¿Cómo se da lo que está en acto en lo inteligible? ¿Al modo como está en acto la estatua, que es acoplamiento de una materia y de una forma? ¿O porque cada uno de los inteligibles recibió una forma? Ciertamente, porque cada uno de ellos es una forma y es enteramente lo que es. Pues la inteligencia no pasa de la potencia al acto, como se pasa del pensar al acto de pensar — se necesitaría antes otra inteligencia que no hubiese pasado de la potencia al acto –, sino que su propia totalidad está en ella. Porque lo que se encuentra en potencia quiere pasar al acto con la ayuda de otro ser, para que se produzca lo que ha de estar en acto; ese ser al que debe el paso, y que siempre se mantiene así, es un ser en acto. Así, pues, todos los seres primeros están en acto, porque tienen por sí mismos y para siempre todo lo que deben poseer; igual ocurre con el alma, que no se da en la materia, sino en lo inteligible. La otra alma que se da en la materia, como es el alma vegetativa, se da en acto, y es lo que es porque se encuentra en acto. ENÉADA: II 5 (25) 3
Y si permanece en sí misma e ilumina sin tener que realizar ninguna acción, ¿por qué es ella sola la que ilumina y no lo hacen, en cambio, otros seres más poderosos que ella? Por otra parte, si ha podido iluminar únicamente con el pensamiento del mundo y como consecuencia de él, ¿por qué no produjo el mundo a la vez que lo iluminaba? ¿Por qué hubo de esperar a la generación de las imágenes? Y, además, ¿cómo este pensamiento del mundo, esta llamada por ellos “tierra extraña”, producida, como dicen, por seres superiores, no forzó a inclinarse a los que la han producido? Habría que preguntarse también cómo es que la materia, una vez iluminada, produce destellos animados y no naturalezas corpóreas. La imagen de un alma no necesita para nada de las tinieblas ni de la materia, sino que, una vez producida, sigue de cerca a la causa que la produce y permanece unida a ella. Pero, además, ¿es esa imagen una sustancia o, como ellos dicen, un pensamiento? Porque si realmente es una sustancia, ¿qué diferencia manifiesta con el ser del cual proviene? Si se trata de otra especie de alma, y si la primera es un alma razonable, la imagen de que hablamos es un alma vegetativa o generadora. Y si es así, ¿cómo ha creado el demiurgo: para ser honrado, o por simple jactancia y atrevimiento? Con esto se le priva de su acción imaginativa y, aun más, de la facultad de razonar; pero, ¿por qué entonces habría de hacer el mundo de una materia y de una imagen? Si se trata de un pensamiento, convendrá indicar primero de dónde le viene ese nombre; luego, cómo es realmente, si no otorgamos el poder de producir a una simple noción mental. Pero, ¿de qué modo concebir la producción tratándose de una mera imagen? Hablar primero de un ser, luego de otro, que viene después de éste, resulta algo arbitrario. ¿Por qué ha de ser el fuego el primer ser? ENÉADA: II 9 (33) 11
El dicho de que “toda alma está al cuidado de lo inanimado” se aplica especialmente al alma universal. Pero cualquier otra alma también lo hace de otro modo. Y así, “recorre todo el cielo, revistiendo unas veces una forma y otras otra”35, esto es, en forma de alma sensitiva, de alma razonable o de alma vegetativa. La parte que en ella domina cumple su función propia, en tanto las otras permanecen inactivas, por ser exteriores a ella. En el hombre, en cambio, las funciones inferiores no dominan, sino que se dan en él; tampoco domina siempre la llamada función superior, ocupando las demás un cierto lugar a su lado. Porque, realmente, el hombre es como un ser sensitivo, que cuenta con órganos de la sensación; de este modo, muchas veces se comporta cual una planta, ya que tiene un cuerpo que crece y engendra. Todas las funciones del hombre colaboran entre sí; no obstante, sólo es hombre y posee su forma plena en razón de su función superior. ENÉADA: III 4 (15) 2
Hemos de investigar primeramente cómo podremos formarnos una opinión razonable. Que existe en la tierra un alma vegetativa lo prueban sin duda las mismas plantas que nacen de ella. Pero si vemos que muchos animales tienen también su origen en la tierra, ¿por qué no decir que la tierra es un ser animado? Y de un ser así, que constituye una parte no pequeña del universo, ¿por qué no decir igualmente que posee una inteligencia y que es un dios? Si cada uno de los astros es un ser animado, ¿qué impide que lo sea la tierra, que es asimismo una parte del ser animado universal? Pues no hemos de afirmar que está dirigida desde fuera por un alma extraña y que no tiene alma en sí misma, al no poder contar con un alma propia. Más, veamos: ¿por qué un ser ígneo podría tener alma y no en cambio un ser de tierra? Tanto el uno como el otro son verdaderos cuerpos y no hay más músculos, o carne, o sangre, o líquido en el uno que en el otro, pues en realidad la tierra es el cuerpo más vario de todos. Podría argüirse que es el cuerpo que menos se mueve, pero habría que afirmar esto en el sentido de que no cambia de lugar. ¿Y cómo siente? ¿Cómo sienten a la vez los astros? Es claro que la sensación no es propia de la carne, ni en absoluto hay que dar un cuerpo a un alma para que ésta tenga sensación, sino que el alma debe ser dada al cuerpo para que éste pueda ser conservado. Al alma corresponde la facultad de juzgar y es ella la que debe mirar por el cuerpo, partiendo a tal fin de sus afecciones para concluir en la sensación. ¿Qué es, en cambio, lo que experimenta la tierra y cuáles podrían ser sus juicios? Las plantas, en cuanto que pertenecen a la tierra, no tienen sensación alguna. ¿De qué y por qué iba a tener ella sensación? Porque, ciertamente, no nos atreveremos a admitir sensaciones sin sus órganos. Y, además, ¿de qué le serviría la sensación? No, desde luego, para conocer, porque el conocimiento intelectual es suficiente para los seres que no obtienen ninguna utilidad de la sensación. No hay por que, pues, conceder esto. Pero se da en las sensaciones, además de su misma utilidad, un cierto conocimiento rudo, como el del sol, el de los astros, el del cielo y el de la tierra; y nuestras sensaciones, por otra parte, resultan gratas por sí mismas. Mas, dejaré la cuestión para más adelante; ahora hemos de preguntarnos de nuevo si la tierra tiene sensaciones, qué son y cómo se dan en ella. Para esto habrá que considerar en primer lugar las dificultades que antes surgieron, como por ejemplo si pueden existir sensaciones sin órganos y si ellas están dispuestas para nuestra utilidad, aun en el supuesto de que puedan ofrecernos otras ventajas. ENÉADA: IV 4 (28) 22
¿Cómo, pues, si el cuerpo se parece a un objeto caliente y no a un objeto que recibe la luz, no retiene nada de la vida una vez que el alma le ha abandonado? Cabría indicar que retiene de ella un poco, aunque este poco se consuma rápidamente cual ocurre con los objetos que se enfrían porque se les aleja del fuego. Y lo prueban los cabellos, que todavía nacen en los cadáveres, y las uñas, que siguen creciendo, y el hecho de que los animales cortados en trozos continúan moviéndose durante mucho tiempo. Esto es tal vez lo que aún queda de vida en el cadáver. Pero, incluso si (el alma vegetativa) se marchase con el alma razonable, no querría esto decir que una y otra no fuesen diferentes. Porque cuando el sol desaparece, no sólo desaparece con él la luz que de él depende, sino que también deja de lucir aquella otra luz que, no siendo ya la suya, viene en efecto de él hasta los objetos a su alcance. ¿Diremos acaso que esta luz se marcha con él o bien que ella es destruida? Nuestra investigación tendrá que recaer, no sólo sobre esta luz, sino también sobre la vida, la cual, según decimos, es lo propio de un cuerpo. Porque es indudable que nada queda de la luz en los cuerpos que han sido iluminados, pero lo que realmente se busca es si la luz retorna a su centro productor o deja de existir en absoluto. Pero, ¿cómo podría dejar de existir si ya antes era algo? Y, en una palabra, ¿qué era? Porque lo que llamamos el color pertenece a los cuerpos de los que proviene la luz y, cuando estos cuerpos son destruidos o se produce en ellos algún cambio, su color también desaparece, sin que nadie pregunte por ello dónde se encuentra el color del fuego que ha desaparecido o la forma misma del cuerpo. No obstante, la forma es una manera de ser, lo mismo que la disposición de la mano, abierta o cerrada; el color, en cambio, no es una cosa así, sino algo parecido a la dulzura. Pero, ¿qué impide que el cuerpo dulce u oloroso desaparezcan, sin que desaparezcan la dulzura y el olor? Porque, ciertamente, la dulzura y el olor pueden pasar a otro cuerpo, e incluso dejar de ser perceptibles si los cuerpos que los reciben muestran en sus cualidades resistencia a la sensación. De igual manera, la luz podría subsistir luego de la destrucción de los cuerpos de los que ella procedía, sin que por ello subsistiese esa resistencia que proviene de la reunión de sus cualidades. A no ser que se diga que el color que nosotros vemos existe por convención y que no existe en los objetos nada que se parezca a las cualidades. Pero si esto fuese así haríamos a las cualidades indestructibles, lo cual equivaldría a decir que no se originan al mismo tiempo que los cuerpos, o que los colores del animal no son el resultado de sus razones seminales, como ocurre en los pájaros de plumas variadas, sino que simplemente se reúnen o se producen sirviéndose de las cualidades existentes en el aire, que está lleno de ellas. Pero esto no significa que se den en el aire tal como se nos aparecen en los cuerpos. ENÉADA: IV 4 (28) 29
Si el sol y los demás astros miran realmente a las cosas de aquí, hemos de pensar que el mismo sol — para fijarnos exclusivamente en él — mira también a las cosas inteligibles, produciendo a la vez, de la misma manera que calienta las cosas de la tierra, todo eso que a él se atribuye. Y aun después distribuye algo de su alma, en virtud del alma vegetativa múltiple que se encuentra en él. Por su parte, los demás astros transmiten su poder, como si lo irradiasen, pero sin que en ello intervenga su voluntad. Y todos, en conjunto, forman una sola figura, ofreciendo una u otra disposición según la figura adoptada. ENÉADA: IV 4 (28) 35
Si el alma es una entelequia no hay contradicción alguna entre la razón y los deseos, puesto que, al no mantener diferencias consigo misma, tendrá que experimentar toda ella una sola y única afección. Tal vez sólo sean posibles en ella las sensaciones, y no en cambio los pensamientos. Por lo cual, estos mismos pensadores llegan a introducir otra alma, la inteligencia, a la que consideran inmortal. Si hemos de usar de este término, conviene que el alma razonable sea una entelequia, pero en otro sentido. En el caso del alma sensitiva, si conserva en sí misma las improntas de objetos sensibles no presentes, las conservará sin la intervención del cuerpo; de otro modo, esas improntas serían como formas e imágenes, pero, de ser así, no podría recibir ya ninguna otra. El alma no es, por tanto, una entelequia que no pueda separarse del cuerpo. Ciertamente, la parte del alma que desea, no los alimentos sólidos y las bebidas, sino otros objetos distintos a los corpóreos, no podría ser una entelequia inseparable del cuerpo. Nos quedaríamos, pues, con el alma vegetativa, de la que podríamos dudar aún si se trata o no de una entelequia inseparable del cuerpo. Pero parece claro que no lo es, pues, en efecto, el principio de toda la planta se encuentra en la raíz, y alrededor de ella y de las partes inferiores aumenta la planta en la mayor parte de los casos. Su alma deja, evidentemente, que las otras partes se reúnan en una sola, con lo cual no es en el todo como una entelequia inseparable. Por otra parte, la planta, antes de crecer, cuenta ya con una pequeña masa. Si, pues, el alma pasa de una planta más grande a otra más pequeña, y de ésta a una planta entera, ¿qué impide que se separe totalmente? Siendo, además, indivisible, ¿cómo podría hacerse divisible, por su carácter de entelequia de un cuerpo divisible? La misma alma pasa, como sabemos, de un animal a otro: ¿cómo, entonces, el alma del primer animal podría convertirse en el alma del siguiente, si se trata de la entelequia de un solo cuerpo? Esta dificultad se aparece clara por el cambio de unos animales en otros. ENÉADA: IV 7 (2) 8
Decimos que el alma de cada ser es única porque se encuentra presente toda ella en cualquier parte del cuerpo. Es, por tanto, realmente única, porque no tiene una parte en un lugar del cuerpo y otra en otro. Así, el alma sensitiva en los seres sensibles y el alma vegetativa en las plantas se encuentra toda ella en todo el cuerpo y, a la vez, en cada parte de él. ¿Pero es que, de igual manera, mi alma, la tuya y todas las demás almas constituyen un alma única? ¿Y es que hay, asimismo, en el universo un alma única, que no es divisible según la masa sino que se manifiesta idéntica en todas partes? Pues, ¿por qué si mi alma es única, no ha de serlo también el alma del universo? Ahí no se da ciertamente ni masa material ni cuerpo alguno. Por lo cual, si mi alma y la tuya provienen del alma del universo, convendrá que todas las almas sean una sola. Pero, ¿qué es entonces esa alma? Hemos de precisar antes de nada si hablamos con propiedad al decir que todas las almas son una sola, como cuando afirmamos, por ejemplo, que el alma de cada uno es única. Porque resulta absurdo que mi alma y la de un ser cualquiera sean un alma única. Sería preciso, en ese caso, que cuando yo experimento una sensación la experimentase igualmente ese ser, y que, cuando yo soy bueno, lo sea también él, sin mengua de que pueda desear cuando yo deseo y de que, en general, uno y otro, e incluso el universo, tengamos las mismas impresiones, de modo que la impresión que yo sufra la experimente conmigo el universo. Si en realidad no hay más que un alma, ¿cómo podremos hablar de un alma racional y de otra irracional, o de las almas que se dan en los animales y en las plantas? Si de nuevo no admitimos esto, no existirá la unidad del universo y no podremos encontrar un principio único para las almas. ENÉADA: IV 8 (6) 1
Ahora bien, si existe una sola alma, ¿cómo pueden darse un alma racional, un alma irracional y un alma vegetativa? Sin duda, porque la esencia indivisible del alma, que no se divide en los cuerpos, aparece ordenada según la razón, en tanto la esencia que se divide en los cuerpos y que, a pesar de todo, es una y la misma, produce en todas partes la facultad de sentir, como consecuencia de esa división. Esa será precisamente la primera facultad, y la segunda la capacidad que aquella esencia tiene para modelar y producir los cuerpos. Pero no porque tenga varias facultades deberá dejar de ser una. Porque en la simiente hay también más de una potencia, que es, sin embargo, una, aunque de esta unidad provenga una multiplicidad. Pero, si es así, ¿cómo no se dan todas las facultades en cualquier ser? Si nos fijamos en el alma individual que, según se dice, se encuentra en todas partes, comprobamos que la facultad de sentir no es la misma en todas ellas, y también que la razón no se halla en todo el cuerpo. En cuanto a la facultad vegetativa, se aparece en partes que no experimentan la sensación, aunque ello no impide que vuelva de nuevo a la unidad una vez que el cuerpo ha desaparecido. Pero si el alma tiene del universo la facultad vegetativa, también la tendrá del alma universal. ¿Por qué, entonces, esta facultad no puede proceder de nuestra alma? Pues sabido es que la facultad vegetativa del universo es la que sufre la sensación, en tanto en cada uno de nosotros la facultad de sentir, ayudada por la inteligencia, juzga de los objetos, pero en nada ayuda al poder de modelar el cuerpo que el alma recibe del universo. Y, ciertamente, podría hacerlo, si esta facultad no hubiera de encontrarse en el universo. ENÉADA: IV 8 (6) 3