Igal: Tratado 28 (IV, 4) — SOBRE LAS DIFICULTADES ACERCA DEL ALMA II

1. ¿Qué es lo que podrá decir y qué recuerdos conservará un alma que se encuentra en el mundo inteligible y a inmediaciones de la sustancia? Se afirmará en consecuencia que contempla los seres inteligibles, como objetos que son de su actividad por hallarse en medio de ellos; o, en otro caso, no se encontraría en el mundo inteligible. No recuerda, pues, ninguna de las cosas de este mundo, ni recuerda siquiera que ya filosofaba y que, desde aquí mismo, contemplaba los seres inteligibles. Pero, no es posible, para esa alma, cuando su pensamiento se aplica a los seres inteligibles, hacer otra cosa que pensarlos y contemplarlos. Lo que ahora tenga en el pensamiento no implica para nada el recuerdo de haber pensado, ya que si así ocurriese, podría decir al final: he pensado, con lo cual el cambio quedaría manifiesto.

El alma que contempla en toda su pureza la región de los inteligibles no podrá tener en la memoria los acontecimientos de este mundo. Además, si, como parece, todo pensamiento se sitúa fuera del tiempo, dado que los inteligibles mismos se encuentran en la eternidad y no en el tiempo, es imposible que haya memoria alguna en aquella región, no sólo de las cosas ocurridas en la tierra, sino incluso de cualquier otro hecho, sea éste el que sea. Porque para esa alma todo está presente y no necesita verificar ningún recorrido ni pasar de una cosa a otra. ¿Pues qué? ¿No se da entre los inteligibles una división del género en especies y un paso de lo que está abajo a lo universal y, en definitiva, al término superior? Y si suponemos que la inteligencia no procede de este modo, puesto que se encuentra toda ella en acto, ¿por qué no decir lo mismo del alma, una vez en el mundo inteligible? ¿Hay algo que le impida su visión conjunta de todos los inteligibles? ¿Y no es ella como la de un solo objeto visto de una vez? En realidad se trata de un espectáculo en el que se reúnen pensamientos y cosas múltiples, algo verdaderamente variado y objeto también de un pensamiento variado, esto es, de pensamientos múltiples que se producen simultáneamente, al modo como en la percepción de un rostro tenemos las distintas sensaciones de los ojos, de la nariz y de las otras partes. Pero, ¿y cuándo divide un género y lo desenvuelve en sus especies? La división se verifica ya en la inteligencia y constituye para ella como una impronta. Por otra parte, ni lo anterior ni lo posterior que se encuentra en los conceptos se refiere para nada al tiempo; con lo cual tampoco el pensamiento de lo anterior precede en el tiempo al de lo posterior. Hay una ordenación de pensamientos, semejante a la que se da en una planta: también aquí las raíces y la parte superior de las ramas no guardan otra relación de primacía con respecto a las demás partes de la planta que la que pueda haber, según un determinado orden, para quien contempla la planta toda de una vez. Pero cuando el alma mira hacia un solo género, luego hacia algunas de sus especies y por fin hacia todas ellas, ¿cómo podrá aprehenderlas si no es de manera sucesiva? Digamos que la potencia de un género se aparece como una, e igualmente como múltiple, cuando se halla en otra cosa; entonces, sin embargo, todos los términos del género no se recogen en un solo pensamiento. Porque los actos (de esa potencia) tampoco responden a una unidad, sino que existen desde siempre por la potencia misma del género, ofreciéndose a la vez en las cosas más diversas. Porque el ser inteligible no es en verdad como el Uno y puede admitirse en él una naturaleza múltiple que antes no existía.

2. Demos esto por bueno. Más, ¿cómo se recuerda de sí mismo? No tiene, desde luego, el recuerdo de sí mismo, ni sabe que es él, Sócrates, por ejemplo, quien contempla; no sabe tampoco si es una inteligencia o un alma. Pero habrá que dirigir la mente a este tipo de contemplación, que incluso se da en este mundo donde no hay lugar para que el pensamiento vuelva sobre sí mismo. Es claro que nos poseemos a nosotros mismos, pero nuestra actividad se dirige al objeto contemplado hasta convertirnos en él, ofreciéndonos como su materia. Somos entonces como la forma de lo que vemos, pero, en realidad, nosotros mismos, no lo somos más que en potencia. Con lo que vendría a resultar que este ser está en acto precisamente cuando no piensa en nada. Y ello sería así si se encorase completamente vacío. Ahora bien, como en realidad es él mismo todas las cosas, cuando piensa en sí mismo piensa también todas las cosas. De tal modo que en esa intuición y visión en acto que tiene de sí mismo abarca en realidad todas las cosas, al igual que en la intuición de todas las cosas se abarca también a sí mismo. Si esto es así, sus pensamientos son realmente cambiantes, cosa que anteriormente no admitíamos.

Sólo la inteligencia permanece idéntica a sí misma. En cuanto al alma, situada en los límites del mundo inteligible, afirmaremos que puede cambiar, puesto que puede avanzar más hacia adentro. Si una cosa permanece alrededor de algo, conviene naturalmente que cambie y que no permanezca siempre de la misma manera. O lo que es lo mismo, no se habla de un verdadero cambio al mencionar el paso de los inteligibles a sí mismo, o de sí mismo a los inteligibles. Porque es claro que este mismo ser es todas las cosas, y él y todas las cosas constituyen una unidad. El alma que permanece en la región de los inteligibles experimente cosas diferentes en lo que respecte a si misma y a los objetos que hay en ella. Pero, si vive puramente en este mundo, ella misma tiene que poseer la inmutabilidad, puesto que ha de ser lo que son estos objetos. Incluso cuando se encuentra en la tierra, el alma debe tender necesariamente a la unión con la inteligencia, si de verdad se vuelve hacia ella. Cuando esto ocurre, nada se intercala entre ella y la inteligencia, y el alma se dirige a la inteligencia y armoniza enteramente con ella. Esta unidad no puede ser destruida en modo alguno, pero es la unidad de dos cosas. Es así que el alma no puede cambiar sino que conserva una relación inmutable con la inteligencia y posee a la vez la conciencia de sí misma; de tal modo que ha venido a ser una sola cosa con lo inteligible.

3. Cuando sale del mundo inteligible, el alma ya no puede mantener su unidad. Se aficiona demasiado a sí misma y quiere ser ya algo distinto, como si inclinase su cabeza hacia afuera. He aquí, según parece, que el alma adquiere el recuerdo de sí misma; pero tiene también el recuerdo de los inteligibles, que la impide caer, y el recuerdo de las cosas de la tierra, que la impulsa hacia abajo, o el de las cosas del cielo, que la mantiene en esa región. El alma es, y se vuelve, en general, aquello de lo que tiene recuerdo, y el recuerdo es, a su vez, o un pensamiento o una imagen. Pero, ciertamente, la imaginación no posee su objeto, sino que tiene la visión de él e incluso su misma disposición. Por ello, cuando ve las cosas sensibles, el alma toma la misma dimensión de aquello que ve. Esto es debido a que el alma posee todas las cosas; pero, como las posee en segundo lugar, no se vuelve perfectamente todas esas cosas. Es, realmente, algo que permanece intermedio entre lo sensible y lo inteligible, como mirando hacia una y otra región.

4. Cuando el alma vive en el mundo inteligible ve el Bien por intermedio de la Inteligencia, pues el Bien no se oculta a tal punto que no llegue a difundirse hasta donde ella está. Ningún cuerpo hay entre el Bien y el alma que haga obstáculo a esta difusión; y, aunque lo hubiese, el Bien podría llegar desde los seres del primer rango hasta los seres del tercer rango. Si el alma se entrega a los seres inferiores, poseerá también lo que ella quiere en analogía con sus recuerdos y sus imágenes. De ahí que el recuerdo, aun siendo una de las cosas mejores, nunca será lo que hay de mejor.

Conviene tener en cuenta que el recuerdo no sólo existe con la percepción actual de lo que recordamos, sino que se da también con aquellos estados del alma que rememoran experiencias y conocimientos anteriores. Puede ocurrir que el alma posea tales disposiciones sin darse siquiera cuenta de ello, en cuyo caso cabe todavía que tengan más fuerza que si ella las conociese. Porque cuando el alma sabe que posee una disposición, se siente distinta a esa misma disposición; en cambio, si desconoce que la posee, se arriesga a ser eso mismo que ella posee, y son precisamente tales disposiciones las que, sobre todo, la hacen caer.

Al abandonar el mundo inteligible, el alma trae consigo sus recuerdos. Tenía recuerdos, en efecto, cuando se encontraba en este mundo, aunque sólo los tuviese en potencia. Su actividad intelectual los encubría, reduciéndolos, no al papel de improntas — cosa que lleva a consecuencias absurdas — , sino al de una potencia que habría de pasar luego al acto. Así, cuando el alma deja de actuar en el mundo inteligible, ve de nuevo lo que ya había visto, antes de penetrar en ese mundo.

5. ¿Entonces, nos preguntaremos, es esa potencia la que hace pasar los inteligibles al acto? Digamos que si realmente no llegamos a contemplarlos, los conocemos por la memoria, y si los contemplamos en sí mismos, lo hacemos a la manera del mundo inteligible. La facultad de que ahora nos servimos se despierta al mismo tiempo que sus objetos y tiene, además, la visión de los objetos de que hablamos. Para dar a conocer los inteligibles no tenemos que valernos de conjeturas, ni de silogismos que tomen sus premisas de otra parte; sino que, ya incluso aquí, y como yo digo, podemos hablar de los seres inteligibles en razón a la facultad que los contempla en su propio mundo. Porque, cuando despertamos en nosotros esa facultad, es el mundo inteligible el que se ofrece a nuestra contemplación; de tal modo que la facultad se despierta con los seres inteligibles, y nosotros mismos, cual si estuviésemos elevados sobre ese mundo, lanzamos nuestra mirada desde un lugar privilegiado, viendo así lo que otros no colocados en este lugar son incapaces de ver.

Se muestra, pues, aquí razonablemente que la memoria comienza para el alma cuando ésta se encuentra en el cielo, esto es, luego de haber abandonado los lugares inteligibles. No tiene nada de sorprendente que, una vez en el cielo, procedente de los lugares del mundo inteligible, el alma conserve el recuerdo de las cosas de aquí y de todo lo que ya se ha dicho; ni lo tiene tampoco que reconozca muchas de las almas que antes había conocido, dado que estas almas cuentan necesariamente con cuerpos que, en su forma, son semejantes a los que ya habían tenido. Aunque estas almas hayan cambiado su cuerpo por otro de forma esférica, no dejarán de ser reconocidas por sus mismos caracteres y sus costumbres particulares. Esto no es nada extraño, porque, a pesar de que estas almas hayan podido desprenderse de sus pasiones, nada impide que conserven sus caracteres. Otro modo de reconocimiento es la misma posibilidad de dialogar.

Pero, ¿cómo serán los recuerdos cuando las almas han descendido del mundo inteligible? Despertarán también su memoria, aunque en un grado menor que para las otras almas, porque tendrán otras muchas cosas de que recordarse. Las habrá hecho completamente olvidadizas el largo tiempo de permanencia (fuera del cielo). Más, ¿qué será de sus recuerdos una vez que caigan en el mundo sensible, donde tienen lugar los nacimientos? No es necesario en modo alguno que caigan hasta el fondo del mundo, porque, si realmente se han puesto en movimiento, también pueden detenerse en su avance. Nada impide, desde luego, que se despojen nuevamente de sus cuerpos antes de que lleguen al límite extremo en el mundo de la generación.