Igal: Tratado 46 (I, 4) — SOBRE LA FELICIDAD (capítulos 3-4)

DEFINIÇÃO DA FELICIDADE

3. Expliquemos nosotros, desde el principio, en qué creemos que consiste la felicidad. Pues bien, si hiciéramos consistir la felicidad en una vida y entendiéramos «vida» unívocamente, con ello admitiríamos que todos los vivientes son susceptibles de felicidad, pero que viven bien en acto aquellos en los que estuviera presente una misma y única condición de la que todos los animales serían susceptibles por naturaleza, y no admitiríamos que el racional sí gozara de esa capacidad, pero no ya el irracional. Porque la vida sería eso común que había de ser susceptible de una misma condición en orden a ser feliz, supuesto que la felicidad consistiera en una cierta vida. Y por eso creo que quienes afirman que la felicidad se halla en la vida racional, no se dan cuenta de que, al no ponerla en la vida en general, presuponen de hecho que la felicidad ni siquiera es vida. Por otra parte, se verían forzados a admitir que la facultad racional es una cualidad, en la cual se originaría la felicidad. Ahora bien, el supuesto del que parten es la vida racional, ya que en el conjunto de ambas cosas es donde, según ellos, se origina la felicidad.

La conclusión es que la felicidad se origina en una especie distinta de vida. Quiero decir no en una especie de vida lógicamente contra-distinta de otra del mismo género, sino como decimos que una cosa es anterior y otra posterior. Por tanto, puesto que la vida se predica en muchos sentidos y se diferencia según que sea de primer grado, o de segundo y así sucesivamente, y puesto que «vida» se predica equívocamente — la de la planta en un sentido y la del irracional en otro, difiriendo en claridad y oscuridad — , es evidente que también «buena» se diferenciará análogamente. Y si una vida es imagen de otra vida, es evidente que una buena vida será a su vez imagen de otra buena vida. Ahora bien, si la buena vida compete a quien está rebosante de vida — esto es, a quien no le falta un punto de vida — , la felicidad competerá sólo a quien esté rebosante de vida. Porque éste es a quien competerá lo más excelente, supuesto que, en los seres, lo más excelente es el vivir realmente, o sea, la vida perfecta. Además, de ese modo, el bien no será un bien postizo, y no será ajeno ni de origen ajeno el fundamento que le consiga a uno situarse en el bien. Porque a la vida perfecta ¿qué puede añadírsele para que sea óptima? Y si alguno responde «la naturaleza del Bien», es verdad que ésta es nuestra propia doctrina; empero no estamos buscando la causa del bien, sino el bien inmanente. Ahora bien, que la vida perfecta, que la vida real y verdadera está en aquella naturaleza intelectiva, y que las demás vidas son imperfectas y apariencias de vida y que no son perfecta y puramente vidas ni son más vidas que no vidas, ya lo hemos dicho muchas veces. Pero ahora añadamos concisamente que, mientras todos los seres vivos provengan de un solo principio pero los demás no vivan en el mismo grado que aquél, aquel principio será forzosamente la vida primera y la más perfecta.

4. Si, pues, el hombre es capaz de poseer la vida perfecta, el hombre que posea esta vida será feliz. Si no, concluiremos que la felicidad se da en los dioses, si en ellos solos se da semejante vida. Ahora bien, puesto que decimos que aun en los hombres la felicidad consiste en esto, debemos examinar cómo es esto posible. Mi explicación es como sigue: que el hombre posee una vida perfecta pues que posee no sólo la vida sensitiva, sino también el raciocinio y la inteligencia verdadera, es manifiesto aun por otras consideraciones. Pero ¿la posee como cosa distinta de él? No, ni siquiera es hombre en absoluto si no posee esta vida en potencia o en acto; y del que la posea en acto, decimos que es feliz.

Pero esta forma perfecta de vida ¿diremos que se da en él como parte de él? Según. De los demás hombres, que poseen esta vida en potencia, diremos que la poseen como parte suya; pero del que es ya feliz, aquél que es esto aun en acto y que ha pasado a identificarse con ello, diremos que es esta vida. Ahora ya, las demás cosas las lleva puestas. Diríase que ni siquiera forman parte de él, puesto que las lleva puestas contra su voluntad. Formarían parte de él si las llevara anejas por propia voluntad.

¿Cuál es, pues, el bien propio de este hombre? Pues él mismo es para sí mismo el mismo bien que posee. El Bien transcendente es causa de su bien inmanente y es bien en otro sentido, estando presente a él de otro modo. Una prueba de que esto es verdad es que quien se halla en ese estado no busca otra cosa. ¿Qué podría buscar? De las cosas inferiores, ninguna, y la mejor de todas ya la tiene consigo. La vida de quien posee semejante vida se basta, pues, a sí misma, y si uno es virtuoso, se basta a sí mismo para la felicidad y para la consecución del bien. Porque no hay bien alguno que no posea. Mas lo que busca, lo busca como necesario, y no para sí, sino para algo de lo de sí: lo busca para el cuerpo que lleva anejo; y, aunque sea para un cuerpo vivo, busca para este cuerpo vivo las cosas propias del mismo, no las propias de un hombre de tal calidad. Conoce las propias del cuerpo y da a éste lo que le da sin mermar en nada su propia vida. Así que ni aun en medio de las adversidades sufrirá merma en punto a felicidad, ya que, así y todo, una vida cual la suya es permanente. Y si se mueren sus familiares y amigos, él sabe lo que es la muerte. Lo saben también los que la padecen, si son virtuosos. Pero la muerte padecida por familiares y allegados, aunque sea penosa, no le apena a él, sino a lo que en él hay de ininteligente, cuyas penas él no asumirá.