Igal: Tratado 27 (IV, 3, 20-24) — SOBRE LAS DIFICULTADES ACERCA DEL ALMA I

20. Conviene todavía que nos planteemos esta cuestión: ¿se encuentran en un lugar las facultades del alma y lo que nosotros llamamos las partes de ésta? ¿Diremos acaso que las primeras no están en un lugar y las segundas sí, o que ni unas ni otras ocupan lugar alguno? Si no delimitamos un lugar preciso para cada una de las partes del alma y no ponemos a éstas más dentro que fuera del cuerpo, hacemos del cuerpo un ser realmente inanimado. Entonces, claro está, tenemos que preguntarnos cómo se producen las operaciones del alma en las que intervienen órganos corpóreos. Y si concedemos un lugar tan sólo a ciertas partes del alma, y no en cambio a las otras, no podremos decir que estas últimas se dan en nosotros, con lo cual tampoco deberemos afirmar que el alma entera vive en nosotros.

Así, pues, habrá que decir que ni las partes del alma, ni el alma entera, se dan en el cuerpo como en un lugar. Porque el lugar es algo que contiene, y que contiene un cuerpo. El cuerpo, a su vez, está allí donde se encuentra cada una de sus partes, de modo que no puede situarse por entero en un punto cualquiera de su lugar. Y en cuanto al alma, que no es un cuerpo, tiene más carácter de continente que de contenido.

El alma, en efecto, no se da en el cuerpo como en un vaso, pues el cuerpo sería inanimado si contuviese al alma como lo hace un vaso o si constituyese el lugar de ella. A no ser que el alma se entregue al cuerpo, como recogida en sí misma y por una especie de difusión en la que, cuanto más recogiese el vaso del alma, más, en verdad, sería perdido por ella.

Propiamente hablando, además, el lugar es algo que carece de cuerpo y no puede ser, por tanto, un cuerpo. De manera que ¿cómo iba a tener necesidad de un alma? El cuerpo, realmente, se mantendría cercano al alma por sus extremos y no por sí mismo. Pero muchas otras razones se oponen a que el alma se encuentre en el cuerpo como en un lugar. Su lugar, si así fuese, se vería siempre transportado con ella y entonces se daría el caso de que una cosa transportaba su propio lugar. Y no hay que decir que todo ello es menos admisible concebido el lugar como un intervalo. Porque hemos de convenir en que el intervalo es algo vacío, pero no lo es, en cambio, el cuerpo, aunque tal vez lo sea aquello en lo que el cuerpo se encuentra, con lo que el cuerpo mismo podrá encontrarse en el vacío.

Tampoco el alma se encuentra en el cuerpo como en un sujeto; porque lo que se da en un sujeto es un fenómeno que afecta a este sujeto, como por ejemplo el color y la figura, siendo así que el alma permanece separada del cuerpo. No se nos da, pues, lo mismo que una parte en un todo, porque ya es sabido que el alma no es una parte del cuerpo. Si se dijese que el alma constituye una parte de ese todo que es el ser animado, subsistiría la misma dificultad y nos preguntaríamos: ¿cómo se da en el todo? No se encuentra verdaderamente como el vino en el ánfora, ni es como el ánfora o cualquier otro objeto, considerados en sí mismos.

No se da en el cuerpo como un todo en sus partes, porque sería risible decir que el alma es un todo del que el cuerpo son sus partes. No es tampoco como una forma en la materia, porque la forma que se da en la materia no se encuentra separada de ella; además, la forma existe con posterioridad a la materia. Es cierto que el alma produce la forma en la materia, pero resulta, por esto mismo, diferente de la forma. Si se dice que no es una forma engendrada en la materia, sino una forma separada de ella, no aparece claro cómo me encuentra esta forma en el cuerpo.

¿Cómo, pues, se afirma por todos que el alma se encuentra en el cuerpo? Porque el alma no es realmente visible y el cuerpo, en cambio, lo es. Cuando vemos el cuerpo, nos damos cuenta que es algo animado porque se mueve y porque siente; decimos, por consiguiente, que tiene un alma, y diríamos también, según esto, que el alma se encuentra en el cuerpo. Ahora bien, si el alma se hiciese visible y sensible y nosotros la viésemos toda llena de vida, llegando por igual hasta los extremos mismos del cuerpo, no podríamos decir que el alma se da en el cuerpo; tendríamos que decir mejor que el cuerpo se da en el alma, que es el ser principal, como el contenido en el continente y como lo que fluye en lo que por naturaleza no es fluyente.

21. ¿Pues qué? ¿Cómo podríamos contestar al que, sin atreverse a afirmar nada, nos formulase las cuestiones siguientes? ¿De qué manera está presente el alma en el cuerpo? ¿Se encuentra toda ella del mismo modo, o unas de sus partes se encuentran de una manera y otras de otra? Ninguna de las cosas hasta ahora examinadas expresa justamente la relación del alma con el cuerpo. No obstante, se dice que el alma está en el cuerpo lo mismo que el piloto en la nave. Con lo cual se indica suficientemente que el alma se separa del cuerpo, aunque no quede establecido con claridad el modo de unión que nosotros buscamos. Como pasajero, el alma me encuentra en el cuerpo por accidente, pero ¿y como piloto? Porque el piloto no se halla en todo el navío, como el alma se halla en el cuerpo. Tal vez convenga decir que el alma se encuentra en el cuerpo como el arte en los instrumentos, cual ocurre con el arte del piloto que podríamos localizarlo en el timón si este timón estuviese animado y poseyese un arte interior que lo moviese. Ahora que una diferencia puede establecerse aquí, y es que el arte permanece extraño al instrumento. Consideramos, pues, el alma sobre el modelo de un piloto cuya alma dirigiese su timón; el alma, en efecto, se encuentra en el cuerpo como en su instrumento natural y lo mueve a medida de su voluntad. Pero, ¿avanzamos así más en nuestra búsqueda? Seguimos dudando realmente cómo se encuentra el alma en su instrumento y, aunque su modo de unión sea diferente a los anteriores, ansiamos todavía descubrir la verdad o aproximarnos lo más posible a ella.

22. ¿Diremos entonces que el alma está presente en el cuerpo como el fuego lo está en el aire? Aclaremos en qué consiste la presencia del fuego en el aire, pues no se trata de que esté presente en el fuego sino mejor de que lo penetra enteramente, pero sin mezclarse a él. El fuego, en realidad, permanece inmóvil, mientras que el aire esta siempre fluyendo. Cuando el aire abandona la región de la luz, sale de ella sin dejar rastro de sí; pero, mientras está bajo la luz, permanece iluminado por ella. De modo que, verdaderamente, resultaría mejor decir que el aire está en la luz y no que la luz está en el aire. Por lo cual Platón habla rectamente al referirse al universo, ya que no pone el alma en el cuerpo sino el cuerpo en el alma. Y dice en tal sentido que hay una parte del alma en la que se encuentra el cuerpo y otra parte en la que no hay cuerpo alguno; porque el cuerpo no necesita de algunas potencias del alma para subsistir. Lo mismo puede decirse de las otras almas. Porque, en efecto, hemos de afirmar que no hay otras potencias presentes en el cuerpo que las que este realmente necesita, Y están presentes en él sin hallarse establecidas en el todo o en las partes. Así, por ejemplo, la potencia sensitiva está presente en todas las partes que sienten y, asimismo, cada potencia está presente en un determinado órgano según la actividad que ella ejerce. Esto es precisamente lo que yo quiero decir.

23. Todo cuerpo animado e iluminado por un alma participa de esta alma de una cierta manera. El alma le da el poder conveniente para que cada órgano cumpla su función; de esta forma, decimos que en los ojos está la facultad de ver, en los oídos la de escuchar, en la lengua la de gustar y en todo el cuerpo la de tocar. Ahora bien, como el tacto cuenta como instrumentos con los primeros nervios, que son los que dan su movimiento e impulso al ser animado, y como, además, los nervios tienen su punto de arranque en el cerebro, se ha colocado aquí el principio de la sensación y de los deseos, e incluso el de todo ser animado; pues ha quedado establecido que donde están los principios de los órganos está también la potencia que los rige. Aunque mejor sería hablar del punto inicial de la actividad de esta potencia, porque de él y del movimiento del órgano correspondiente recibe su punto de apoyo la potencia del artesano que es adecuada a ese órgano; y debiéramos decir con más propiedad, no su potencia, porque la potencia se encuentra en todo el instrumento, sino la acción misma de esta potencia, cuyo punto inicial es el del órgano.

Tanto la sensación como el deseo, radicados en el alma, e igualmente la facultad imaginativa, tienen por encima de sí a la razón, la cual, por su parte inferior, es vecina de las partes superiores de estas facultades. Los antiguos colocaban la razón en la parte extrema del ser animado, esto es, en la cabeza, pero sin radicarla por ello en el cerebro, sino en la facultad sensitiva, que es la que le permite asentar en el cerebro. Conviene conceder al cuerpo las dos primeras facultades, pero a la parte del cuerpo que puede recibir mejor su acción. La razón, sin embargo, aun no teniendo nada en común con el cuerpo, debe entrar en relación con esas dos facultades, que son realmente una forma del alma y pueden recibir además impresiones de la razón. Así, la facultad sensitiva es una facultad de juicio, y la imaginación una potencia intelectual; el deseo y la tendencia están sometidos, a su vez, a la imaginación y a la razón. Si se dice que la razón se encuentra localizada en la cabeza no es por otra cosa sino porque las facultades que disfrutan de ella están precisamente ahí. Pero ya se ha indicado cómo ocurre esto con la facultad sensitiva.

En cuanto a la facultad vegetativa, y naturalmente también al crecimiento y a la nutrición, no quedan fuera del cuerpo. Si pensamos que el alimento se recibe por la sangre, que la sangre se encuentra en las venas, y que tanto éstas como aquélla tienen su principio en el hígado, no podrá dudarse que estas facultades toman de aquí su fuerza; e, igualmente, aquí reside también el deseo, porque el deseo va necesariamente a lo que engendra, a lo que, alimenta y a lo que hace crecer. Y como la sangre, al hacerse más sutil, más ligera y más pura, se convierte en el órgano de los impulsos, el corazón, que es la fuente de segregación de la sangre, vuélveme así el verdadero asiento de la ebullición de la cólera.

24. Pero, ¿a dónde va el alma cuando abandona el cuerpo? No diremos que se encuentra aquí, porque nada hay que pueda recibirla, ni tampoco podría permanecer en lo que no está hecho para ella. A no ser que alguna cosa del cuerpo la atraiga a él por su misma insensatez. Porque es claro que si tomase otro cuerpo, ya se dará en él y le seguirá allí donde su naturaleza le hace existir y nacer. Siendo muchos los lugares que pueden acoger al alma, convendrá que aquel al que llegue esté de acuerdo con sus disposiciones y con la justicia que domina sobre los seres. Porque nadie escapa a los castigos debidos a la injusticia. La ley divina no puede en modo alguno ser eludida y dispone en sí misma de poder resolutivo; por ello, incluso sin saberlo, el culpable es llevado al lugar de castigo, y, movido con un movimiento incierto, oscilando de aquí para allá, termina al fin, luego de muchos extravíos y fatigas, por caer en el lugar adecuado. Voluntariamente, pues, se entrega a un sufrimiento involuntario. Pero en la ley se determina la cantidad y el tiempo del castigo y, cuando éste cesa, el culpable puede abandonar el lugar que le fue asignado gracias a la armonía que reina en todas las cosas.

Las almas que sufran un castigo corpóreo habrán de contar, sin embargo, con un cuerpo. En cuanto a las almas puras, que no sufren en modo alguno la atracción de ningún cuerpo, no pueden ser ya necesariamente las almas de un cierto cuerpo. Y si no están en ningún lugar del cuerpo — puesto que no tienen cuerpo — , se encontrarán allí donde se hallen la sustancia, el ser y la divinidad. En Dios, con la sustancia y el ser, tal será en verdad el lugar de esas almas. Si queréis encontrar donde se hallan, buscadlas, pero no con los ojos y al modo como buscáis los cuerpos.