Igal: Tratado 53,9 (I, 1, 9) — A impecabilidade da alma e a responsabilidade do “Nós”

9. Por consiguiente, la naturaleza de aquella alma nuestra estará libre de culpa de cuantos males el hombre hace y padece. Éstos son propios del animal, o sea, del compuesto, es decir, «compuesto» en el sentido dicho1.

—Pero si la opinión y el razonamiento son propios del alma, ¿cómo puede ésta ser impecable? La opinión es, en efecto, falaz, y muchos de los males los obramos por causa de ella.

—Es verdad que obramos el mal vencidos por la parte inferior (pues «nosotros» somos una multiplicidad), sea por el apetito, sea por la ira, sea por una imagen mala (pero el llamado razonamiento de cosas falsas es, en realidad, una imaginación que no aguardó al juicio de la razón2); pero obramos el mal porque 10 cedemos a las partes inferiores, del mismo modo que, en el dominio de la sensación, le acontece al sentido común ver cosas falsas antes de valerse del juicio crítico de la razón3. La inteligencia, en cambio, o toca o no toca. Luego es impecable4.

—Según eso, habrá que decir que somos «nosotros» los que tocamos o no tocamos el inteligible que hay en la inteligencia.

—Más bien, el inteligible que hay en nosotros, ya que es posible tenerlo y, sin embargo, no tenerlo a mano5.

Hemos distinguido, pues, las cosas comunes de las propias basándonos en que las unas son corporales, es decir, que no se dan sin cuerpo, mientras que cuantas no precisan del cuerpo para su actividad, éstas son propias del alma, y en que el razonamiento, cuando examina críticamente las impresiones derivadas de la sensación, está ya contemplando formas, y contemplándolas por una especie de consciencia, al menos el razonamiento propiamente dicho, el del alma verdadera. Porque el razonamiento verdadero es una actualización de intelecciones, y a menudo hay similaridad y comunión de las impresiones externas con las nociones internas. Así que, a pesar de todo, el alma se quedará impávida con respecto a sí misma y en sí misma, mientras que las modificaciones y el alboroto que hay en nosotros provienen de las adherencias y de las afecciones del compuesto, sea éste lo que fuere, como queda dicho.


  1. Es decir, tal como se ha explicado en 7, 1-6. Cf. Helmantica 28 (1977), 241-242. 

  2. Cf. III 6, 4. 20-21

  3. Sobre la falibilidad del sentido común, cf. Aristóteles, Acerca del alma III 1, 425 b 3. 

  4. El conocer de la inteligencia es intuitivo (= por contacto), no discursivo (cf. I 2, 6, 13): toca o no toca, pero no yerra. 

  5. La Inteligencia transcendente posee siempre los inteligibles en acto, porque ella misma es acto (Introd. gen., secc. 31). La inteligencia humana también los posee siempre (8, 5-8; V 1, 11, 5-7), mas no siempre en acto. O mejor, los posee siempre en acto primero, al modo de la ciencia, mas no siempre en acto segundo, al modo del ejercicio de la ciencia. Para esta distinción entre acto primero y acto segundo, basada, en último término, en un famoso pasaje del Teeteto platónico (198 d), cf. Aristóteles, Acerca del alma II 1, 412 a 22-23.