, para Hegel, los mitos platónicos no son más que procedimientos pedagógicos, pero que son malos procedimientos. Platón creyó hacer su pensamiento más fácil en un primer momento, y podía ser cierto en su época, pero es para nosotros una molestia constante, ya que nuestro deseo es averiguar lo que Platón pensaba realmente, colocándolo bajo una forma conceptual. La filosofía platónica, como más tarde la de Filón, permanece marcada por excesos religiosos: en efecto, la superioridad de la filosofía sobre la religión viene, no del contenido, que es el mismo, sino de la forma, que es la más adecuada a la verdad absoluta en filosofía. Se necesita por lo tanto una introducción bastante larga para penetrar correctamente en el corazón de este pensamiento platónico.
La concepción de la filosofía era muy distinta a la nuestra en la época de Platón. Debemos por eso hacer el esfuerzo necesario para apreciar la obra de los diálogos; en esto nos ayuda el hecho de que al nombrar a Grecia “el corazón del hombre cultivado de Europa y de nosotros Alemanes en particular, se siente sobre su tierra natal”. Podemos comprender entonces porqué Platón dice, con muchos desvíos es cierto, que los filósofos deben ser reyes. Esto significa en realidad que es el Espíritu el que debe estar al principio de los gobiernos; en la época de Platón, en materia de constituciones políticas sólo se conocía la democracia, que se deslizaba hacia la anarquía, por el tormento (“acoso”) de la tiranía. Jamás el Espíritu había triunfado aún de la fuerza brutal que era la regla de los gobiernos. Hegel, con optimismo, sostiene que los regímenes de la Europa moderna sí toman en cuenta estos principios universales que el rey Federico II ideó. No hay que creer que Platón haya querido, efectivamente, hacer subir al filósofo sobre el trono; él quería solamente un gobierno inspirado por la razón. Sobre esto, dos observaciones se imponen al espíritu: por una parte, Hegel no concede ninguna importancia a las Leyes, de las cuales no habla, sin duda porque piensa que el filósofo no tiene que entrar en todos esos detalles; por otra parte, acerca de la vida de Platón, critica el deseo que este filósofo tuvo de hacer entrar directamente, inmediatamente, sus teorías en los hechos, por el intermediario de un tirano filosófico, Denys de Siracusa. La evolución del Espíritu no responde ni al capricho de los príncipes, ni a la voluntad arbitraria de un filósofo, incluso si su teoría está justificada. Esto no quita que para Hegel el principio que guía la reflexión platónica, a saber hacer entrar a la filosofía en la realidad de la ciudad (cité), y que el no contentarse con reflexionar sobre las Ideas, pero también examinar de cerca la realidad política, es un principio justo, que hay que mantener: en esto, Platón marca un gran paso adelante en relación a los filósofos anteriores.
Esta filosofía, Hegel la divide, por comodidad, en tres partes; la dialéctica, la filosofía de la naturaleza y la filosofía del Espíritu. Esta división corresponde a la estructura hegeliana del sistema de la Enciclopedia. Pero Hegel la apoya hábilmente sobre una opinión antigua referida por Diógenes Laercio: la física o la filosofía de la naturaleza, era la herencia de los primeros pensadores de Grecia, los Ionianos; la moral, o filosofía del Espíritu, fue la obra de Sócrates; y Platón agregó la dialéctica, o “lógica” en términos hegelianos. No se trata allí de una hegelización del pensamiento platónico, ya que esta partición se encuentra en los comentadores antiguos, que discutieron del orden respectivo que había que darles. Cicerón, que Hegel considera como una buena fuente de información, aunque le niega todo espíritu filosófico, estudió muy seriamente la cuestión.
Este es el primer bosquejo que podemos dar de la reflexión de Hegel sobre Platón.