Tratado 27 (IV, 3, 25-31) — SOBRE LAS DIFICULTADES ACERCA DEL ALMA I (Igal)

25. En cuanto a la memoria, ¿será posible que subsista en las almas cuando han salido ya de este mundo, o sólo se dará en algunas y en otras no? Pero, si es así, ¿se acordarán las almas de todo o tan sólo de algunas cosas? Convendría averiguar también si la memoria permanece siempre, o únicamente por un poco tiempo, luego que las almas han salido del cuerpo. Si queremos hacer una buena investigación, hemos de comprender primeramente qué es lo que en nosotros recuerda. En mi opinión, no se trata de lo que es la memoria sino del principio en el que ella reside. Porque lo que es la memoria ya se ha dicho en otro lugar y se ha repetido frecuentemente; lo que hemos de precisar con exactitud es la naturaleza de lo que recuerda.

Si la memoria es memoria de algo adquirido, sea conocimiento o impresión, no podrá existir en seres impasibles y ajenos al tiempo. No podrá, por tanto, situarse en Dios, ni en el ser, ni en la inteligencia, puesto que en ellos no cuenta para nada el tiempo, sino realmente la eternidad. Para Dios, el ser o la inteligencia, no hay un antes ni un después; son siempre como son y permanecen en identidad consigo mismos, sin experimentar nunca el menor cambio. ¿Cómo, pues, un ser idéntico y semejante a sí mismo iba a disfrutar del recuerdo, si no posee ni retiene en un momento dado un estado diferente del que poseía antes? Es claro que no se da en él una sucesión tal de pensamientos que le permita recordarse del estado o del pensamiento anteriores. Y, sin embargo, ¿qué impide que, sin experimentar cambio alguno, conozca los cambios de los demás seres y, por ejemplo, los períodos del mundo? Si piensa en los cambios de los seres que varían, pensará primeramente en una cosa y luego en otra; pero, en cuanto a los pensamientos de sí mismo, no podrá afirmarse que recuerda, porque los recuerdos no vienen a él para que los retenga y evite su alejamiento, ya que si así fuese temería que se le escapase su propia esencia.

En lo referente al alma, el término recordar no debe ser empleado en el mismo sentido que cuando se habla de las nociones innatas que ella posee. Porque cuando el alma se encuentra en este mundo posee verdaderamente esas nociones sin tener conocimiento de ellas, sobre todo al tomar contacto con el cuerpo; luego, cuando adquiere un conocimiento actual, podría aplicarse a este estado lo que los antiguos han dado en llamar la memoria y la reminiscencia. Ahora bien, se trata aquí de una memoria muy diferente, con la que nada tiene que ver el tiempo.

Con todo, tal vez hablemos con demasiada displicencia de estas cosas y sin que podamos verificar exactamente lo que decimos. Cabría quizá preguntarse a este respecto si la memoria y la reminiscencia pertenecen al alma ya citada, o bien a otra alma más oscura, o incluso al compuesto de alma y de cuerpo. Más, ya se trate de una o de otra cosa, o, por ejemplo, del ser animado, ¿cómo reciben el recuerdo? Convendrá que tomemos la cuestión desde el principio y que averigüemos lo que, en nosotros mismos, posee la memoria. Si es el alma la que recuerda, cuál de sus facultades o de sus partes es la que lo hace; y si es el ser animado — para algunos es él precisamente el que experimenta la sensación — , de que modo lo realiza. Aún podríamos indagar a que damos el nombre de ser animado y si conviene considerar la misma cosa tanto a quien percibe la sensación como a quien verifica los pensamientos. ¿O hay, en realidad, una realidad distinta para cada caso?

26. Supuesto que las sensaciones en acto sean el resultado de una acción dual, ese acto de sentir tendrá que ser — y de ahí que se le considere común (al alma y al cuerpo) — cual el acto de taladrar y de tejer; así, el alma que tiene la sensación representa al artesano y el cuerpo al órgano de que se sirve. El cuerpo, en tal función, toma carácter pasivo y no hace otra cosa que obedecer, en tanto el alma recibe la impronta del cuerpo, o producida por medio de él, para que el alma exprese entonces su juicio de acuerdo con la impresión corpórea recibida.

Habrá que pensar, pues, la sensación como obra común del alma y del cuerpo, aunque ello no quiera decir que la memoria pertenezca necesariamente al compuesto de alma y de cuerpo. Porque es claro que el alma ha recibido la huella que su memoria conserva o rechaza, salvo que se atribuya al compuesto el acto mismo de recordar, en cuyo caso nuestras propias condiciones corpóreas nos darían, a buen seguro, una excelente u olvidadiza memoria. Dígase, no obstante, lo que se quiera, pues ya sea o no el cuerpo un obstáculo para el Y en cuanto a los conocimientos adquiridos por nosotros, ¿cómo admitir que sea el compuesto el que los recuerda y no justamente el alma? Si el ser animado es un compuesto de dos cosas y algo realmente diferente de una y de otra, parece en verdad absurdo que no sea ni un cuerpo ni un alma. Porque el ser animado no necesita que sus componentes se modifiquen o se mezclen hasta el punto de que el alma se encuentre en él tan sólo en estado potencial. Pero, aun siendo así, no por ello deja el recuerdo de pertenecer al alma, lo mismo que, cuando se mezcla el vino con la miel, la dulzura que se advierte en la mezcla proviene únicamente de la miel.

Sea, en efecto, el alma la que recuerda; mas, para poder hacerlo e imprimir en ella las huellas de las cosas sensibles, ha de encontrarse precisamente en el cuerpo, llena de impureza y de cualidades. Es esa su permanencia en el cuerpo la que le hace recibir las impresiones e impedir que desaparezcan. Ahora bien, no por esto las impresiones tienen que ser magnitudes, puesto que no constituyen verdaderas improntas, ni se imprimen sobre una materia resistente, en la que se modelan, dado que tampoco hay aquí posibilidad de mezcla ni una superficie como la de la cera. La impresión producida en el alma debemos considerarla como una especie de intelección, incluso en lo que concierne a las cosas sensibles. ¿Podría decir alguien dónde se halla la impresión cuando se piensa en un cuerpo? ¿Y qué necesidad hay de acompañar esa impresión del cuerpo o de alguna cualidad que exista con él? Necesariamente, el alma tiene el recuerdo de sus propios movimientos y de los deseos que ha experimentado, pero no satisfecho. Esto no quiere decir, sin embargo, que todo lo deseado haya de recaer en el cuerpo. ¿Cómo, entonces, podría testificar el cuerpo cosas que, realmente, no han llegado en modo alguno hasta él? ¿Y cómo haría uso del cuerpo la misma memoria si no está en absoluto en la naturaleza del cuerpo el llegar a conocer? Digamos en verdad que aquellas impresiones difundidas a través del cuerpo tienen su fin en el alma, en tanto todas las demás deben atribuirse exclusivamente al alma, si es cierto que el alma posee una realidad, una naturaleza y una actividad propiamente suyas. Si esto es así, el alma tendrá, con su deseo, el recuerdo propio de él. Y éste se cumplirá o no, ya que la naturaleza del alma no se cuenta entre las cosas fluyentes. De otro modo, no le atribuiríamos ni sentido interno, ni conciencia, ni composición alguna de impresiones e inteligencia de ellas. Y si no tiene en su naturaleza ninguna de estas propiedades, mal podrá introducirlas cuando se encuentra en el cuerpo. Posee el alma, desde luego, ciertas actividades cuyo despliegue y cumplimiento descansa verdaderamente en los órganos; pero, cuando ella llega al cuerpo, trae consigo esas potencias y las actividades que le son privativas. Por lo demás, el cuerpo es un impedimento para la memoria. En ciertas ocasiones se produce el olvido, especialmente con la ingestión de determinadas bebidas; sin embargo, muy a menudo la limpieza del cuerpo hace recobrar la memoria. Como quiera que el alma recuerda estando sola, la naturaleza móvil y fluyente del cuerpo debe ser la causa del olvido y no de la memoria. Así deberá interpretarse la alusión al río del Leteo, con lo cual esa afección que llamamos la memoria habrá de atribuirse al alma.

27. Nos preguntamos ahora: pero, ¿a qué alma? ¿Nos referimos acaso al alma divina, según la que somos nosotros mismos, o esa otra alma que nos viene del universo? Diremos, en efecto, que cada una de estas almas tiene recuerdos, algunos de los cuales son particulares, mientras otros son comunes. Una vez que las almas se unen, ya los recuerdos se dan conjuntamente; pero cuando aquéllas vuelven a separarse, cada una de las almas se llena de sus propios recuerdos, aunque conserve además durante algún tiempo los recuerdos de la otra. Esa es, al menos, la imagen de Hércules en el Hades. Porque dicha imagen, en mi opinión, debe ser pensada como recordando todas las acciones de su vida, ya que esta vida le pertenece sobre todas las cosas. En cuanto a las otras almas, que eran realmente dobles, no podían referirse nada más que los acontecimientos ocurridos en esta vida; pues, siendo las almas dobles, conocían tan sólo estos mismos acontecimientos y, si acaso, los que conciernen a la justicia. No se ha dicho, sin embargo (por Homero), lo que podría contarnos Hércules, una vez separado de su imagen. ¿Qué diría, en efecto, esta alma divina cuando estuviese completamente liberada? Porque, mientras se siente arrastrada hacia abajo, refiere solamente todo lo que el hombre hizo o sufrió; mas, a medida que el tiempo avanza y se acerca la hora de la muerte, reaparecen en ella los recuerdos de vidas anteriores, de los cuales únicamente desprecia algunos. Cuanto más libre se encuentre del cuerpo, más volverá sobre los recuerdos que no poseía en su vida actual y, si pasa de un cuerpo a otro, podrá referimos los hechos de la vida exterior al cuerpo, tanto los de la vida que acaba de dejar como los múltiples acontecimientos de las vidas anteriores. Aunque, con el tiempo, muchos de estos sucesos caerán en el olvido.

Pero, una vez a solas, ¿de qué se acordará esta alma? Consideremos a este respecto por medio de qué facultad sobreviene el recuerdo en el alma.

28. ¿Sobreviene acaso por la facultad que nos sirve para sentir y para aprender? ¿O tal vez nos recordamos de los objetos deseados por la facultad del deseo, y de los objetos irascibles por la facultad adecuada a ellos? Porque podrá decirse que no se trata aquí de dos cosas distintas: de una cosa que disfruta de un placer y de otra que se acuerda de él. El deseo del objeto del que se ha gozado se despierta de nuevo en nosotros cuando éste se manifiesta a la memoria. Lo cual no ocurriría así si se tratase de otro objeto. ¿Qué es lo que impide otorgar al deseo la sensación de sus propios objetos y atribuir asimismo el deseo a la facultad de sentir, de modo que podamos afirmar que cada facultad sigue a su elemento predominante? ¿Acaso hemos de atribuir la sensación a cada facultad, pero en uno u otro sentido? No es, desde luego, el deseo quien ve, sino el ojo. El deseo se siente movido a partir de la sensación por una especie de comunicación, de tal modo que sufre el efecto de aquélla, pero con plena inconsecuencia. Es así cómo la sensación percibe la injusticia y surge el impulso propio del ánimo; de igual manera, mientras el pastor que cuida de un rebaño ve al lobo, su joven cachorro se siente excitado por el olor y el ruido de algo que realmente no ha visto. El deseo que se ha visto cumplido conserva una huella del objeto, pero no en calidad de recuerdo, sino como disposición y experiencia pasada. Lo prueba el hecho de que, con frecuencia, la memoria no tiene conocimiento de los deseos del alma, cosa que sí ocurriría si se encontrase en la parte irascible de ella.

29. ¿Atribuiremos la memoria a la facultad de sentir y afirmaremos en tal sentido que la memoria y la facultad de sentir son una y la misma cosa? Si la imagen de Hércules, tal como se decía, es capaz de recordar, tendremos que hablar de dos facultades de sentir y, en todo caso, si la memoria y la sensación son cosas diferentes, habrá que contar con dos memorias. Si la memoria y la facultad de sentir son una y la misma cosa, dado que hay una memoria de nuestros conocimientos habrá también una sensación de ellos. O convendrá, por el contrario, que sea otra la facultad que se refiera a estas cosas. ¿Consideraremos acaso como algo común la facultad de percibir y le atribuiremos la memoria de los objetos sensibles y de los objetos inteligibles? Algo diríamos, en verdad, si afirmamos que es una y la misma facultad la que percibe las cosas sensibles y las cosas inteligibles; ahora bien, si nos vemos forzados a desdoblarla, otro tanto ocurrirá con la memoria, y si nosotros atribuimos estas dos memorias a cada una de las dos almas, las memorias mismas se convertirán en cuatro.

¿Será necesario, en absoluto, que recordemos las cosas sensibles con la facultad con la que las sentimos y que, consiguientemente, ambas cosas tengan su origen en la misma facultad? ¿Y será necesario asimismo que la facultad con la que reflexionamos no sea otra que la que nos recuerda nuestras reflexiones? Convengamos en que los que mejor razonan no son los de mejor memoria. Igualmente, no hay analogía entre las sensaciones y los recuerdos que se tienen de ellas, pues unos disfrutan de sensaciones muy vivas, y otros, en cambio, aun contando con una buena memoria, no disponen de una percepción muy aguda.

Por lo demás, si la memoria debe ser distinta a la facultad de sentir, ya que la memoria versa sobre objetos que anteriormente ha percibido la sensación, convendrá que haya recibido los objetos de los que luego tendrá el recuerdo. Nada impide que, para el recuerdo, exista la sensación de un objeto que es una imagen, ni tampoco que la memoria y su retentiva se atribuyan a la imaginación. Porque no hay duda que la sensación culmina en imaginación, de tal modo que cuando la primera ya no existe, el objeto de la visión se halla presente en la segunda. Hay, en efecto, recuerdo, siempre que la imagen persista, y por poco duradera que sea, sin que el objeto se halle presente; en este caso, la memoria será corta, pero, si la presencia de la imagen es más duradera, la memoria aumentará también más en gracia a la fuerza de la imaginación. De modo que si la imagen no cambia fácilmente, debemos tener la memorias como indestructible. Digamos, en fin, que la memoria de las cosas sensibles ha de atribuirse a la imaginación.

En cuanto a las diferencias que subsisten entre las memorias debemos atribuirlas a alguna de estas cosas: o bien a las diferencias mismas entre las facultades, o a la índole de su ejercicio, o a las características de los cuerpos en los que ellas se encuentran, que las alteran y las turban en mayor o menor grado. Aunque sobre esto volveremos en otra ocasión.

30. Pero, ¿y qué decir del recuerdo de nuestros pensamientos? ¿Hay también una imagen de ellos? Si es verdad que una pequeña imagen acompaña todo pensamiento, su misma persistencia, que vendrá a ser como un reflejo del pensamiento, explicará el recuerdo del objeto conocido; en otro caso, tendríamos que buscar una nueva explicación.

Tal vez sea precisamente la expresión verbal del pensamiento la que deba ser recibida en la imaginación. Porque el pensamiento es algo indivisible y si no se formula exteriormente y permanece en el interior, es algo que permanece oculto para nosotros; al lenguaje corresponde su despliegue, y asimismo el hacerlo pasar de pensamiento que es a imagen, cual si lo reflejase en un espejo. Es así como se fija, se aísla y se recuerda el pensamiento. Porque si el alma se mueve siempre hacia el pensamiento, la recepción de éste se verifica tan sólo en estas condiciones; pues una cosa es el pensar y otra muy distinta la percepción del pensamiento. Y si en realidad pensamos siempre, no percibimos siempre nuestro pensamiento, ya que quien recibe los pensamientos recibe también las sensaciones.

31. Pero si la memoria se atribuye a la imaginación, como, según se dice, cada una de las dos almas cuenta con su memoria, habrá dos clases de imaginación. No hay dificultad en entenderlo así cuando estas dos almas se encuentran separadas; más, estando unidas en nosotros en un mismo ser, ¿cómo podría haber aquí dos imaginaciones? Y, si es así, ¿en cuál de las dos imaginaciones se produciría el recuerdo? Porque, si se produce en ambas, tendremos siempre una doble imagen de cada cosa. No digamos que una de las imaginaciones representa las cosas inteligibles, y la otra las cosas sensibles, pues, en ese caso, estaríamos compuestos de dos seres que no guardan relación entre sí. Ahora bien, si la memoria se halla en las dos imaginaciones, ¿qué diferencia existe entre las dos imágenes? ¿Cómo no nos damos cuenta de esta diferencia? Ocurre que, o bien una imagen se muestra de acuerdo con la otra y, no existiendo separadas las dos imaginaciones, una de ellas ha de dominar a la otra, con lo cual se produce una sola imagen, o bien una de las imágenes acompaña a la otra como una sombra o como una débil luz que sigue los pasos de otra luz mayor. Aunque también podría haber lucha y disonancia entre ellas, de tal modo que una y otra se manifestasen por sí mismas. Se nos oculta en realidad cuál de ellas está en la otra, porque es evidente que desconocemos la dualidad de nuestras almas. Ambas concurren a una unidad, si bien una de estas almas cabalga sobre la otra. Una de ellas, ciertamente, lo ve todo, e incluso fuera del cuerpo conserva algunos recuerdos, aunque abandone los de la otra alma. Lo mismo que acontece cuando abandonamos la compañía de seres más humildes por otros de más alcurnia: sólo conservamos de los primeros un pequeño recuerdo, mientras de los segundos tenemos una fiel imagen.

32. ¿Y cómo recordamos a nuestros amigos, a nuestros hijos y a nuestra mujer? ¿Cómo también recordamos a nuestra patria y todo lo que un hombre inteligente puede recordar sin que el hecho resulte insólito? Digamos que el alma (inferior) recuerda con algún sentimiento, cosa que no ocurre al hombre, insensible en muchos de sus recuerdos. Porque, tal vez al principio el hombre experimente alguna emoción, junto con sus recuerdos; en tal caso, el alma superior misma podrá experimentar las más nobles de las emociones según la relación que mantenga con el alma inferior. Conviene, no obstante, que el alma inferior quiera actuar en sus operaciones lo mismo que el alma superior, y aun, sobre todo, adquirir los mismos recuerdos, si es un alma verdaderamente inteligente; porque, en principio, se hace uno mejor por la enseñanza que recibe de un ser superior.

Pero el alma superior debe querer olvidar lo que viene a ella del alma inferior. Porque, siendo como es un alma inteligente, podrá contener por fuerza al alma de naturaleza inferior. Cuanto más intente elevarse hacia lo alto, más olvidará también las cosas de este mundo; salvo que toda su vida, ya aquí en la tierra, se aplique tan sólo a recordar las cosas mejores, pues es igualmente hermoso dar de lado en este mundo a las preocupaciones de los hombres, con lo cual, necesariamente, se prescindirá de sus recuerdos. Así podrá decirse, y con razón, que el alma buena es un alma olvidadiza; porque huye de todo lo que es múltiple, conduce lo múltiple a la unidad y repudia lo indeterminado. Esta alma no se acompaña de los recuerdos de aquí abajo, sino que es ligera y vive consigo misma. Incluso en este mundo, cuando quiere elevarse a lo inteligible, deja por esto todas las demás cosas. Muy pocos recuerdos se lleva consigo a la región de lo alto; algunos más, sin embargo, la acompañará en el cielo. Hércules (en el Hades) podría hablar todavía de su bravura; pero, con todo, la estimaría como algo de poco valor al encontrarse ya en un lugar sagrado y en el mundo inteligible, pues es claro que aquí dispondría de fuerzas superiores, semejantes a las de los sabios en sus luchas.

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