alma del universo (Igal)

Añadamos que el centro de un círculo es inmóvil por naturaleza y que si la circunferencia lo fuese también constituiría un inmenso círculo. Será mejor que gire alrededor de su centro, si consideramos el cuerpo como un ser vivo y dominado por la naturaleza. Así (la circunferencia), convergerá a su centro, pero no encaminándose hacia él – esto, naturalmente, destruiría el círculo -, sino, puesto que tal cosa no es posible, realizando un giro alrededor de él. Sólo de esta manera podrá la circunferencia satisfacer su deseo; y el alma que la rodea no conocerá la fatiga, porque ni la arrastra ni se produce contra la naturaleza, al ser la misma naturaleza la ordenadora del alma universal. Y aún hay más: el alma toda entera está en todas partes y no es divisible; e igualmente, el alma del universo concede al cielo el encontrarse en todas partes, de manera parcial y según le es posible; cosa que puede hacer recorriendo sin interrupción alguna todas esas partes. ENÉADA: II 2 (14) 1

Más, si el cielo cuenta con alma, ¿por qué ha de volver sobre sí? Porque el alma no se halla sólo en el mundo inteligible, y si dispone del poder de girar alrededor de un centro, es razonable que ocurra lo mismo con el cielo. Aunque no ha de entenderse el término centro de la misma manera para el cuerpo que para el alma; porque, con relación al alma, es como el lugar del que ella proviene, y, con respecto al cuerpo, tiene un sentido local. El término centro lo empleamos, pues, en sentido análogo, ya que tanto el alma como el cuerpo del mundo deben contar con un centro; este centro es, en el cuerpo, únicamente el centro de la esfera, y como el alma gira sobre sí misma; la esfera también habrá de hacerlo. Si el alma del universo da vueltas alrededor de Dios, es claro que lo llena de su afecto y se sitúa en torno de él, en la medida que le es posible; porque todo depende de él. Da vueltas en torno de él, precisamente porque no puede dirigirse a él. Pero, ¿cómo hacen lo mismo todas las demás almas? Cada una hace otro tanto atendiendo al lugar que ocupa. ¿Y cómo, a su vez, no mueven nuestros cuerpos lo mismo que el cielo? Sin duda, porque están dominados por lo rectilíneo y porque también nuestras propias inclinaciones nos llevan sin cesar hacia otras cosas; por añadidura, lo esférico que se encuentra en nosotros no posee suficiente ligereza, y es terrestre y carece de las sutilezas y movilidad que poseen las cosas del cielo. De modo, ¿cómo podría detenerse cuando el alma se ve afectada por un movimiento cualquiera? Con todo, tal vez se dé en nosotros un soplo que gire alrededor del alma. Y si es verdad que Dios se encuentra en todas las cosas; convendrá que el alma que ansía unirse a él gire igualmente a su alrededor; porque Dios no se halla en un lugar determinado. Platón no concede a los astros él movimiento de rotación característico del cielo, sino que otorga a cada uno de ellos el movimiento alrededor de su centro. Y así también cada ser, donde quiera que se encuentre, abraza a Dios con una alegría que a reflexiva, sino que constituye una necesidad natural. ENÉADA: II 2 (14) 2

Veamos cómo se produce esto. Hay una potencia última del alma universal que, salida de la tierra, se extiende por todo el universo; y otra, situada más arriba, en el lugar de las esferas, que posee por naturaleza la sensación y es capaz de opinar. La segunda cabalga sobre la primera y le presta su poder para vivificarla. He aquí pues, que la potencia inferior es movida por la potencia superior, que la rodea a la manera de un círculo; e, igualmente, esta última asienta sobre el todo en la medida en que la potencia inferior ha ascendido hasta las esferas. Por consiguiente, diremos de aquélla que rodea a esta en círculo, en tanto la potencia inferior se dirige a la potencia superior y produce con esta conversión una especie de movimiento rotativo en el cuerpo en que se halla implicada. Porque, supuesto que se mueva una parte cualquiera de una esfera, y que se mueva además permaneciendo en el mismo sitio, no cabe duda de que sacudirá la esfera y hará que se produzca en ella ese mismo movimiento. Con respecto a nuestros cuerpos ocurre que el alma se mueve con otro movimiento distinto, cual es el originado en las situaciones alegres o en la visión del bien; el movimiento producido en el cuerpo es entonces un movimiento local. Asimismo, el alma del universo que se ha acercado hasta el bien tiene de él una percepción mucho mejor y produce en el cuerpo aquel movimiento local que, por naturaleza, conviene al cielo. Por su parte, la potencia sensitiva que toma su bien de lo alto y que tiene sus propios goces, persigue este bien que se encuentra en todas partes y se entrega a él dondequiera que lo halle. No de otro modo acontece con el movimiento de la inteligencia, pues ésta se mueve y a la vez permanece inmóvil por el hecho de girar sobre si misma. Y así también, el todo universal que se mueve en círculo permanece a la vez en el mismo lugar ENÉADA: II 2 (14) 3

Vayamos, ahora al ejemplo del huso, que fue considerado por unos, ya desde antiguo, como un huso que trabajan las Parcas, y por Platón como una representación de la esfera celeste; las Parcas y la Necesidad, su madre, eran las encargadas de hacerle girar, fijando en suerte, al nacer el destino de cada uno. Por ella misma todos los seres engendrados alcanzan su propia existencia. En el Timeo, a su vez, el demiurgo nos da el principio del alma, aunque son los dioses que se mueven lo que facilitan las terribles y necesarias pasiones: así, los impulsos del ánimo, los deseos, los placeres y las penas, al igual que la otra parte del alma de la que recibimos esas pasiones Las mismas razones nos enlazan a los astros, de los cuales obtenemos el alma; y en virtud de ello quedamos sometidos a la necesidad una vez llegados a este mundo. ¿De dónde provienen entonces nuestros caracteres y, según los caracteres, las acciones y las pasiones que tienen su origen en un hábito pasivo? ¿Qué es, pues, lo que queda de nosotros? No queda otra cosa que lo que nosotros somos verdaderamente, esto es, ese ser al que es dado, por la naturaleza, el dominio de las pasiones, Pero, sin embargo, en medio de los males con que somos amenazados por la naturaleza del cuerpo, Dios nos concedió la virtud, que carece de dueño Porque no es en la calma cuando tenemos necesidad de la virtud, sino cuando corremos peligro de caer en el mal, por no estar presente la virtud. De ahí que debamos huir de este mundo y alejarnos de todo aquello que se ha añadido a nosotros mismos. Y no hemos de ser siquiera algo compuesto, un cuerpo animado de alma en el que domina más la naturaleza del cuerpo, quedando sólo en él una simple huella del alma; si es así, la vida común del ser animado es en mayor medida la del cuerpo, y todo cuanto depende de ella es realmente corpóreo. Atribuimos, por tanto, a otra alma que se halla fuera de aquí ese movimiento que nos lleva hacia arriba, hacia lo bello y hacia lo divino donde a nadie es permitido mandar; muy al contrario, es el alma la que se sirve de este impulso para hacerse igual a lo divino y vivir de acuerdo con él en el lugar de su retiro. Al ser abandonado de esta alma corresponde, en cambio, una vida sujeta al destino; los astros no son para él, en este mundo, únicamente signos, sino que él mismo se convierte en una parte, sumisa por completo al universo, del cual es precisamente parte. Cada ser es ciertamente doble esto es, un ser compuesto y que sin embargo, resulta uno mismo; así, todo el universo es un ser compuesto de un cuerpo y de un alma enlazada a este cuerpo, y es también el alma del universo que no se encuentra en el cuerpo, pero que ilumina los propios vestigios de ella existentes en el cuerpo. Son igualmente dobles el sol y todos los demás astros. Como su otra alma es pura no producen nada pernicioso, pero algo engendran en el universo ya que son una parte de él y constituyen cuerpos vivificados por un alma. He aquí que cada uno de estos cuerpos es una parte del universo, que actúa sobre otra; pero su alma verdadera tiende, sin embargo, su mirada hacia el bien supremo. También las demás cosas siguen de cerca este principio y, mejor que a él, a todo lo que priva alrededor de él. Esta acción se ejercita no de otro modo que la del calor proveniente del fuego, que se extiende por todas partes; y es algo así corno la influencia del alma ejercida sobre otra alma con la cual tiene parentesco. ENÉADA: II 3 (52) 9

¿Podremos llamar pensamientos a estas razones que se dan en el alma? Pero, ¿cómo actuar verdaderamente conforme al pensamiento? Porque la razón seminal que obra en la materia es algo que actúa naturalmente; y no se trata de un pensamiento, ni de una visión, sino de una potencia que modifica la materia. Tampoco conoce, sino que obra a la manera como un sello o como una figura que se refleja en el agua; aunque como el círculo, la potencia vegetativa y generadora recibe de otra parte su poder. Y siendo así, la parte principal del alma debe alterar entonces el alma material y generadora. Pero, ¿la modifica luego de haber reflexionado? Porque si reflexiona, tendrá un punto de referencia; habrá de referirse a algo distinto de ella o a lo que ya se da en ella. En este caso, naturalmente, no tendría necesidad de reflexionar; porque ya no es ella la que produce la modificación, sino la potencia que encierra en sí misma las razones. Esta potencia es, en el alma, la más capacitada para actuar. Pero actúa de acuerdo con las ideas, y, para darlas, ha de recibirlas de la inteligencia. He aquí, pues que la inteligencia las da al alma del universo, y el que viene después de la inteligencia las da a su vez al alma que viene después de ella, a la que ofrece brillo y forma; y esta última, como ordenada por aquélla, produce ya las cosas. Sin embargo, esta producción se verifica unas veces libremente y otras (caso peor) con notoria dificultad; pero teniendo, como efectivamente tiene, la capacidad de producir y hallándose cargada de razones — de razones que no son las primeras — (el alma) producirá según lo que ella misma ha recibido, y nacerá de ella como es evidente algo que resulta siempre peor: un ser animado, pero de lo más imperfecto, que sobrelleva difícilmente su propia vida, porque es ya un ser inferior, de natural descontentadizo y violento, como hecho de una materia también inferior. Consideraremos esta materia como el sedimento amargo dejado por los seres superiores; sedimento que se extiende y se incorpora al universo. ENÉADA: II 3 (52) 17

Si lo que ahora decimos es justo, el alma del universo debe contemplar los seres mejores y enderezarse siempre hacia la naturaleza inteligible y hacia Dios. Llena y colmada de ellos hasta la saciedad, brota entonces del alma una especie de imagen, que ocupa en aquélla su límite más bajo. Esta imagen es precisamente la productora de las cusas, la que ocupa el lugar inferior en la escala de las potencias; sobre ella se encuentra la parte principal del alma, llena de formas que provienen de la inteligencia; y aun por encima quedará situada la inteligencia del demiurgo, que da al alma; que viene después de ella, esas formas cuyas huellas convienen al tercer rango. Se dice, pues, con razón que el mundo es una imagen, reproducida de modo indefinido; la primera y la segunda realidad permanecen inmóviles, y lo mismo puede decirse de la tercera, aunque ésta, por hallarse sometida a la materia, es movida por accidente. ENÉADA: II 3 (52) 18

Podrá decirse también que el alma se ha hecho productora al perder sus alas; sin embargo, el alma del universo no sufre esta pérdida. Y si se admitiese que el alma es productora luego de su caída, expóngase entonces la causa de esta calda. ¿Cuándo se produjo realmente? Si ya permanece así desde la eternidad, sería según esta razón, un alma caída. Y si la caída tuvo un comienzo, ¿por qué no dio comienzo antes? Para nosotros no está la causa productora en que el alma se incline (hacia la materia), sino mejor en el hecho de que no se incline. Porque si el alma se inclina (hacia la materia) está claro que se olvida de los inteligibles; y si se olvida de ellos, ¿cómo modelar el mundo? ¿De dónde la fuerza productora del alma sino de los inteligibles que ha podido contemplar? Si el recuerdo persiste a través de su acción productora, es que el alma aún no se inclinó del todo — y no tiene, por tanto, una visión confusa –, si es que ya no se inclinó en mayor grado hacia los inteligibles, a fin de obtener así una visión más clara, Porque, manteniendo todavía el recuerdo, ¿cómo no iba a desear volver hacia él? ¿Qué es lo que pensará entonces sobre su acción productora del mundo? Seria ridículo creer que lo hace para obtener honores, confundiéndola en este caso con los escultores de que disponemos aquí. Por otra parte, si produjese el mundo validad e su pensamiento y no radicasen en su misma naturaleza el acto y el poder de la producción, ¿cómo se explicaría la formación del mundo? ¿Y cuándo lo destruirá? Porque si ha cambiado de opinión, ¿qué es lo que espera para destruirlo? Si ello no ocurre, es indudable que todavía no se ha arrepentido de su acción y que, con la costumbre y el tiempo, aquélla se le hará más querida. Supuesto que esperase a las almas individuales, parece lógico que éstas no deseasen un nuevo nacimiento, ya que, en el anterior, han probado los males de este mundo; de manera que preferirían dejarlo. ENÉADA: II 9 (33) 4

Se ha dicho de este mundo que no ha tenido comienzo ni tampoco tendrá fin; que existe y existirá siempre con la misma licitud que los seres inteligibles. En cuanto a la unión de nuestra alma con el cuerpo, se ha dicho también antes de ellos que esta unión no constituye lo mejor para el alma. Ahora bien, pasar de esta consideración a la consideración del universo, como si se tratase de la misma cosa, es igual que censurar totalmente una ciudad bien organizada partiendo de la condición de los alfareros o de la de los herreros. Pues conviene, claro está, aprehender las diferencias entre el alma del universo y la nuestra; aquélla no gobierna del mismo modo, ni se ve sujeta al cuerpo de igual manera. Sobre estas diferencias, y las mil ya nombradas en otro lugar, convendrá aguzar nuestra reflexión; porque nosotros estamos encadenados al cuerpo y esta ligadura es real, mientras en el alma universal es la propia naturaleza del cuerpo la que se halla encadenada, y el alma enlaza consigo todo lo que esta naturaleza abarca. Sin embargo, el alma misma del universo nunca llega a ser encadenada por aquellos cuerpos que ella encadena; porque priva sobre ellos. Por lo cual también sale indemne de su trato con éstos, en tanto nosotros no somos dueños de nuestros propios cuerpos. La parte de esa alma que mira hacia lo divino y superior permanece inalterada y no conoce ningún impedimento; la otra parte, que da la vida al cuerpo, nada recibe a cambio de él. Porque, en general, lo que sufre la acción de un objeto recibe necesariamente su carácter, sin que tenga que darle nada a cambio en el caso de que posea vida propia. Eso es lo que ocurre cuando se injerta una planta: la planta sufre la acción del injerto y éste se agosta al permitir que aquélla reciba su vida. Si se extingue el fuego que hay en ti, no por ello se extingue el fuego del universo; como tampoco influiría sobre el alma desligada del cuerpo la desaparición total del fuego; únicamente afectaría a la ordenación del cuerpo, hasta tal punto que, si el mundo pudiese existir con sólo los demás elementos, en nada preocuparía ya a esa alma. ENÉADA: II 9 (33) 7

Habrá que mostrar a quienes piensan así — y siempre que lo acepten con buenos sentimientos — cuál es la naturaleza de las cosas; de este modo podrán desvanecerse las censuras que formulan tan alegremente contra seres dignos de estima, de los que debiera hablarse adecuadamente y con mucha más propiedad. En realidad, no convendría menospreciar el gobierno del universo, dado que manifiesta, en primer lugar, la grandeza de la naturaleza inteligible. Porque si ha llegado a una vida tal que no tiene la in articulación de la vida de los animales — de los pequeños animales que se producen sin interrupción, noche y día, por la misma sobreabundancia de la vida del universo –, sino que es una vida continua, clara y múltiple, que se extiende por todas partes y manifiesta una extraordinaria sabiduría, ¿cómo no afirmar que se trata de una imagen visible y hermosa de los dioses inteligibles? Si es una imagen, no cabe confundirla con el mundo inteligible, ni está en su naturaleza el serlo; porque, entonces, tampoco sería ya una imagen. Pero es falso afirmar que no guarda semejanza con el original; nada se ha omitido de todo cuanto debe tener una hermosa imagen natural. No es necesario, sin embargo, que esta imagen sea la obra de una mente artística, porque lo inteligible no debe ser la última realidad. Su obra tendrá que cumplirse de dos maneras: de un lado, actuando sobre sí mismo, de otro, actuando sobre algo diferente. Convendrá, pues, que haya algo después de él, ya que si existiese solo nada se encontraría por debajo de sí, lo cual resultaría de todo punto imposible. Una potencia maravillosa corre por él, potencia que le fuerza a actuar. Si de hecho hay otro mundo superior a éste, ¿cuál es en realidad? Porque si ha de haber alguno, y no sabemos de otro mundo que éste, es claro que guardaría la imagen del mundo inteligible. Ahí tenemos la tierra toda, llena de animales diversos e inmortales, que se extiende hasta el cielo; tenemos también los astros, que ya se sitúen en las esferas inferiores, o ya se encuentren en la región más alta, ¿por qué no han de ser dioses, si son llevados con orden y discurren así por el universo? ¿Por qué no habrán de poseer la virtud y qué impide que la posean? No se da en el cielo, seguramente, todo aquello que produce los males de este mundo, ni tampoco la imperfección de un cuerpo que no sólo es molestado sino que es también motivo de perturbación. Si, por otra parte, disponen siempre de tiempo libre, ¿por qué no han de captar y aprehender en su inteligencia al dios que está por encima de todo y a los otros dioses inteligibles? ¿Por qué, además, creemos contar con una sabiduría mejor que la de ellos? ¿Quién que no se hubiese vuelto loco podría sostener esto? Porque si nuestras almas se han visto forzadas por el alma del universo a dirigirse hasta aquí, ¿cómo, en esta situación, podrían considerarse superiores? Entre las almas, la que es superior es la que manda. Si, pues, nuestras almas han venido hasta aquí por su voluntad, ¿por qué censuráis un lugar al que habéis venido por vuestra voluntad, lugar que podéis abandonar si realmente no os agrada? Pero si este mundo es tal que resulta posible, permaneciendo en él, poseer la sabiduría y vivir en él conforme a la vida de los seres inteligibles, ¿cómo no ver en esto una prueba de su dependencia de los seres inteligibles? ENÉADA: II 9 (33) 8

Si disponemos de un cuerpo conviene que permanezcamos en mansiones que han sido construidas por un alma buena y hermana de la nuestra, que tiene el poder de construir sin fatiga alguna. Esas gentes que designan con el nombre de hermanos a los hombres más viles, juzgan indigno dar este nombre al sol, a los astros del cielo y al alma del mundo; ¡tan ciega se muestra su lengua! Tal parentesco no parece apropiado para los malos, y en cuanto a los buenos no deberán ser un cuerpo, sino más bien un alma situada en un cuerpo, que pueda vivir en él de tal manera que se encuentre lo más cerca posible de la mansión del alma universal en el cuerpo del universo. Esto es, no conviene enfrentarse con los seres, ni tampoco someterse a las cosas externas que son gratas a nuestros sentidos, ni turbarse ante algo que nos resulte penoso. El alma del universo no puede ser alcanzada por nada; nadie, en verdad, llegará hasta ella. Nosotros, en este mundo, recibimos golpes que son rechazados por nuestra virtud; incluso los hacemos menores en virtud de nuestros grandes pensamientos. Pero, que estos mismos golpes no se originen por nuestra fuerza! ENÉADA: II 9 (33) 18

Cuanto más nos acerquemos al ser intocable, mejor imitaremos al alma del universo y a las almas de los astros; con la proximidad a estas almas, nos haremos también semejantes a ellas, contemplaremos lo mismo que ellas contemplan y estaremos preparados para todo esto por nuestra misma naturaleza y solicitud. Aunque para esas almas lo que ahora decimos ya es realmente posible desde el principio. Si dijesen que ellos son los únicos en poder contemplar, nada añadirían a su contemplación, como tampoco con pretender salir de sus cuerpos después de la muerte, pues las almas de los astros gobiernan eternamente el universo. Sin duda, son ignorantes, de lo que quiere decir “fuera del mundo” y desconocen a la vez cómo el alma del universo dirige a los seres sin vida. ENÉADA: II 9 (33) 18

Nos queda por considerar la tesis de un principio único que entrelaza y reúne entre sí todas las cosas, dando a cada una su privativa manera de ser y haciendo a la vez que se realice de acuerdo con las razones seminales. Esta opinión se acerca mucho a la que dice que todas nuestras disposiciones y movimientos — y naturalmente las disposiciones y movimientos del todo — provienen del alma del universo, aunque aquí quiera regalarse nos una concesión, atribuyéndosenos algún poder. Admite enteramente esta opinión la necesidad de todas las cosas, y así, una vez aprehendidas todas las causas de un acontecimiento, resulta imposible que tal acontecimiento no se realice; porque no hay ya nada que pueda impedirlo o que pueda hacer que ocurra de otra manera, si todas las causas han quedado bien ligadas al destino. Pero, siendo tal como son y como surgidas de un principio único, no nos dejarán otra solución que la de ser llevados a donde ellas nos empujen. He aquí, pues, que las representaciones dicen relación a sus antecedentes y las tendencias a las mismas representaciones, con lo cual la libertad se convierte en un mero nombre. Porque el hecho de que seamos nosotros los que tendemos a algo, nada quiere decir con respecto a la tendencia, ya que ésta ha nacido de las causas; tanto nos pertenecerá a nosotros como al resto de los animales o a los recién nacidos, o incluso a los locos; pues es claro que los locos cuentan asimismo con tendencia. Digamos, por Zeus, que también el fuego tiene sus tendencias, al igual que todas las cosas sometidas al fuego y que se mueven conforme a su constitución. Todos lo ven perfectamente y nadie lo discute, aunque se busque otras causas para esta tendencia al no considerarla como un principio. ENÉADA: III 1 (3) 7

¿Y qué otra causa, que no sea ninguna de éstas, podrá dejar nada incausado, con la vigilancia y el cuidado de la sucesión y el orden de los hechos? ¿Qué otra, en verdad, aceptará que seamos algo, sin destruir para ello las predicciones y adivinaciones? Conviene que introduzcamos el alma en las cosas como un principio distinto de ellas; y no se trata sólo del alma del universo, sino, juntamente con ella, del alma individual. Como principio que es, y no pequeño por cierto, el alma debe entrelazar todas las cosas, sin que por ello tenga que haber salido de unas semillas como todo lo demás, dada su condición de causa primera. Si verdaderamente no dispone de un cuerpo, es entonces la causa más soberana, la más libre e independiente de la causa cósmica; pero, contenida en un cuerpo, pierde ya el señorío de sí misma por estar ordenada a otros seres diferentes de ella. La fortuna enseñorea todo lo que se ofrece a su alrededor, todos los seres en medio de los cuales vino a caer el alma a su llegada a este mundo; el alma, a su vez, actúa unas veces según estos seres, otras, en cambio, los domina y los lleva a donde ella quiere. El alma superior tiene un poder más alto, y el alma inferior un poder menor. El alma sometida al cuerpo se ve precisada a desear, a irritarse, a hacerse humilde en la pobreza, orgullosa en la riqueza y tiránica en el ejercicio del poder. Aquella otra alma que es por naturaleza buena se mantiene firme en las mismas circunstancias y transforma las cosas más de lo que las cosas la transforman a ella; y así, a unas las altera, en tanto a otras las acepta, sin caer por esto en el vicio. ENÉADA: III 1 (3) 8

Más, ¿permanece siempre en el cuerpo esta emanación? No; porque si nos volvemos hacia lo alto, también ella se vuelve con nosotros. ¿Y qué ocurre con el alma del universo? Esa parte separada de ella, ¿retornará luego con el alma? Digamos que no se había inclinado por su parte última, que no vino ni descendió, sino que permanece tal cual era; y el cuerpo del mundo, a su vez, se ve unido como iluminado por ella, sin que esto le turbe o le cause preocupación, porque el mundo continúa en seguridad. ¿Pues qué? ¿No tiene sensación alguna? “No tiene vista”, dice (Platón) 42, porque no tiene ojos; pero es claro que tampoco cuenta con orejas, nariz y lengua. Entonces, ¿carece el universo de la conciencia de lo que hay en sí, como la que tenemos nosotros de lo que hay en nuestro interior? Ocurre lo mismo con nuestro estado natural: en él se da la calma y ni siquiera se manifiesta el placer; se encuentra y no se encuentra presente aquí la potencia vegetativa, y lo mismo acontece con la potencia sensitiva. Pero en otras partes se hablará del mundo; hablamos ahora de él en cuanto le toca nuestra cuestión. ENÉADA: III 4 (15) 4

¿Diremos, pues, que toda alma tiene un Eros, convertido en sustancia y en hipóstasis? ¿Y por qué habrían de tener un Eros como hipóstasis el alma universal y el alma del mundo, y no en cambio las almas de cada uno de nosotros, ni las almas que se encuentran en las bestias? Este Eros es el demonio que, según se dice, nos acompaña a cada uno de nosotros; es, por tanto, el Eros de cada uno de nosotros. A este Eros atribuiremos nuestros deseos naturales, como si cada alma tomase para sí el Eros que naturalmente le corresponde y engendrase a su vez un Eros adecuado a sus méritos y a su esencia. El alma universal tendrá así un Eros universal, y cada una de las almas tendrá también el suyo. La relación que mantiene cada alma con el alma universal — de la que aquéllas no están separadas, pero en la que sí están contenidas como si todas las almas fuesen una sola — es la misma que mantiene cada Eros con el Eros universal. El Eros de cada uno esta unido al alma de cada uno como el gran Eros lo está al alma del universo, o el Eros del mundo al mundo entero en todas sus partes. He aquí, pues, un Eros uno y múltiple, que se aparece en cualquier parte del universo donde lo desea; y si ése es su gusto, adoptará unas u otras formas. ENÉADA: III 5 (50) 4

Otra cuestión: ¿por qué todos los demonios no son Eros? ¿Y por qué no se hallan igualmente limpios de toda materia? Los Eros son engendrados por el alma cuando ésta aspira al bien y a lo bello — puede decirse que todas las almas del mundo sensible engendran este demonio –, en tanto los otros demonios son engendrados únicamente por el alma del universo, que se vale de potencias diferentes. Estos demonios ayudan a completar y a dirigir cada ser en provecho del universo. Conviene, por tanto, que el alma del universo sea suficiente para este universo si ha de engendrar potencias demoníacas que correspondan a su acción total. Pero, ¿por qué estos demonios participan en alguna materia? No se trata, desde luego, de la materia corpórea, pues entonces serían seres vivos sensibles. Si toman corno cuerpos el aire o el fuego, su naturaleza será en primer lugar diferente de estos cuerpos, al objeto de que pueda participar en ellos. Un ser puro no se mezcla directa y totalmente a un cuerpo, aunque en opinión de la mayoría la esencia del demonio sea inseparable de un cuerpo, ya se trate de aire o de fuego. Pero, ¿por qué unos se hallan unidos a los cuerpos y otros no, si no existe una causa para esta unión? ¿Cuál podría ser esta causa? Hay que suponer que se trata de una materia inteligible, para que un ser, por medio de ella, llegue a unirse a la materia corpórea. ENÉADA: III 5 (50) 6

Dos cosas hay que considerar en la inteligencia universal, y, con mayor motivo, en las inteligencias individuales, donde se da un sujeto que recibe y un objeto que es recibido. Hemos de examinar, naturalmente, cómo nuestra inteligencia recibe los dioses, pero esto tan sólo cuando tratemos de encontrar cómo viene el alma al cuerpo. Ahora habremos de volver una vez más a los que dicen que nuestras almas provienen del alma del universo. No es quizá suficiente prueba, dirán ellos, que nuestras almas alcancen el lugar del alma del universo, o que ésta marche al unísono con ellas, caso de que eso sea posible, porque es lo cierto que las partes han de ser homogéneas con el todo. En su ayuda traen a Platón, el que intenta convencemos de que el universo es un ser animado: “Así como nuestro cuerpo es una parte del universo — dice –, así también nuestra alma es una parte del alma del universo”. Pero (Platón) quiere convencernos también — y lo dice y lo muestra con claridad — de que debemos seguir el movimiento circular del universo, ya que nuestro carácter y condición provienen de aquí y, nacidos además en el interior del universo, tomamos de él nuestra alma. Y así como cada parte de nosotros recibe una parte de nuestra alma, así, y por la misma razón, nosotros, que somos partes del todo, recibimos una parte del alma universal. Eso mismo quiere decir la frase de Platón: “Toda alma está al cuidado de lo que es inanimado”. De modo que no permite la existencia de ninguna otra alma, fuera del alma del universo, puesto que ésta toma a su cargo la totalidad de lo inanimado. ENÉADA: IV 3 (27) 1

¿Podremos decir que las almas son partes del alma universal, a la manera como se dice que el alma del ser animado que se encuentra en el dedo es una parte de la totalidad del alma que se encuentra en aquél? Razonando así llegamos a una de estas conclusiones: o bien a admitir que no hay ninguna alma fuera del cuerpo, o bien a afirmar que ninguna alma se da en un cuerpo, de tal modo que la llamada alma del universo se encuentra también fuera del mundo. Esto es lo que habrá que examinar y para ello seguiremos ahora con la misma comparación. ENÉADA: IV 3 (27) 3

Si el alma es, pues, una unidad de esta clase, ¿qué hemos de contestar a los que plantean dificultades como las siguientes? En primer lugar, si es posible que una sola cosa se encuentre a la vez en todas las otras, y en segundo lugar, si puede haber un alma que se dé en el cuerpo y otra no — porque quizá debiera afirmarse que toda alma, y especialmente el alma del universo, asentará siempre en un cuerpo, y no decir que ha de abandonar el cuerpo, como se hace con la nuestra, aunque algunos sean de la opinión que si ha dé abandonar este cuerpo no por eso quedará fuera de todo cuerpo — ; pues si alguna alma tiene que quedar enteramente fuera del cuerpo, ¿cómo es que un alma ha de abandonarlo y otra no, tratándose en todo caso de la misma alma? En cuanto a la inteligencia, por su misma alteridad aparece dividida en partes distintas, pero unidas unas a otras, porque, siendo su sustancia indivisible, aquella separación no ofrece dificultad alguna; mientras que, en lo tocante al alma, considerada como divisible según los cuerpos, muchas son las dificultades que se oponen a su unidad. ENÉADA: IV 3 (27) 4

Sin embargo, podría hablarse de la unidad como existente en sí misma y no precipitada en el cuerpo. De ella procederían todas las almas, tanto el alma del universo como las demás. En cierto modo, se presentarían reunidas y formando una sola alma, que no correspondería a ningún ser particular. Así, suspendidas por sus extremos y relacionadas entre sí, se lanzarían aquí y allá, cual una luz que, tan pronto se acerca a la tierra, se introduce en nuestras casas, aunque no por ello se divida y pierda algo de su unidad. El alma del universo permanece siempre por encima de nosotros, porque no desciende hacia la tierra ni se muestra solícita por las cosas de aquí abajo; nuestras almas, en cambio, no siempre se encuentran en ese estado, porque están limitadas por una porción del cuerpo en cuyo cuidado han de poner toda su atención. El alma del universo, por su parte inferior, se parece al alma de un gran árbol, que dirige la vida sin fatiga ni ruido alguno; la parte inferior de nuestra alma resulta algo así como los gusanos que nacen en las ramas podridas del árbol, pues eso y no otra cosa es el ser animado en el universo; pero, además de esa alma, hay otra alma semejante a la parte superior del alma del universo y comparable a un agricultor que, preocupado por los gusanos del árbol, dirigiese hacia él todos sus cuidados. Como si se dijese que un hombre que disfruta de buena salud, en unión de los otros hombres en sus mismas condiciones, se aplica a todo aquello que debe hacer o contemplar; en tanto, si se encuentra enfermo, aparece entregado a los cuidados de su cuerpo, atento y predispuesto hacia él. ENÉADA: IV 3 (27) 4

¿Por qué entonces el alma del universo, que es semejante a las demás almas, pudo haber hecho el mundo, y, en cambio, no han hecho nada las almas de los individuos particulares, las cuales, sin embargo, tienen todas las cosas en sí mismas? Porque ya se ha dicho que una misma cosa puede existir a la vez en otras muchas; ahora convendrá aclarar de qué modo. Tal vez lleguemos a saber así cómo una misma cosa, que se da en otras, puede actuar y sufrir, o cumplir a un tiempo ambas misiones. ENÉADA: IV 3 (27) 6

Convendrá que examinemos esto en sí mismo, y para ello nos preguntaremos: ¿cómo y por qué (el alma del universo) creó el mundo, mientras que las almas particulares gobiernan tan sólo una parte de él? ¿No podría considerarse como algo extraordinario el que, de hombres que poseen el mismo conocimiento, unos gobiernan a un número mayor de ellos, y otros a un número menor? Pues la diferencia entre las almas, se añadiría, resulta todavía mayor: hay una que no se ha separado del alma universal y permanece con su cuerpo alrededor de ella; las otras, bajo el mando de esta alma universal, que es como su hermana y les ha preparado de antemano sus mansiones, se reparten al azar las partes del cuerpo existente. Posiblemente haya un alma que contemple la inteligencia en su totalidad, mientras las otras no ven más que la parte que les afecta. Y, tal vez, estas mismas almas hubieran podido crear algo, pero, como aquélla lo ha hecho ya, nada les queda a éstas por hacer, superadas como lo han sido por la primera. La misma dificultad existiría en el caso de que cualquier otra alma ocupase el primer lugar. Diremos con mejor fundamento que la creación corresponde al alma universal porque esta alma aparece más ligada al mundo inteligible; siempre es mayor, en efecto, el poder de las almas que se inclinan hacia la región inteligible. Pues dichas almas se conservan en seguridad y actúan fácilmente — pensemos que el poder mayor corresponde a los seres que no sufren con su acción –, ya que el poder proveniente del mundo inteligible no cesa jamás. El alma universal permanece en si misma y actúa sobre las cosas que se acercan a ella, mientras las otras almas prosiguen su marcha y se hunden en el abismo, O tal vez la pluralidad que se da en estas mismas almas tira de ellas hacia abajo y las arrastra junto con sus pensamientos. ENÉADA: IV 3 (27) 6

Pero bastante se ha dicho a este respecto. Ahora nos queda por considerar la sospecha manifestada en el Filebo de que las otras almas son partes del alma del universo. Esta opinión platónica no tiene el sentido que algunos quieren darle, sino que significa, en la medida en que era útil para Platón, que el cielo es un ser animado. Lo cual prueba afirmando que resulta absurdo un cielo inanimado, ya que nosotros, que disponemos de una parte del cuerpo del universo, contamos también con un alma, ¿Cómo, pues, podría contar con un alma una parte del universo, si el todo precisamente no la tiene? Más claramente expone su pensamiento en el Timeo; aquí, una vez nacida el alma del universo (el demiurgo) fabrica las demás almas tomando la mezcla de la misma vasija; esto es, las hace semejantes a aquélla, dándoles tan sólo la diferencia de segundo o tercer rango. Pero aún parece más justo lo que se dice en el Fedro: “Toda alma está al cuidado de lo que es inanimado”. Porque, ¿qué otra cosa gobierna, modela y ordena la naturaleza corpórea sino el alma? Y no es verdad que una sola pueda hacerlo y las otras no. El alma perfecta, dice (Platón), el alma del universo que vuela por las alturas, produce sin sumergirse en el mundo, pero como si cabalgase sobre él: “así gobierna toda alma perfecta”. Cuando habla (Platón) del alma “que ha perdido las alas” la hace diferente al alma del universo. Si dice que sigue el movimiento circular del universo, que recibe su alimento e influencia, no prueba con ello que nuestras almas sean parte de aquélla. Porque el alma está dispuesta para que se modelen en ella muchas cosas provenientes de la naturaleza de los lugares, de las aguas y del aire; en ella dejan su impronta las mansiones de las distintas ciudades y las uniones a los distintos cuerpos. Decíamos que al estar nosotros en el universo contamos con algo de su alma; incluso aceptamos el influjo de la revolución circular, pero oponemos a todo esto otra alma, la cual se manifiesta diferente por su mismo grado de oposición. Aún nos resta el hecho de que nacemos en el interior del universo, mas a esta cuestión respondemos que el niño tiene un alma distinta a la de la madre, no siendo, pues, la de ella la que penetra en su cuerpo. ENÉADA: IV 3 (27) 7

Quedan así resueltas las dificultades que se habían planteado. Y tampoco constituye una dificultad la simpatía existente entre las almas, porque es claro que las almas simpatizan entre sí por derivar todas ellas de una misma alma, de la cual proviene también el alma del universo. ENÉADA: IV 3 (27) 8

Deberemos comenzar tal vez por el alma del universo, o mejor será necesario que comencemos por ella. Pero convendrá pensar que tanto la entrada del alma en el cuerpo como la acción de darle vida tiene para nosotros un fin ilustrativo y de esclarecimiento de nuestra mente; porque es claro que este universo nunca ha carecido de alma, ni ha podido existir en ningún momento, estando el alma ausente de él, ya que tampoco ha existido nunca una materia carente de orden. Podemos, sin embargo, imaginar estos términos separándoles mentalmente unos de otros, ya que es posible, en efecto, analizar todo compuesto valiéndonos del pensamiento y de la reflexión. La verdad queda planteada de este modo; caso de no existir un cuerpo, el alma no le precedería, puesto que no hay otro lugar en el que ella asiente por naturaleza. Si debe preceder, tendrá que engendrar un lugar para sí misma, esto es lo que llamamos un cuerpo. Ahora bien, el alma está en reposo y permanece en el Reposo en sí, semejante a una luz que se manifiesta en toda su fuerza, pero cuyo resplandor, una vez llegado a los últimos confines, se convierte en oscuridad; el alma que la ve y que, además, la ha originado, necesariamente ha de darle una forma, porque no sería justo que lo que es vecino del alma estuviese privado de la razón. Tendrá, pues, tanta parte en ella cuanta pueda recibir la oscuridad, comportándose así como una sombra en la sombra engendrada por el alma. ENÉADA: IV 3 (27) 9

No descienden, pues, con su propia inteligencia, sino que se dirigen hacia la tierra, pero con la cabeza fija por encima del cielo. Si ocurre en realidad que descienden demasiado, ello será debido a que su parte intermedia viene obligada a procurar el cuidado del cuerpo en el que aquéllas se han precipitado. El padre Zeus, en este caso, se compadece de sus trabajos y hace temporales las ligaduras que les atan a ellos, dando a las almas un descanso en el tiempo y liberándolas a la vez de sus cuerpos para que puedan alcanzar la región inteligible, donde permanece ya para siempre el alma del universo sin tener que volverse a las cosas de aquí abajo. Porque el universo dispone verdaderamente de cuanto es posible para bastarse a sí mismo, y así es y será, ya que su ciclo se cumple según razones fijas y, al cabo de un cierto tiempo, vuelve de nuevo al mismo estado conforme a un movimiento periódico. De este modo pone también de acuerdo las cosas de arriba con las de este mundo, ordenándolo todo con sujeción a una razón única. Y todo queda perfectamente regulado, no sólo en lo que atañe al descenso y al ascenso de las almas, sino también en cuanto a las demás cosas. Lo prueba el acuerdo de las almas con el orden del universo, pues éstas no actúan separadamente sino que coordinan sus descensos y manifiestan una armonía con el movimiento circular del mundo. La condición de las almas, sus vidas y sus mismas voluntades, tiene una explicación en las figuras formadas por los planetas, que emiten una sola nota y en las debidas proporciones (mejor lo daríamos a entender con las palabras musical y armonioso). Esto no sería posible, desde luego, si el universo no actuase conforme a los inteligibles y no tuviese pasiones adecuadas a los períodos de las almas, a sus regulaciones y a sus vidas en los distintos géneros de carreras que ellas realizan, bien en el mundo inteligible, bien en el cielo, bien en esos lugares terrestres a los que ellas se vuelven. ENÉADA: IV 3 (27) 12

Podría decirse entonces que sólo cuentan con recuerdos las almas que sufren cambios o modificaciones. Porque es claro que la memoria versa únicamente sobre hechos pasados, pues, ¿de qué habrían de recordarse, las almas que permanecen en un mismo estado? Esta es la cuestión a dilucidar en lo que respecte al alma de los astros y de los demás cuerpos del cielo; y no menos en cuanto al alma del sol o de la luna, o, en fin, en cuanto al alma del universo. Habrá que intentar entrometerse en los recuerdos del mismo Zeus y no estará de más averiguar, al hacer esto, cuáles son los pensamientos y los razonamientos de aquellas almas, caso de que ellas existan. ENÉADA: IV 4 (28) 6

Mas como el principio que ordena el mundo es doble, y le llamamos demiurgo en un sentido y en otro alma del universo, parecerá que el nombre de Zeus se refiere unas veces al demiurgo y otras al alma que conduce el mundo. Sea lo que sea, hemos de despojar por completo al demiurgo de toda idea de pasado y de futuro, para atribuirle, en cambio, una vida inmutable e intemporal. La cuestión se plantea cuando pensamos esta vida como vida del universo, con su principio rector en ella misma. Pues hay que suponer que no tiene que pararse a pensar ni a buscar lo que debe hacer. Conviene que lo ya descubierto y ordenado sean realmente cosas hechas, pero no en el tiempo, porque el autor de ellas no es otro que el orden; esto es, el acto de un alma que depende de una sabiduría inteligible y cuya imagen se da en su propio orden. Como esta sabiduría no cambia, tampoco es necesario que cambie el alma, ya que nunca cesa de contemplarla. Si dejase de hacerlo, se encontraría llena de perplejidad, porque el alma es verdaderamente una y una es también su obra. ENÉADA: IV 4 (28) 10

Pero, ¿en qué se diferencia la sabiduría así descrita de lo que llamamos la naturaleza? La sabiduría es, ciertamente, lo primero, y la naturaleza lo último. La naturaleza es una imagen de la sabiduría y, como última parte del alma, no contiene más que los últimos reflejos que se dan en la razón. Ocurre aquí como en una espesa capa de cera: si se marca una impronta en una de sus caras y ésta llega hasta la otra cara, los rasgos de la impronta, que aparecerán bien marcados en la cara superior, aparecerán en cambio debilitados en la cara inferior. Y es que la naturaleza no conoce, sino que tan sólo produce. Da involuntariamente lo que ella tiene a lo que está por debajo de ella, tanto a la naturaleza corpórea como a la material, lo mismo que un objeto caliente transmite la forma del calor a un objeto que está en contacto con él, aunque su acción sea menor que la de la fuente del calor. Por eso, la naturaleza carece de imaginación y el pensamiento se muestra también superior a la imaginación. De ésta diremos que es intermedia entre la impronta de la naturaleza y el pensamiento. La naturaleza no tiene ni percepción ni inteligencia; la imaginación, por su parte, recibe las impresiones de fuera y da a lo que ella imagina el conocimiento que experimente. El pensamiento engendra por si mismo, y actúa porque proviene de un ser en acto. La inteligencia posee los seres, el alma del universo los acoge eternamente y en esto consiste su vida, que se hace manifieste como un conocimiento intelectual incesante. La naturaleza, a su vez, viene a ser el reflejo del alma sobre la materia. En ella, e incluso antes de ella, encuentran su fin los seres reales, en el borde inferior de la realidad inteligible. Desde aquí ya no contamos más que con imágenes. Pero la naturaleza actúa sobre la materia y sufre con relación al alma. El alma, en cambio, que es anterior a ella y también vecina de ella, actúa y no sufre, en tanto el alma de lo alto no actúa ya ni sobre los cuerpos ni sobre la materia. ENÉADA: IV 4 (28) 13

Mas he aquí una dificultad contra lo que ahora decimos: si la eternidad se da en la inteligencia y el tiempo en el alma — pues afirmamos que el tiempo sólo tiene existencia en relación con la actividad del alma y que, además, salió de ella –, ¿cómo la actividad del alma no se divide con el tiempo y, al volver sobre el pasado, no engendra a la vez la memoria en el alma del universo? Porque claro está que situamos la identidad en lo eterno y la diversidad en el tiempo; de otro modo, la eternidad y el tiempo, serian la misma cosa, si no atribuyésemos a las almas ningún cambio en sus actos. ¿Acaso se dará por bueno que nuestras almas admiten el cambio y cualquier otra falta que nosotros situamos en el tiempo, en tanto el alma del universo, que engendra el tiempo, queda colocada fuera de él? Pues bien; sea esto así. Pero, ¿cómo es que engendra el tiempo y no en cambio la eternidad? Lo que ella engendra, tendremos que contestar, no es realmente eterno, sino que está comprendido en el tiempo. Y las almas no se dan por entero en el tiempo, sino tan sólo sus afecciones y sus acciones. Todas las almas son eternas y el tiempo es algo posterior a ellas. Mas, lo que está en el tiempo es inferior al tiempo mismo, porque el tiempo debe abarcar necesariamente lo que se encuentra en él, como cuando se habla de lo que está en el lugar y en el número. ENÉADA: IV 4 (28) 15

En el alma del universo actúa de manera uniforme un único y mismo principio; en las otras almas esta actividad es por completo diferente y ya se ha dicho el porqué. Pasemos, pues, a otra cosa. ENÉADA: IV 4 (28) 17

Sin embargo, puesto que nosotros percibimos no sólo los objetos exteriores, sino también una parte de nuestro cuerpo con alguna otra de sus partes, ¿qué impide que el universo se sirva de las estrellas fijas para ver los planetas y de éstos para ver la tierra y las cosas que hay en la tierra? Si estos seres no tienen las mismas experiencias que los otros seres, pueden, no obstante, tener sensaciones de otra manera, con lo cual la visión no sólo pertenecerá a las estrellas fijas en sí mismas, sino que la esfera que las encierra podrá ser como un ojo que dé a conocer lo que ve al alma del universo. Y si esta misma esfera no sufre como las demás, ¿por qué no podrá ver al igual que ve un ojo, siendo como ella es una esfera luminosa y animada? “No tiene necesidad de ojos”, dice (Platón). Pero si nada le queda por ver fuera de sí misma, algo al menos tendrá que ver en su interior y nada impedirá que se vea a sí misma. Demos por supuesto, en efecto, que la visión no constituya para ella nada esencial y que resulte vano el que se vea a sí misma. Aun así, podría tomarse como una consecuencia necesaria, porque, ¿qué impide que un cuerpo como éste disfrute de la visión? ENÉADA: IV 4 (28) 24

Para ver, y para sentir en general, no basta con tener órganos, sino que es preciso que el alma se incline hacia las cosas sensibles. Ahora bien, como el alma del universo se aplica siempre a los seres inteligibles, aun disfrutando del poder de sentir no podría hacer uso de él puesto que se encuentra en una región superior. Nosotros mismos, cuando Contemplamos con suma atención a los seres inteligibles, damos al olvido las sensaciones visuales y cualesquiera otras; incluso, la percepción de una cosa nos hace prescindir de la visión de otra. Se quiere, en realidad, que el universo perciba una de sus partes por medio de otra, como si verdaderamente se viese a sí mismo. Pero esta reflexión sobre sí mismo, aun tratándose de nosotros, no tiene ninguna utilidad como no se haga en vista de algún fin. Mirar hacia algo por el simple hecho de que sea bello, es lo propio de un ser imperfecto y dispuesto a sufrir. ENÉADA: IV 4 (28) 25

Si no atribuimos ni a causas corpóreas ni a una libre decisión las influencias del cielo que recaen sobre nosotros, sobre los demás seres animados y, en general, sobre las cosas de la tierra, ¿qué otra causa podríamos invocar? En primer lugar, este universo es un solo ser animado que contiene en sí mismo todos los demás seres animados; en él se encuentra también un alma única, que llega a todas sus partes en cuanto que todos los seres son asimismo partes de él. Pues todo ser es una parte en el conjunto del universo sensible; y lo es, en efecto, en tanto que tiene un cuerpo, ya que, en lo que respecta a su alma, es también una parte en tanto que participa en el alma del universo. Decimos de los seres que participan sólo en esta alma que son partes del universo, pero afirmamos de los que participan en otra alma que no son ya únicamente partes del universo. En este sentido, no dejan de sufrir igualmente las acciones de los otros seres, en cuanto que encierran en sí mismos una parte del universo y reciben de él, además, todo lo que ellos tienen. Este universo es, por consiguiente, un ser que comparte el sufrimiento. Y así como en un animal las partes más alejadas son realmente próximas, como ocurre con las uñas, los cuernos y los dedos, así también son próximas en él las partes que no se tocan; porque, no obstante el intervalo y aunque la parte intermedia no sufra, esas mismas partes sufren la influencia de las que no son próximas. Tenemos el ejemplo de las cosas semejantes y no contiguas, separadas por algún intervalo: es claro que esas partes simpatizan entre sí en virtud de su semejanza, puesto que, aun manteniéndose alejadas, tienen necesariamente una acción a distancia. Siendo como es el universo un ser que culmina en la unidad, ninguna de sus partes puede estar tan alejada que no le sea próxima, dada la tendencia natural a la simpatía que existe entre las partes de un solo ser. Si el sujeto paciente es semejante al agente, la influencia que pueda recibir no le parece extraña; en cambio, cuando no es semejante esa misma pasión le parece extraña y no se muestra dispuesto a sufrirla. No conviene admirarse de que la acción de una cosa sobre otra resulte verdaderamente perjudicial, aun siendo el universo (como decimos) un solo ser animado; porque incluso en nosotros mismos, por la actividad que ejercen nuestros órganos, una parte puede ser dañada por otra, y eso ocurre con la bilis y la cólera de ella resultante, que atormentan y fustigan a las otras partes. También en el universo se da algo análogo a la cólera y a la bilis; así, en las plantas unas partes se oponen a otras hasta el punto de agostar la propia planta. ENÉADA: IV 4 (28) 32

Lo que sin duda resulta evidente es que todo animal simpatiza consigo mismo. Basta para ello que sea realmente un animal, en el que sus partes tendrán que simpatizar entre sí como partes que son de un animal único. Pero podría argumentarse también con la semejanza de las partes, con lo cual la percepción y la sensación tendrían lugar en el animal por su semejanza con lo que percibe, ya que el órgano ha de guardar semejanza con el objeto percibido. La sensación, en este caso, sería una percepción por medio de órganos semejantes a las cosas percibidas. Y, entonces, si el ser animado se da cuenta de los objetos, no porque estén en él, sino por la semejanza que mantienen con las cosas que hay en él, este ser percibirá como tal ser animado que es; pero, a su vez, las cosas percibidas tendrán este carácter, no porque estén en el animal, sino por ser semejantes a las cosas que hay en él. Mas, las cosas percibidas por nosotros no son semejantes a nuestros órganos sino en la medida en que el alma del universo las ha hecho semejantes, por razón de su misma conveniencia. De modo que, si admitimos un alma completamente diferente, que actuase en una región distinta a la nuestra, las cosas semejantes a las de aquí que se supone creadas por ella no serán nada para nuestra alma. Este absurdo descubre como causa verdadera la contradicción que se encierra en la hipótesis. Porque se habla aquí de algo que es y no es un alma. Y se dice de las mismas cosas que son y no son del mismo género, y a la vez semejantes y desemejantes. De modo que dicha hipótesis no merece tal nombre por las contradicciones que en sí misma encierra. Pues da por supuesto que existe un alma en esa región distinta y llega a la consecuencia de que el universo es y no es un todo, que es algo diferente y no diferente, que la nada no es realmente la nada y que ese mismo universo de que hablamos está y no está concluido. Habrá por tanto que prescindir de esta hipótesis y no tratar de buscar sus implicaciones, puesto que esta claro que la hipótesis se destruye a sí misma. ENÉADA: IV 5 (29) 8

He ahí el porqué el alma del universo ha sido enviada a éste, lo mismo que a cada uno de nosotros, por condescendencia de la divinidad, para que el universo no deje de ser perfecto. Pues debe haber en el mundo sensible tantas especies de seres animados como hay en el mundo inteligible. ENÉADA: IV 8 (6) 1

Convengamos en que el pensamiento discursivo significa un descenso hasta el último grado de la inteligencia. Ni por una vez podrá remontar más allá, sino que, actuando por sí mismo y no pudiendo por otra parte permanecer en sí mismo por una necesidad y una ley de su naturaleza, habrá de llegar hasta el alma. Este y no otro es su fin, de tal modo que si procede a remontar el vuelo en sentido inverso traiciona en realidad a lo que viene después de él. Otro tanto ocurre con el acto del alma: lo que viene a continuación de él son los seres de este mundo; lo que se encuentra antes de él es la contemplación de la realidad. Para algunas almas esa contemplación se verifica parte por parte y sucesivamente, operándose la conversión hacia lo mejor en un lugar inferior. Sin embargo, lo que llamamos el alma del universo no se encuentra nunca en vías de obrar mal, ya que no sufre mal alguno y, por el contrario, aprehende por la contemplación lo que está por debajo de ella, sin dejar por esto de depender siempre de los seres que la anteceden, en tanto ambas cosas puedan ser posibles y simultáneas. Lo que toma de los seres de allá ha de darlo a los seres de aquí, puesto que, si es un alma, resulta imposible que no entre en contacto con ellos. ENÉADA: IV 8 (6) 7

Toda alma tiene una parte de sí misma vuelta hacia el cuerpo y otra parte vuelta hacia la inteligencia. A su vez, el alma del universo organiza el mundo por esa parte suya que mira hacia el cuerpo. Se muestra superior a todo y actúa infatigablemente porque lo que ella quiere lo desea, no por razonamiento, como nosotros, sino por una intuición intelectual a la manera del arte. Esa parte que mira hacia abajo es verdaderamente la que organiza el universo. Las almas particulares, que abarcan una parte del universo, constituyen también una parte superior de él, pero dominadas por las sensaciones e impresiones perciben muchas cosas que son contrarias a su naturaleza y que las hacen sufrir y perturbarse. Así, la parte de la que ellas cuidan está falta o necesitada de algo, encontrando por tanto a su alrededor muchas cosas que le son ajenas. No es, pues, extraño que desee muchas otras cosas y que la gane el placer de ellas; pero ese mismo placer la pierde. Ahora bien, el alma cuenta asimismo con otra parte a la que desagradan los placeres momentáneos. Es esta parte la que lleva una vida análoga a la del alma total. ENÉADA: IV 8 (6) 8

Decimos que el alma de cada ser es única porque se encuentra presente toda ella en cualquier parte del cuerpo. Es, por tanto, realmente única, porque no tiene una parte en un lugar del cuerpo y otra en otro. Así, el alma sensitiva en los seres sensibles y el alma vegetativa en las plantas se encuentra toda ella en todo el cuerpo y, a la vez, en cada parte de él. ¿Pero es que, de igual manera, mi alma, la tuya y todas las demás almas constituyen un alma única? ¿Y es que hay, asimismo, en el universo un alma única, que no es divisible según la masa sino que se manifiesta idéntica en todas partes? Pues, ¿por qué si mi alma es única, no ha de serlo también el alma del universo? Ahí no se da ciertamente ni masa material ni cuerpo alguno. Por lo cual, si mi alma y la tuya provienen del alma del universo, convendrá que todas las almas sean una sola. Pero, ¿qué es entonces esa alma? Hemos de precisar antes de nada si hablamos con propiedad al decir que todas las almas son una sola, como cuando afirmamos, por ejemplo, que el alma de cada uno es única. Porque resulta absurdo que mi alma y la de un ser cualquiera sean un alma única. Sería preciso, en ese caso, que cuando yo experimento una sensación la experimentase igualmente ese ser, y que, cuando yo soy bueno, lo sea también él, sin mengua de que pueda desear cuando yo deseo y de que, en general, uno y otro, e incluso el universo, tengamos las mismas impresiones, de modo que la impresión que yo sufra la experimente conmigo el universo. Si en realidad no hay más que un alma, ¿cómo podremos hablar de un alma racional y de otra irracional, o de las almas que se dan en los animales y en las plantas? Si de nuevo no admitimos esto, no existirá la unidad del universo y no podremos encontrar un principio único para las almas. ENÉADA: IV 8 (6) 1

Así, pues, el dios (Cronos) se aparece encadenado para mantenerse siempre idéntico a sí mismo, concediendo a su hijo (Zeus) el gobierno de este mundo. Porque no va con su carácter el abandonar el dominio del mundo inteligible para ir en busca de otro más nuevo e inferior, siendo así que él mismo posee la plenitud de la belleza. Dando de lado a esta preocupación, fija a su padre (Urano) en sí mismo y se eleva a la vez hasta él; pero fija también, en otro sentido, lo que tiene un comienzo después de él y a partir de su hijo; de modo que se mantiene entre ambos, diferenciado de su padre por su propia mutilación hacia arriba e impedido de dirigirse hacia abajo por la ligadura que le retiene con su hijo. Esto es, se halla entre su padre, que le supera, y su hijo, que es inferior a él. Pero como su padre es todavía mejor que la belleza, él mismo puede ser considerado como la belleza primera subsistente. También el alma es, indudablemente, bella, pero él posee una belleza mayor. El alma será como su huella, por la cual resulta bella por naturaleza; pero aún más bella si dirige su mirada al mundo inteligible. Pues, para hablar de una manera más clara, el alma del universo, que es la misma Afrodita, es bella, ¿qué belleza le corresponderá a él? Porque si ella tiene la belleza de sí misma ¿cuánta no será la de él? Y si la tiene de otro, ¿de quién podrá tener el alma esta belleza, que es para ella algo extraño, incorporado, sin embargo, a su naturaleza? Pues para nosotros el ser bellos es encontrarnos en nosotros mismos, en tanto el ser feos es cambiar a otra naturaleza. Somos bellos cuando nos conocemos a nosotros mismos; somos, en cambio, vergonzantes cuando nos desconocemos. Lo bello, pues, allí su asiento y de allí proviene. Basta, por tanto, con lo dicho para llegar a una clara comprensión del lugar inteligible ¿O convendrá volver de nuevo sobre el tema, siguiendo ya otro camino? ENÉADA: V 8 (31) 5

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